7/6/09

La atención de enfermos crónicos, consecuencias para el cuidador

Quienes tienen a su cargo el cuidado y atención de familiares con serias incapacidades o con enfermedades físicas o psíquicas graves por períodos prolongados, comienzan generalmente a su vez a manifestar con el tiempo, crecientes signos de depresión o de estados irritativos, producto del intenso estrés de orden emocional, físico y muchas veces económico, que este tipo de situaciones les conllevan.

Las principales fuentes de desgaste en tales circunstancias son, 1) la presentificación anticipada de la perdida de un ser querido y 2) el severo cercenamiento de la propia vida de relación que acompaña a estos procesos. Enfermedades como el mal de Halzheimer, los cuadros severos de depresión, la enfermedades terminales y los casos de apoplejía, entre otros, constituyen ejemplos claros y dramáticos de este tipo de situación.

Dentro de ellas sin embargo, se verifican niveles diferenciales de alteración en la vida de distintos cuidadores; lo cual depende básicamente de sus características personales, del tipo y calidad del vinculo que hayan tenido anteriormente con los actuales enfermos, de la situación económica que se viva y de los demás factores ambientales significativos que incidan sobre su realidad.

Dentro de este cúmulo de variables, se ha reconocido también como de especial importancia el nivel de autoestima y el grado de “apoyo social” con que cuente la persona encargada del cuidado.

Apoyo social entendido aquí, como el nivel de ayuda y de cooperación que ésta reciba por parte de terceros tanto en términos de la atención concreta del enfermo como en términos de la necesaria contención emocional, comprensión y posibilidades de esparcimiento y de distracción, que le permita no quedar insalubremente absorbido por la situación en general y por su tarea. Pues ambos factores se muestran decisivos respecto a poder manejar con mayor o menor éxito y en forma más o menos holgada dos temas especialmente importantes para la calidad de vida del cuidador: 1) La inevitabilidad de tener que desempeñar cotidianamente tareas repetitivas, desgastantes o francamente desagradables implicadas en la atención del enfermo, y 2) La imposibilidad práctica de evitar severos cambios limitativos en la propia vida, en especial aquellos que éste reconoce como irritantes o francamente exasperantes para él; a pesar de que por otro lado considere la labor que desempeña como su responsabilidad y que la realice con cariño.

Otros factores importantes en estos casos son:

- El grado de control que el cuidador sienta que tiene sobre la situación en general, en el sentido de poder alterarla o modificarla en un sentido positivo –y esto tanto respecto a la conducta del paciente, así como respecto a los cambios indeseables en su vida personal sufridos a partir del momento que asumiera sus tareas de cuidado.

- Su confianza o falta de confianza en poder mantener o en poder lograr suficiente grado de control sobre ambas cosas en el futuro.

- La dimensión o globalidad que asigna a lo que esta viviendo. En términos de si los hechos o las conductas del paciente que le resultan irritantes se circunscriben a cierta área en particular, abarcan distintas áreas o se extienden a la totalidad de sus conductas. Y si las limitaciones sufridas por él se circunscriben a un solo aspecto de su vida, a todos, o sólo a algunos de ellos.

- La probabilidad que atribuye a que la situación puedan mejorar tanto para sí como para el enfermo, en contraposición a un convencimiento de que todo habrá de mantenerse igual (vivencia de cronicidad y de irreversibilidad del proceso), o de que la realidad en la que ambos se hallan aprisionados, sufrirá además un agravamiento inevitable y progresivo.

- El alcance de las recriminaciones que la persona a cargo de la atención se haga por su estado personal, por la situación del enfermo y por las circunstancias que ambos están viviendo.

Todo lo cual opera en concordancia con la idea, de que la vivencia de falta de control sobre aspectos importantes de nuestra vida, combinada con auto-recriminaciones y con la convicción de su incontrolabilidad en el futuro, es de por sí depresiogénica -es decir, que genera depresión-; y activa naturalmente en quienes lo viven, la emergencia de la denominada tríada depresiva, caracterizada por ideas negativas respecto a sí mismo, al mundo y al futuro.
Lic. R. Prieto
Septiembre del 2008

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