7/6/09

Trastornos de Ansiedad


Caracterización - cuadros - síntomas - técnicas de manejo y de control

La ansiedad es un componente natural de nuestra vida, pues ella no es más que la consecuencia inevitable de que seamos seres dotados de conciencia. Conciencia de nosotros mismos, conciencia de nuestra vulnerabilidad y conciencia de las amenazas a nuestros intereses vitales que la realidad puede y suele de hecho plantearnos, cada tanto en nuestra vida.

En tal sentido la capacidad de sentir ansiedad no es solo algo natural, sino algo muchas veces conveniente y necesario. Pues ella constituye una señal de alarma desarrollada por nuestra especie a lo largo de su evolución, que activa en nosotros aquellas reacciones tendientes a conjurar la ocurrencia de lo indeseado. La aprehensión, la cautela ante situaciones potencialmente peligrosas, la agudización de nuestros sistemas perceptivos ante el peligro y la preparación de nuestro organismo ante ello, ya sea para la fuga o el ataque, son solo algunos de sus correlatos naturales.

A veces esa capacidad es excesiva y nuestra preocupación frente a los peligros se halla hipersensibilizada. Como todo componente normal de nuestro psiquismo, éste puede deslizarse -ya sea por exceso o por defecto-, hacia el terreno de lo patológico y de lo anormal. Decimos no solo por exceso sino también por defecto, porque la incapacidad de sentir ansiedad en situaciones que de por sí la ameritan, constituye casi siempre un indicador válido de un grave disturbio emocional.

En esta breve nota nos centraremos sólo en algunas de aquellas alteraciones de la ansiedad que pertenecen al orden de lo excesivo. Pues más allá de un cierto punto y de cierta intensidad, esta es paralizante, volviéndose restrictiva de nuestras actividades, inhabilitadora de nuestras capacidades y tiñendo nuestra vida de sentimientos de angustia y a veces de desesperación.

Sentir ansiedad excesiva es sentirse sin control suficiente sobre el propio destino v sobre la propia realidad, es sufrir la perdida de la autoestima y alteraciones en la propia imagen, es perder la confianza en sí mismo, es sentirse a veces alterado sin causa aparente, irritado, confundido y muchas veces con temor.

Se calcula que más del 15% de la población sufre actualmente en mayor o en menor medida de alguno de los 12 trastornos reconocidos de ansiedad, los cuales en su conjunto afectan a un mayor numero de mujeres que de hombres. Y que el 30% de la misma sufrirá durante su vida alguna de sus manifestaciones, ya sea en forma severa o moderada, crónica o circunstancial.

A esto hay que agregar que los trastornos de ansiedad constituyen afecciones que raramente cursan en forma aislada, estando básica y estrechamente vinculados con la depresión, con trastornos de la alimentación y con el desarrollo de adicciones. Por otra parte sufrir de uno de los trastornos de ansiedad no implica que en forma paralela o en forma alternada no se sufra a su vez de otro de ellos. Por ej., los ataques de pánico por lo general se acompañan de lo que se denomina agarofóbia -miedo a los espacios abiertos-, pues quien los sufre teme especialmente que le sobrevenga un ataque en un lugar extraño, rodeado de desconocidos, expuesto y alejado de los ámbitos que le son familiares en donde se siente más seguro.

Entre los trastornos de ansiedad que mayor incidencia tienen dentro de la población, figuran: los cuadros de ansiedad generalizada, los cuadros de ansiedad aguda, las llamadas fobias simples o específicas –miedo a los espacios abiertos, a las alturas, a animales, a ciertos objetos, etc.-, el llamado trastorno de estrés post-traumático, el trastorno obsesivo-compulsivo, los ataques y trastornos de pánico, y la alteración que mayor incremento ha tenido en los últimos años en nuestro país: la fobia social.

Ya sea como causa o como consecuencia de un disturbio emocional o de una alteración orgánica, la ansiedad es una constante y un actor principal en casi todos los problemas anímicos y enfermedades mentales. Una de sus más serias consecuencias es que quienes los sufren, desarrollan rápidamente la comprensible tendencia a tratar de evitar todo aquello que reconocen o que imaginan como su fuente, lo cual determina el desarrollo de fobias. Otras consecuencias graves son la tendencia al aislamiento, la búsqueda de anestesiamiento emocional y en términos generales, múltiples y variadas formas de inhibición y de restricción personal.

Aclaración: como al tratar estos temas a veces nos vemos en la necesidad de utilizar en forma indistinta el termino ansiedad y angustia, distingamos brevemente antes de continuar cual es la diferencia y la relación entre ambas, la cual es muy simple y que de una u otra manera la mayoría de la gente conoce. La ansiedad es una angustia relativa al futuro; esto es, es una expectativa angustiosa de que algo malo va a suceder o de que algo bueno y anhelado, vivido como importante y esencial para uno dejara de suceder; lo cual de por sí es malo. Aclaremos que aquí el futuro puede significar tanto el próximo minuto, como las próximas horas, los próximos días, semanas o incluso años. Es decir, la ansiedad puede estar referida a una amenaza inminente o un perjuicio potencial a mediano o largo plazo.

Fuertemente relacionados con situaciones de estrés, los trastornos de ansiedad a veces se disparan a partir de un hecho único, violento e impactante –un accidente importante, un ataque delictivo, una catástrofe natural, etc.-; a veces por situaciones personales o familiares graves, por problemas laborales o de salud. Pero también ocurre muchas veces que estos afloran sin que exista una razón identificable para su irrupción, pareciendo surgir de la nada y sin causa aparente o constituir una reacción sobredimensionada ante un problema menor. A estas dos últimas situaciones se las vincula con la llamada “angustia flotante”, angustia que generalmente termina encontrando en cualquier suceso adverso, aunque sea este nimio, un motivo suficiente para su manifestación.


Ansiedad normal vs. trastornos de ansiedad


La preocupación excesiva otorga a las cosas pequeñas una sombra enorme.
proverbio sueco

¿Cómo saber si uno ha cruzado la línea que separa la necesaria e inevitable preocupación por las cosas, de aquella que trasciende lo normal y constituye un trastorno de ansiedad en términos psicopatológicos?: Bueno, básicamente cuando la ansiedad deja de ser una vivencia esporádica y conveniente de aprehensión frente a ciertos hechos o situaciones reales y potencialmente amenazadoras, para transformarse en una fuerza constante y dominante, demasiadas veces desfasada de la realidad. Una fuerza que absorbe a quien la vive y que le quita entre otras cosas su alegría, su sentimiento de afirmación personal, la solidez emocional para enfrentar la adversidad y sobre todo, su capacidad reflexiva. Y en especial cuando le quita a uno la fuerza y la habilidad para enfrentar precisamente aquello que la determina y para evitar sus consecuencias. Esto es, cuando ya no puede enfrentar la causa de su ansiedad, cuando ya no puede controlarla y cuando esta altera fuertemente su vida personal y relacional, afectando de esta forma tanto su presente como su futuro.

A veces ésta, junto a la angustia acumulada, estalla a través de ataques de pánico; los cuales siempre se acompañan de un intenso sentimiento de terror.


Ataques de pánico y Trastornos de pánico

La persona que vive un ataque de pánico tiene palpitaciones, por lo general dolores en el pecho; sensación de ahogo y dificultades para respirar; un miedo desbordante, sensación de irrealidad, temblores, transpiración en las manos, a veces cosquilleos en estas, en los brazos y en las plantas de los pies; mareos, nauseas, trastornos digestivos, etc.

La vivencia más fuerte y abrumadora es la de pérdida de control. Muchos sienten que se están volviendo locos y más frecuentemente, que están sufriendo un ataque cardíaco y que se hallan a punto de morir. Estos ataques surgen en forma inesperada, incluso durante el sueño y ello sin necesidad de que sé este teniendo una pesadilla. Los ataques pueden llegar a durar segundos, a veces horas, en la mayoría de los casos ½ hora y alcanzan su pleno desarrollo aproximadamente a los 10’ de su iniciación. A veces ocurren una única vez en la vida, a veces se repiten en forma regular y agregan a quienes los sufren, la expectativa angustiosa de volver a tenerlos una próxima vez.

Cuando estos ataques se repiten durante un lapso de al menos 6 meses, ya no se habla de ataques de pánico sino de un trastorno de pánico, que es la forma cronificada de lo anterior.

Se estima que cerca del 5% de la gente padece hoy día de ataques de pánico en forma regular. A veces como ya se dijo al hablar de los trastornos de ansiedad en su conjunto, estos se disparan tras un hecho único, concreto y conmocionante, a veces parecen surgir de la nada o de alguna zona obscura de nuestro interior –desde el azul, dicen en otros países-; casi siempre sin embargo, el principal detonante y el mayor predisponente, lo constituye una intensa situación de estrés.

Otros trastornos de ansiedad tienen manifestaciones menos dramáticas pero mucho más generalizadas, por lo que afectan a un sector mucho más amplio de la población, acompañándose también de síntomas tanto físicos como emocionales; los cuales se refuerzan mutuamente.


La Fobia Social

Para demasiada gente, el trato con los otros es su principal fuente de angustia. La fobia social, también conocida como Trastorno de Ansiedad Social, es un miedo intenso a verse avergonzado o humillado frente a otros por las propias conductas o por el propio proceder. Hablar fuera de tiempo, ofender a alguien sin quererlo, volcar un vaso o romper un plato en una reunión, resbalarse frente a compañeros de trabajo al bajar una escalera, etc..

La fobia social produce en quienes la padecen en forma severa, la sensación de que son permanentemente observados y juzgados por los demás; a pesar de que por otro lado reconozcan en términos racionales –lo cual diferencia esta afección de la paranoia y de otros cuadros también marcados por una intensa vivencia de persecución-, que ello no es cierto, que no se ajusta a la realidad. Convicción que no les evita a quienes la sufren, sin embargo, la profunda vergüenza, angustia e inhibiciones que sienten en el contacto con los otros, excepto con sus familiares y con sus allegados más íntimos-


Trastorno generalizado de ansiedad

Quienes lo padecen se sienten inundados de ideas y de pensamientos negativos sobre el futuro, sobre ellos mismos y sobre la realidad en su conjunto, lo cual puede llegar a incluir casi cualquier hecho cotidiano, más allá de su importancia o de su verdadera significación. Pensamientos del tipo: ¿Que ocurriría si pasa tal cosa?, ¿En ese caso, qué tendría que hacer o dejar de hacer?; “Si sucede -o si deja de suceder-, ya no habría nada que yo pudiera hacer al respecto”, etc.. Viviendo por lo tanto permanentemente atrapados en un circulo vicioso y repetitivo de aprensiones y de expectativas angustiantes sobre el futuro y sobre su situación.

Los síntomas y consecuencias físicas y emocionales más comunes de los cuadros de ansiedad generalizada son:

- el temor a que ocurra lo peor, en cuanto a la familia, el trabajo, la salud, etc.

- las ideas y sentimientos depresivos que se imponen a la larga a partir de lo anterior o la irrupción de fijaciones obsesivas respecto a ciertas ideas u objetos.

- la perdida del interés por la sexualidad, por el desarrollo de proyectos personales, la perdida de la confianza en sí mismos y de su autovaloración.

- La instalación progresiva de un cuadro generalizado de estrés que determina entre muchas otras cosas un deterioro inmunológico, insomnio, incapacidad de concentración e irritabilidad.

- El sufrimiento en forma más atenuada de los mismos concomitantes orgánicos y fisiológicos que se mencionaron respecto a los trastornos de pánico.


Los cuadros de ansiedad generalizada no desembocan necesariamente en ataques de pánico, pero aún así pueden ser extremadamente incapacitantes; pues la preocupación intensa y sostenida por todo lo malo que puede llegar a suceder o por todo lo bueno que puede no llegar a verificarse, agota la energía, diluye el interés por la vida y provoca tan fuertes alteraciones de los estados de animo que terminan entorpeciendo o arruinando la relación con los demás.


Síndrome de estrés post- traumático

“Fui violada a los 25 años, esto fue hace seis. Por mucho tiempo hablé de esa violación como si fuera algo que le hubiera pasado a otra persona. Yo sabía muy bien que me había pasado a mí; pero simplemente no podía recordar el hecho con el horror y con el miedo con que realmente lo había vivido. Por un tiempo eso me sirvió. Unos meses después, de golpe, comencé a recordar todo como si estuviese metida en una película de terror. Eso me pasaba especialmente de noche estando sola y más intensamente cuando se estaba por cumplir el primer año del ataque. No podía dejar de pensar en eso ni siquiera en el trabajo. De golpe me ponía a llorar y me sentía tan tensa y angustiada que tenia que levantarme y salir para tranquilizarme y tratar de respirar. A veces me metía en el baño de la oficina durante media hora, fumaba y tomaba lexotanil. La gente sabia lo que me había pasado y no me decían nada. Yo les estaba agradecida, pero me ponía mal pensar que en el fondo me tenían lastima y que cuando yo no estaba hablaban de mí.”

El trastorno de estrés post-traumático es una condición de ansiedad extrema que surge con posterioridad a un hecho conmocionante. Casi nunca las personas que lo sufren pueden evitar recordar la experiencia vivida una y otra vez; recuerdos que se acompañan de casi la misma carga emocional que la que ésta despertó en su momento. Lo cual los lleva a revivir la situación cada tanto en forma automática o en ciertos lugares y fechas significativas, a través de pesadillas, ataques de llanto, recuerdos angustiosos y ataques de ansiedad.

Originalmente identificado como neurosis de guerra y luego como fatiga de combate -pues el cuadro fue inicialmente delimitado a partir de alteraciones que aquejaban a veteranos de guerra sometidos a los horrores de la primera guerra mundial-, el trastorno de estrés post-traumático fue luego reconocido además operante en prisioneros de campos de concentración, en sobrevivientes de catástrofes naturales, naufragios, accidentes aéreos, etc.; pero también en víctimas de robos violentos, raptos, violaciones, en testigos de homicidios, en víctimas de torturas, etc. Es decir en situaciones muy dramáticas o de extrema violencia donde la posibilidad de la propia muerte o el haber sido testigo de la ajena –sobre todo la de seres queridos-, había dejado en las personas afectadas huellas indelebles o difíciles de borrar.

Quienes lo sufren también experimentan, alteraciones del sueño, sensación de indiferencia afectiva y aletargamiento emocional, o se sobresaltan ante la presencia de cualquier cosa vinculada a la experiencia traumática que vivieron. El estallido de los cohetes de año nuevo para un excombatiente, de Malvinas por ej.; o el chirrido de la frenada de un auto para un sobreviviente de un accidente de tránsito, el olor a algo quemado para quien sobrevivió a un incendio, el sonido de voces altas que parecen iniciar una discusión violenta, etc., retrotraen a quienes lo padecen al terror vivido con anterioridad. La recreación de la escena puede durar segundos, minutos, horas y es como si la persona fuese transportada a otro mundo y a otra realidad. Las reviviscencias se acompañan de percepciones, sonidos, voces, olores y otras sensaciones físicas propias de las circunstancias que rodearon la experiencia original.

El SEP puede presentarse a cualquier edad, incluso por supuesto en la infancia, en la cual se manifiesta principalmente a través de crisis de pánico, retraimiento, fobias y pesadillas. En los adultos el trastorno puede venir acompañado de depresión, de abuso de substancias anestesiantes como el alcohol y otras drogas, la ingesta de barbitúricos y ansiolíticos en forma indiscriminada, ataques de rabia, irritación y mal humor y en muchos casos de intentos de suicidio y en ciertos casos de su consumación-; lo cual se verifica con toda su crudeza y en forma especial en el caso de excombatientes.

Por lo general el cuadro es más severo si el hecho traumático fue ocasionado por una persona o por un grupo de personas en forma intencional, que si ello ocurrió por un hecho natural o por un accidente fortuito. Por ej., en términos generales le es más difícil sobreponerse a la víctima de una violación o de un asalto violento, que a la víctima de una inundación. Y esto por la sencilla razón que lo primero dependió de una voluntad humana que no tendría que haber existido o que tendría que haberse podido conjurar, mientras que lo segundo fue producto de las ciegas leyes de la naturaleza, que pueden ser muy dañinas, pero que carecen tanto de la intencionalidad como de la maldad que puede llegar a caracterizar a la voluntad humana. La culpa frente a sí mismo por haber estado expuesto a dicha maldad, la culpa y la impotencia por no haber podido defenderse, la frustración por no poder resarcirse por el daño y por la humillación recibida, actúa en muchos casos como un obstáculo adicional a los esfuerzos de superar la experiencia vivida.

Por supuesto que una catástrofe natural o un accidente importante aunque fuera involuntario, pero en el que hubo numerosas victimas o donde alguien sufrió daños y perdidas irreparables, puede tener para esa persona la misma dimensión y presentarle idéntica dificultad. Existe por otra parte lo que se denomina la culpa del sobreviviente, que agrega una adicional fuente de angustia para quien vivió éste tipo de situaciones, la cual es más fuerte cuanto más fuertes eran los lazos que unían al superviviente con aquellos que no lograron sobrevivir; lo cual tiene mucho que ver en ciertos casos con suicidios, a veces realizados años después, por lo que no suele vincularselos con la experiencia vivida.

En términos generales, cuanto más violento, más abrupto, más inesperado, más repetido, más irreparable y más costoso en términos emocionales, es un hecho, mayor será su potencialidad traumática y más dificultades habrá para su elaboración, en especial si la persona se retrae y lo intenta en forma aislada, sin buscar o sin conseguir la ayuda de los demás.

No todas las personas que viven experiencias traumáticas sufren un cuadro de SEP. Éste solo se diagnostica si los síntomas duran más de un mes, los cuales por lo general se presentan luego de tres meses de acontecido el suceso traumático. El curso de la enfermedad varía según las características del mismo y las características, la personalidad, el estado físico y el estado emocional de la persona. Hay quienes se recuperan dentro de los 6 meses; a otros, los síntomas les duran mucho más. En algunos casos la condición se vuelve crónica y en otros la incidencia del hecho traumático no se detecta, sino hasta varios años después.


Técnicas de manejo y de control

Es posible que parte de la gente nazca y se desarrolle por distintos motivos, ya sean estos biológicos, hereditarios, orgánicos u ambientales, por sus modelos familiares, por sus experiencias de vida, etc. -seguramente por una combinación de todos estos factores-, con una marcada predisposición interna a sufrir en forma crónica u esporádica de este tipo de alteraciones. Pero más allá de su causa y de por qué esto es así, la buena noticia es que a pesar del sufrimiento y del dolor que casi siempre rodea y acompaña a estos cuadros; a pesar de su enorme costo afectivo, económico y relacional; los mismos se encuentran entre el grupo de afecciones psíquicas que mejor responden a los intentos de curación; ya sea esto a través de la psicoterapia o de la medicación; y en ocasiones, a través un abordaje combinado de ambos recursos, cuando ello es lo indicado y necesario

Otro factor que favorece el atemperamiento o resolución de las alteraciones de ansiedad, es que las mismas pertenecen a su vez a aquel grupo de afecciones respecto a los cuales es mucho lo que quienes los sufren, pueden hacer por su cuenta para aliviar y mejorar su situación. Básicamente incrementando su conocimiento sobre lo que les pasa y desarrollando y fortaleciendo las denominadas “técnicas de sobrellevamiento” para el manejo de la ansiedad.

Técnicas que pueden incluir desde el aprendizaje de formas de respiración y de relajación específicas, la evitación sistemática o la toma de distancia de situaciones y de vínculos estresantes y conflictivos que la incrementan; mediante la adopción de dietas libres de elementos irritantes, la ingesta de productos naturales que ayudan a manejarla, mediante el abandono del sedentarismo, etc. . Especialmente importante se ha demostrado en las ultimas décadas la participación en grupos de autoayuda -o mejor dicho de ayuda mutua-, junto a personas que sufren de la misma problemática, tanto a nivel público como privado, pues existen muchos y muy buenos en nuestro país; más allá de lo que además cada persona haga en un plano estrictamente terapéutico profesional.

Todos recursos útiles para desactivar o al menos para obstaculizar los mecanismos disparadores de los desbordes de ansiedad mediante el logro de un mayor grado de control sobre las propias conductas y reacciones emocionales; pero que sólo se demuestran eficaces –como también ocurre con la psicoterapia y con la medicación-, repito, que solo se demuestran eficaces, si ante todo se produce en ellos un cambio de actitud frente a sus desbordes de ansiedad. Esto es, sí pueden llegar a vivir su trastorno como algo trabajoso de erradicar, pero erradicable, y no como un estigma inevitable que forma parte constitutiva de su ser y con el que están condenados a vivir por el resto de sus vidas.


Lic. Ramón Prieto

Agosto del 2007.

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