30/11/09

La Concepción del Hombre ante la Muerte

Vivimos limitados entre cuatro paredes, el tiempo,
el espacio, lo que hay antes de nacer y lo que hay
después de morir. Y una de las cosas que la vida nos
enseña a poco de haber nacido, es que algún día moriremos.

Anon, S. Una mirada hacia el más allá. Año 2.004. (1)
A modo de prefacio:

Imposible, más allá de las inevitables limitaciones que impone una breve monografía, intentar abarcar aquí, la inmensidad de la idea de la muerte en el hombre.

La muerte como entidad real, la muerte imaginaria, la muerte entendida como un final inaceptable y aborrecida por nuestro Ego, por nuestro narcisismo y por nuestro Yo; o bien vivida, como un símbolo de liberación y de apertura a una trascendencia anhelada. La muerte propia, la del otro, la deseada, la temida; la muerte autoinfligida a través del suicidio, o la surgida del orden natural, dado el simple paso del tiempo; de la enfermedad, de un accidente o de una voluntad ajena y asesina. La que nos imponen los Estados a través de sus guerras y de sus genocidios; los trastornos graves de ansiedad que la tienen como su eje dominante; el peso de las reflexiones sobre la muerte en la vida de los obsesivos; nos enfrenta a un universo demasiado amplio e imposible de abarcar, y esto es así, aunque sólo nos centremos dentro de los exiguos límites, de nuestra época y de nuestra cultura.

Aún si sólo nos restringieramos a las concepciones psicoanalíticas básicas, respecto a la génesis del reconocimiento, rechazo u aceptación de la idea de la muerte en el hombre; en la fascinación que ésta puede llegar a adquirir en ciertos seres a través de lo que se ha dado en llamar el trabajo de lo negativo; en las relaciones de la idea de vida y de la muerte con la vida pulsional y con la comprensible e inevitable aspiración humana de trascendencia -para citar sólo algunos conceptos-; sin siquiera mencionar los principales aportes realizados al respecto por otras escuelas psicológicas contemporáneas, por la psicología infantil y en especial por la tanatología, el tema excede toda posibilidad de realización para la mayoría de los mortales, entre quienes por supuesto, y lamentablemente me incluyo.

Por ello me limitare aquí, a hacer una breve recopilación de ciertas consideraciones de distintos autores, las cuales considero indispensables para un conocimiento mínimo e inicial sobre el tema.

Siendo mi formación básicamente psicoanalítica, dedicare una parte sustancial de este trabajo a las ideas de dicha escuela de pensamiento, pero en reconocimiento a la insoslayable importancia de los aportes realizados por las demás fuentes mencionadas, tratare de reunir aquí en una cierta unidad coherente, algunos de los conceptos básicos provenientes de las mismas.


Índice:

1.- Algunos conceptos básicos sobre la idea de la muerte en la obra de Sigmund Freud.

1.1.- Sobre nuestra actitud ante la muerte.

1.2.-Sobre la génesis del reconocimiento del hombre de su propia muerte y de su repudio ante ello.

1.3.- Las implicancias psíquicas de dicho reconocimiento.


2.- Aportes básicos de la Tanatología.

2.1.- Las ideas de Elisabeth Kübler-Ross.

2.2.- Las cinco fases del morir postuladas por Elisabeth Kübler-Ross.

3.- La percepción de la muerte en los niños.


4.- La idea de la muerte y los trastornos de ansiedad.

4.1- Trastorno de ansiedad generalizado.

4.2- Síndrome de stress post-traumático.


5.- Fragmento de la respuesta de Freud a una carta de Albert Einstein sobre la Guerra.


6.- Referencias bibliográfícas.



Inicio:

1.- Algunos conceptos básicos sobre la idea de la muerte en la obra de Sigmund Freud.


"En cuanto a mí, la única forma de inmortalidad limitada que reconozco posible, es ser apreciado tras mi muerte, por gente anónima."

Sigmund Freud. 1936. (2)


1.1.- Sobre nuestra actitud ante la muerte:

En su articulo de 1.915 “Consideraciones de Actualidad sobre la Guerra y la Muerte”, Freud postula que el hombre contemporáneo, frente los horrores de la 1° Guerra Mundial, debería admitir ante sí la ingenuidad o la deshonestidad de su actitud prevalente ante la muerte. En él afirma:

“El segundo factor del cual deduzco que hoy nos sentimos desorientados en este mundo (siendo el primero lo que denomina “Nuestra decepción ante la guerra.”, antes tan bello y familiar, es la perturbación de la actitud que hasta ahora veníamos observando ante la muerte. Debemos reconocer que esa actitud no era sincera. Nos pretendíamos dispuestos a sostener que la muerte era el desenlace natural de toda vida, que cada uno de nosotros era deudor de una muerte a la Naturaleza, que uno debía hallarse preparado a pagar tal deuda y que la muerte era cosa natural, indiscutible e inevitable. Pero, en realidad, solíamos conducirnos como si fuera de otro modo. Mostramos una patente inclinación a prescindir de la muerte, y a eliminarla de la vida. Hemos intentado silenciarla e incluso decimos, con frase proverbial, que pensamos tan poco en una cosa como en la muerte. Como en nuestra propia muerte, por supuesto. La muerte propia es, desde luego inimaginable, y cuantas veces lo intentamos podemos observar que continuamos siendo en ante ello meros espectadores. Así, la escuela psicoanalítica ha podido arriesgar el aserto de que, en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra propia inmortalidad.” (3)

Por supuesto que cualquier lector mínimamente avisado podría con derecho afirmar que si la propia muerte fuera para el hombre de hecho “inimaginable”, no sentiría temor ante ella, y ni siquiera menos, desesperación ante su certeza. Quizás hubiera sido una elección más feliz de Freud, utilizar aquí la expresión “aborrecible de imaginar” o el término “irrepresentable”, aunque en el fondo quizás ello fuera, sólo un mero e insustancial cambio de palabras. Quizás se ubique aquí Freud frente al tema, en una posición análoga al de la zoología frente a esas especies animales a las cuales -dado su sabido desarrollo neurológico-, no puede atribuirseles la posibilidad de la idea abstracta de la muerte, pero que a pesar de ello, retroceden ante la posibilidad de su ocurrencia, con una expresión de terror o de tristeza en sus ojos, que se asemeja mucho a lo humano.
Además, y especialmente Freud, sabía muy bien –ya que en buena parte él nos lo enseño a través de todos sus escritos sobre la angustia-, en especial sobre la angustia ante el abandono infantil, ante el desvalimiento vital, en sus escritos sobre la angustia de castración y sobre el peso prevalente de la idea de la muerte en los obsesivos-, que el hombre se sabía mortal mal que le pese, y que esa conciencia de su propia finitud podía llegar a estar en ciertos seres tan exacerbada y sobredimensionada, que la misma podía como lo puede de hecho, llegar a constituir un cuadro de ansiedad aguda extrema y paralizante. Basta remitirse a otras partes, ya no sólo de su obra, sino incluso de este mismo artículo en cuestión, para saber que lo que Freud quiso subrayar aquí, es que una parte de nosotros siempre se piensa inmortal. Tal como cuando en términos pueriles y cotidianos pensamos que las desgracias inaceptables e inelaborables, sólo habrán de ocurrirles a los otros. O como cuando reflexionamos en la vida y en la conducta de esa gente muy autodestructiva como por ej., los adictos graves; los cuales llevan a pensar que anhelan su propia muerte –cosa que es absolutamente cierto, al menos respecto a una parte de su ser; pero que en su mayoría se aterrorizan, se angustian y se deprimen como cualquier otro ser humano, cuando su fin les pasa a ser conciente e innegable.

Lo que Freud afirma aquí, es que si había en el hombre primordial, alguna conciencia de su propia muerte, ello era sólo porque una postura ulterior y más compleja en términos evolutivos, se había superpuesto a su trasfondo primitivo, suceso cuya génesis y desarrollo, aún había que explicar.


1.2.-Sobre la génesis del reconocimiento del hombre de su propia muerte y de su repudio ante ella:

“La muerte propia era, seguramente, para el hombre primordial, tan inimaginable e inverosímil como todavía lo es hoy para cualquiera de nosotros. Pero a éste se le planteaba un caso en el que convergían y chocaban dos actitudes contradictorias ante la misma, y este caso adquirió gran importancia en su vida y fue muy rico en lejanas y futuras consecuencias. Sucedió cuando el hombre primitivo vio morir a alguno de sus familiares, su mujer, su hijo o su amigo, a los que amaba, seguramente como nosotros a los nuestros, pues el amor no puede ser mucho más antiguo que el odio. Hizo entonces éste entonces en su dolor, la experiencia de que él también podía morir, y todo su ser se rebeló frente a ello.” (4)

Sabemos que dentro de esta concepción Freudiana, el mecanismo operante no es otro que el de la identificación, mecanismo mediante el cual y ganando terreno éste, frente el narcisismo primario, gracias al trabajo de Eros y de la libido -en tanto manifestaciónes de las pulsiones de vida que tienden al establecimiento de lazos afectivos y a la unión con otros seres-; se dio nacimiento en nuestra especie a una nueva estructura psíquica y a una nueva estructura del Yo. Un Yo más abierto que antes a la conciencia de sí, al reconocimiento de los otros, al reconocimiento de la realidad, y por lo tanto también, al inevitable reconocimiento de su propia muerte y de su propia finitud.

Inevitable señalar aquí, que el desarrollo del lenguaje cuya génesis es inconcebible fuera de los vínculos y de la interacción humana, fué la herramienta primigenia que permitió y que potenció semejantes desarrollos.


1.3.- Las implicancias psíquicas de dicho reconocimiento:

“El hombre no podía ya mantener alejada de sí la muerte, puesto que la había experimentado en el dolor por sus muertos; pero tampoco quería reconocerla, ya que le era imposible aceptarse muerto. Llegó, pues, a una transacción: admitió la muerte también para sí, pero le negó la significación de su aniquilamiento de la vida, cosa para la cual le habían faltado motivos a la muerte de sus enemigos.” (5)

“Ante el cadáver de la persona amada, el hombre primordial inventó los espíritus, y su sentimiento de culpabilidad por la satisfacción que se mezclaba a su duelo, hizo que estos espíritus primigenios fueran perversos demonios, a los cuales había que temer. Las transformaciones que la muerte acarrea le sugirieron la disociación del individuo en un cuerpo y en una o varias almas, y de este modo su ruta mental siguió una trayectoria paralela al proceso de desintegración que la muerte inicia. El recuerdo perdurable de los muertos fue la base de la suposición de otras existencias, y dio al hombre la idea de una supervivencia después de la muerte.” (6)

La idea del paraíso, la de la reencarnación, la de la transmigración de las almas, la del rencuentro en el más allá con los seres queridos; la creencia en su inmortalidad de los poderosos de la historia, tales como los faraones que ordenabann su embalzamamiento y la construcción de pirámides como su monumento funerario perenne, destinadas a ubicarlos en el orden de la eternidad, quizás tenga éste origen, o al menos uno análogo. Aquí lo que el hombre según Freud aborrece, es la idea de su finitud, la idea de la nada, la del silencio y del vacío; quizás incluso -y en cierta forma rencorosa-, hasta la idea de la continuidad y de la persistencia del mundo, luego de su propia desaparición.

Creo que Freud condensa, en esta frase, un elemento capital dentro de su estructura conceptual sobre el psiquismo y sobre nuestra historia evolutiva como especie; pues éste, no sólo es para él, el punto inicial del origen del mecanismo de la Negación, sino también el de la Conciencia Moral, del Ideal del Yo, del Yo-Ideal y del Súper-Yo. Lo cual posibilito para él con el tiempo, el surgimiento y el desarrollo de las instituciones y de los sistemas sociales, de la religión, del arte y de la cultura. En otras palabras, el desarrollo de nuestra civilización según hoy la entendemos.

Todos temas éstos, ya esbozados o planteados en su artículo “Tótem y Tabú” de 1.913 y en anteriores trabajos sobre Metapsicología publicados ese mismo año. Pero sería necesario esperar hasta 1.920 en que con “Mas Allá del Principio del Placer” y con “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”, con “El Yo y el Ello” de 1.923, con su artículo sobre “La Negación” de 1.925, con “El Porvenir de una Ilusión” de 1.926, con “El Malestar en la Cultura” de 1.929 y con su respuesta a una carta enviada por Einstein a través de su artículo “El Porqué de la Guerra” de 1.932. Expresara los conceptos que terminarían de constituir, de consolidar y de ampliar la estructura de los aportes Freudianos de orden psico-social y de raíz antropológica; tales como los que aquí nos ocupan y que por razones de espacio, hoy sólo puedo mencionar.

Temas que a su vez constituyeron el parangón freudiano y el equivalente dentro de su obra dedicada a lo psíquico, de los transcendentales desarrollos realizados por Darwin en el terreno de la biología a través de su Teoría de la Evolución, obra publicada en 1.856, cuatro años antes de su nascimiento. Temas que creo que también reflejan la afición de Freud por la Arqueología, la cual compartía para él con el psicoanálisis, el interés y el apasionamiento por desenterrar el pasado, lo invisible, lo olvidado y lo oculto.

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Se presentan a continuación algunos elementos básicos de Tanatología relativos a procesos operantes en pacientes desahusiados, tras recibir la noticia que han de morir a corto plazo debido a su enfermedad.


2.- Aportes básicos de la Tanatología:

Hemos de perder el miedo a morir y a la muerte, antes de poder ser verdaderamente libres para vivir.

Elisabeth Kübler-Ross. 2.002. (7)


2.1.- Las ideas de Elisabeth Kübler-Ross:

La Dra. Ross (1.926 - 2.004) es reconocida como la pionera mundial de la Tanatología. Nacida en Zurich, donde estudió medicina y psiquiatría, se trasladó a Nueva York en el año 1.958. Trabajando con enfermos mentales en uno de los Hospitales de esa ciudad -lugar donde se sintió horrorizada ante el maltrato y ante la desatención emocional que se les daba a los pacientes-. Con el tiempo se acercó a ella un grupo de seminaristas, quienes le pidieron que los ayudara a realizar un estudio sobre las crisis decisivas de la vida humana; crisis dentro de las cuales, ellos sabían por experiencia, que la máxima, la constituía el enfrentamiento de la gente con la certeza de su propia muerte. Ross aceptó la propuesta; pero pronto se dio cuenta de que todo lo que sabía sobre el tema, era lo descripto en sus frios textos de medicina y psiquiatría. Por lo que decidio comensar a entrevistar a multiplicidad de enfermos en fase terminal.

El resultado de estas conversaciones con cientos de pacientes, los publicó en su primer libro, titulado "Sobre la Muerte y los Moribundos” el cual le dio una amplia proyección internacional; obra en que describe el proceso que reconoció operante en el psiquismo de enfermos desahuciados, tras miles de entrevistas realizadas a lo largo de sus muchos años de labor. Elisabeth Kübler-Ross, murió a los 78 años de edad, luego de una vida plena, útil y fértil como pocas. (8)


2.2.- Las cinco fases del morir postuladas por Elisabeth Kübler-Ross:


Estas son: Negación y Aislamiento, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación.

Veamos un poco cada una de ellas con mayor detenimiento, para poder entender su real significado.


Primera fase: Negación y Aislamiento.

Cuando el paciente y su familia conocen el diagnóstico de una enfermedad fatal, la primera reacción según Ross, será casi siempre la negación.: "No, yo no, eso no puede ser cierto". Lo cual funciona para ella, como un amortiguador que permite al paciente recobrarse del shock inicial ante la noticia, para poder luego así, movilizar otros mecanismos de defensa menos radicales.

Tiempo después, aparecerá el aislamiento: hablará mucho el enfermo de su salud y de su enfermedad, así como de su vida y de su muerte, como si ellas fuesen situaciones afines que pudieran coexistir en forma paralela. El paciente afronta por un lado su deceso, pero persiste dentro de él un fuerte rasgo de esperanza. Luego volveremos sobre el tema de la esperanza, dada su importancia en muchos procesos vinculados al morir.

Dice Ross “Algunos enfermos utilizan la negación con algunos miembros del equipo de salud, e incluso con algunos de sus familiares. Escogen a la gente con la que pueden hablar sobre su enfermedad y sobre su muerte y fingen mejoría con los que parecen que no pueden tolerar la idea de su desaparición.” (9). Es decir, hablan más fácilmente con quienes respetan su deseo de negar su enfermedad. Al parecer según Ross, ésta les es necesario negarla, para poder mantener así un precario equilibrio psíquico, equilibrio ya profundamente fisurado y conmovido por su situación.


Segunda fase: Ira

Siempre según Ross, la primera reacción deja paso a una nueva. Cuando el paciente ya no puede, mantener la negación, ésta es sustituida por sentimientos de ira, rabia, envidia, resentimiento y desesperación. La pregunta reiterada es según Ross: “¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?” “Y su ira generalmente se proyecta contra el mundo circundante. Agredirán a los médicos y a las enfermeras, serán hostiles con quienes vayan a visitarlos, la vida y el mundo ya no tiene sentido, si es que estos ya no van a estar más en él.”


Tercera fase: Negociación

Esta es la menos conocida de las fases y dura según Ross, cortos períodos de tiempo. Pero es al parecer igualmente necesaria tanto para el paciente como para su familia, La idea implícita es que si no se pudo afrontar la cruel realidad en un principio, y se enojaron profundamente con todo ser viviente e incluso siendo creyentes, se enojaron con su Dios, en un segundo momento entonces, a lo mejor puedan llegar a un acuerdo con alguna fuerza externa lo suficientemente poderosa como para posponer lo inevitable. “Como lo hicimos de niños” dice Ross, aludiendo aquí a un mecanismo básico que conocemos como “Regresión”, tras lo cual prosigue: “Lo que el paciente más desea, es casi siempre que se prolongue su vida, o pasar el mayor tiempo sin sentir demasiado dolor y sin sufrir. El pacto que trata de establecer es un intento de diferir los hechos, y esto incluye la exigencia, de que se lo haga vivir hasta un plazo determinado, para estar suficientemente bien y para estar lo suficientemente preparado, para cuando le llegue su hora.” (10). Y aunque la mayoría de las veces realiza la promesa de que ya no pedirá, ni exigirá nada más, si se le otorga lo pedido, Ross afirma que casi ninguno de sus pacientes, cumplió nunca su promesa. “Quienes la cumplen –cosa que confiesan antes del final, son quienes se hacen esas promesas a sí mismos o a Dios en silencio; cosa que generalmente sólo dicen entre líneas aquienes los asisten o sólo ante un sacerdote. Por lo general la promesa de esta gente, va acompañada de otra relativa a dedicar lo que les queda de vida a Dios o a la Iglesia; o de donar su cuerpo, o partes de él, a la ciencia y al bien de los demás, etc..” (11)

Cuarta fase: Depresión.

Cuando el desahuciado ya no puede seguir negando su enfermedad ni sostener su rabia, empieza a tener la sensación de una gran pérdida y de vacío. Pérdida que puede aparecer por muy diferentes causas: amputaciones, cargas financieras, falta de presencia de seres queridos, deterioro físico, etc.. Lo cual se conoce como depresión reactiva. Lo que no siempre se tiene en cuenta, dice Ross “es el dolor preparatorio por el que tienen que pasar, quienes saben que se están muriendo”, (12). Por lo que denomina a este aspecto de la depresión, depresión anticipatoria. Ambas cosas son distintas, la depresión anticipatoria no aparece como resultado de pérdidas ya ocurridas, sino debido a la gran pérdida que esta por venir; siendo este aspecto de la fase según ella, normalmente silencioso.


Quinta fase: Aceptación.

“Si un paciente tuvo suficiente tiempo y se le ayudó suficientemente en todas las fases anteriores, llegará finalmente a la aceptación; su muerte ya no lo deprimirá, ni tampoco lo enojará demasiado. Podrá contemplar su fin con relativa calma, se sentirá débil y cansado y dormirá a menudo en muchos y breves intervalos, sintiendo una necesidad cada vez más grande “de dormir como un bebé.”” Dice Ross (13)

En esta aceptación hay un vaciamiento y un anesteciamiento afectivo frente a la situación que enfrenta el paciente. Esta parte del proceso sería para la autora, “como un descanso final antes del viaje.”, rememorando aquí la vieja idea tanto egipcia como budista e hinduista sobre la muerte, sobre la transmigración de las almas y sobre un viaje a otra forma de existencia ulterior.

Prácticamente ningún tanatólogo niega hoy día la existencia de fases u etapas psicológicas dentro del proceso del morir, cuando las personas son conscientes de ello con suficiente anticipación. La mayoría ha corroborado tanto la existencia de las fases enumeradas por Ross, así como la existencia e importancia en muchos casos del fenómeno de la esperanza y de la capacidad de aceptación. Lo cual en la práctica está muy unido en nuestra cultura a la fuerza de la fe religiosa que posee el enfermo, o a su capacidad de lo que hoy se denomina “capacidad de resilencia”, expresión que designa la capacidad de un ser, de tolerar y de batallar contra la adversidad y la muerte, lo cual facilita según el cognitivismo norteamericano, la manifestación en quienes la tienen, tanto de elevados niveles de esperanza, así como de aceptación.


3.- La percepción de la muerte en los niños.


La luna vino a la fragua, con su polizón de nardos.
El niño la mira, mira, el niño la esta mirando.
En el aire conmovido, mueve la luna sus brazos y enseña lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.

Frase inicial del poema a la muerte de un niño, de Federico García Lorca. 1.924. (14)


Para el psicoanálisis, y en términos generales para la psicología infantil, el desarrollo psicológico del niño le imposibilita darse cuenta inicialmente del fenómeno de la muerte y de sus implicancias. Su psiquismo se encuentra en sus primeros años, centrado en una perspectiva de la realidad apuntalada en parte, por en el desconocimiento de la muerte. Por lo cual su pensamiento presenta las características de desconocimiento, de omnipotencia de animismo, que ya vimos que Freud atribuye, al hombre primordial.

Opera aquí en el pensamiento de Freud una vieja y no por ello menos válida certeza de la biología: esto es, que la ontogenia reproduce la filogenia, lo cual significa que el infante humano en su aventura vital, recorre en gran medida, el mismo proceso evolutivo, recorrido por la humanidad en su inicio y en su lucha por la supervivencia..

El niño aquí según Freud, no parte de la negación sino del desconocimiento, pues no se puede internar negar aquello que se desconoce. Creo que lo importante en esto es que el análisis freudiano, relaciona su conocimiento de la muerte y con ello del conocimiento en general en la infancia, con el tema de los vínculos entre la gente, a través y de la capacidad del mismo, de retribuir el cuidado y el cariño recibido. Sabemos que si no lo recibe, el tema se complica mucho, así como sabemos que la capacidad de empatía y la capacidad de ponerse en el lugar del otro, en especial de su sufrimiento, es un rasgo adquirido y distintivo de lo humano.

“En cuanto a la muerte de los demás, el hombre civilizado evitará cuidadosamente hablar de semejante posibilidad cuando el destinado a morir puede oírle. Sólo los niños infringen esta restricción y se amenazan sin reparo unos a otros con las probabilidades de morir, e incluso llegan a enfrentar con la muerte a una persona amada, diciéndole por ejemplo: «Querida mamá, cuando tu te mueras, yo haré esto o lo otro.» El adulto civilizado no acogerá gustoso entre sus pensamientos el de la muerte de otra persona, sin tacharse de insensibilidad o de maldad, a menos que su profesión de médico o abogado, etc., le obligue a tenerla en cuenta. Y mucho menos se permitirá pensar en la muerte de otro cuando tal suceso comporte para él una ventaja en libertad, fortuna o posición social. Naturalmente, esta delicadeza nuestra no evita las muertes, pero cuando éstas llegan nos sentimos siempre hondamente conmovidos y como defraudados en nuestras esperanzas. Acentuamos siempre la motivación casual de la muerte, el accidente, la enfermedad, la infección, la ancianidad, y delatamos así nuestra tendencia a rebajar a la muerte de la categoría de una necesidad a la de un simple azar. Una acumulación de muerte nos parece siempre algo sobremanera espantoso. Ante el muerto mismo adoptamos una actitud singular, como de admiración a alguien que ha llevado a cabo algo muy difícil. Le eximimos de toda crítica; le perdonamos, eventualmente, todas sus faltas, disponemos que de mortuis nil nisi bonum, y hallamos justificado que en la oración fúnebre y en la inscripción sepulcral se le honre y ensalce. La consideración al muerto -que para nada la necesita- está para nosotros por encima de la verdad, y para la mayoría de nosotros, seguramente también por encima de la consideración a los vivos.” Sigmund. Freud. 1915. (15)

La falta de introspección del infante, aún en desarrollo, hacen que la muerte para el niño tenga un significado libre en gran medida de angustia y crueldad, por lo cual difiere de la significación adulta de la muerte. Sin embargo, el niño vivencia el morir como un viaje o un abandono, por lo que puede experimentarlo con mucha ansiedad y considerar esta dolorosa separación como un acto de agresión contra él. “Esa persona que murió por que no quiere estar conmigo”.

Los niños asocian la muerte principalmente a la pérdida de su objeto amoroso más preciado, su madre, y con ella todas las garantías de cuidado y amor incondicional que solían protegerlo de un mundo desconocido y hostil. Todo esto, además de temor le produce rabia, pues como ya dijimos, el niño cree que la muerte es una afrenta contra él, dado que el morir es para él dejarse morir sin perder la vida, alejándose como en un viaje. A su vez y al parecer, desconocen la posibilidad de su propia muerte dado que ésta constituye algo externo y ajeno, situación en la cual no hay mayor amenaza vital. En este sentido los niños tienden a ver la muerte como algo remoto en cuanto la aversión que les provoca los obliga a alejarla hasta el punto que quede fuera de su realidad. Ellos creen que el que evita la muerte, engañándola, no muere. Esta es al parecer una característica de su pensamiento, el cual no les permite dejar espacio a la inevitabilidad de la muerte, sin embargo frente a esta desarrollan defensas psicológicas tales como el pensamiento mágico, para poder sobreponerse al sentimiento de indefensión que la misma les produce.

Los psicólogos especializados en análisis infantil afirman que a los 4 años la idea de muerte es muy limitada en los niños, y el hecho de que ésta ocurra o se mencione su realidad no supone para ellos una emoción intensa. Antes de esta edad el niño tiene ciertas nociones ligadas a la muerte, pero éstas se traducen en intuiciones emocionales ligadas principalmente a la como ya se dijo, la ausencia de su madre.

Entre los 5 y los 7 años, los niños comienzan a entender que la muerte es irreversible e universal, o sea que todas las cosas que están vivas habrán de morir y también comprenden que todas las funciones de la vida terminan con la muerte. Según Piaget estas características se desarrollan cuando los niños pasan del pensamiento pre-operacional al operacional concreto. Durante esta etapa el niño busca reafirmar su conocimiento objetivo, y vuelca sus esfuerzos al entendimiento de las pautas de su cultura y de los límites de las cosas. (16)

En tal sentido los códigos de significación cultural constituyen una buena base para la elaboración más acabada del concepto de la muerte. Las explicaciones míticas ya no le son convincentes, pasando de un razonamiento mágico a un pensamiento más realista. En esta etapa la muerte adquiere para él una connotación emocional mucho más intensa, el cual comienza a temer la muerte de sus seres queridos. El hecho de morir se tiñe en su mente con las ansiedades de su cultura, y pese a no tener conciencia de la posibilidad objetiva de morir, reconoce a la muerte como una clara y decisiva experiencia humana imposible de evitar.

Ya a la edad de 8-10 años acepta que todos moriremos, asimila con todo realismo el hecho de tener que morir más adelante. No todos los autores concuerdan en cuanto al grado de conciencia real que tienen los niños sobre las diferentes dimensiones de éste acontecimiento, y prefieren hablar de etapas no tan marcadas y otorgar un poco más de flexibilidad en el desarrollo de la elaboración de un concepto tan complejo como lo es el de la muerte. Por lo tanto, hablar de etapas taxativas en el plano ontogénico y evolutivo, es sólo útil para captar la secuencia del desarrollo y formación genérica de la idea en el niño de la muerte.

Diversos autores reconocen operativas en la infancia, éstas etapas:

1º etapa en que el niño es incapaz de comprender el problema de la muerte.

2º etapa en que la muerte se relaciona con una ausencia provisional.

3º etapa en que la muerte se integra en una imagen del mundo mediante elementos culturales, tales como la violencia cotidiana o la guerra.

4º etapa en que el niño elabora la idea de su irremediable destrucción.

El hecho de que la cultura de masas otorgue un espacio al hecho de que el dolor y la muerte se lleguen a no sentir y se reivindiquen, mantienen la armonía de su continuidad en el imaginario “colectivo”. Y ello viene por supuesto, unido al tema de su legitimación. Es bueno morir como un héroe, y es malo morir como uno más.

Ahora bien, basta dar una mirada hacia el interior de nuestra cultura para encontrarnos con por un lado la sobre-exaltación de la vida, basada en su energía, en su dinámica y en su desarrollo, y una especie de sistemática negación de la muerte, cosa que la realidad del delito violento y asesino que hoy vivimos, a subvertido ampliamente.

El niño quiere saber que ocurre cuando se muere; busca la respuesta en sus padres quienes no confían en su capacidad de entender la situación, y creyendo protegerlo lo envuelven en un manto de mentiras piadosas que éste no cree pero que quizás en el fondo agradece. Pero, bueno, nuestra cultura nos enseña a proteger a nuestros hijos de algo que es tan natural como la vida misma. Pero esta situación, disminuye las posibilidades de que logremos un duelo verdadero, dado que el duelo negado es el peor de los duelos, pues el mismo se transforma en un duelo imposible de elaborar.

Desde el punto de vista psicoanalítico, la muerte es sólo una realidad, sino una pulsión con una incidencia tan poderosa en nuestra vida, que nuestros impulsos dirigidos a ella constituyen parte importante de nuestra personalidad. Estos impulsos no son privativos del hombre, dado que operan en todas las criaturas vivientes y tienden a reducir la vida a su materia inerte y original. Dichos impulsos son los responsables según Freud de las tendencias autodestructivas, hetero-destructivas y agresivas hacia los otros.. Ello se traduce en que parte de nuestra naturaleza busca la muerte, se dirige a ésta como también se dirige a la unión y al amor. Esta dualidad básica e intrínseca se torna significativa para el niño, por eso a temprana edad alguno de ellos inician su exploración con la muerte de pequeños seres vivos, buscando la forma para asegurarse a sí mismo su individualidad y su potencia, actuando con superioridad ante estos seres, pero a la vez reteniendo sus impulsos agresivos e identificándose proyectivamente con sus víctimas. Esta experiencia condiciona de manera inevitable una buena parte de las respuestas del chico y de su desarrollo cognitivo respecto al concepto de la muerte.

En la medida en que el niño va desarrollando más destrezas tanto en el área biológica, social, cognitiva y emocional el concepto de la muerte dentro suyo, va evolucionando hacia causas más abstractas, como “enfermedades”, “hacerse mayor”, etc. el punto de cambio para esta parte del concepto de algo concreto a algo abstracto, parece situarse alrededor de los 7 años. A esta edad se produce en los chicos un gran temor en cuanto a su salud, dado que la relación que establece entre la enfermedad y la muerte a veces lo atormenta cuando está enfermo, cualquier síntoma; fiebre, catarro, o neumonía, pueden hacerlo creer que va a morir.

Los niños que se ven enfrentado al hecho de la muerte presentan una serie de reacciones, que si bien pueden no darse en un orden específico, ni aparecer todas ellas, si nos sirven para comprender el cómo lo vivencian en general:

1. La negación: el niño niega que la muerte haya ocurrido y parece que ésta no le ha afectado. Normalmente esto significa que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que sigue pretendiendo que la persona en cuestión esta viva.

2. Aflicción corporal: la muerte produce en el niño un estado de ansiedad que se expresa en síntomas físicos y/o emocionales.

3. Reacciones hostiles contra el difunto: el niño toma la muerte de una persona o animal como una afrenta personal por parte del difunto, que lo ha abandonado.

4. Reacciones hostiles hacia otros: el niño, generalmente, culpa a los otros de la muerte acaecida.

5. Sustitución: el niño rápidamente comienza a buscar el afecto de otros con el fin de sustituir la figura del difunto.

6. El niño asume las maneras del difunto, intentando conseguir a modo de identificación introyectiva, sus mismas características.

7. Idealización: el niño sobrevalora las cosas buenas del difunto y elimina los recuerdos de sus defectos, llegando incluso a falsear los recuerdos respecto al carácter y a la vida real del difunto.

8. Reacciones de ansiedad y de pánico, preocupándose por quién le cuidará en el futuro.

9. Reacciones de culpa: el niño puede pensar que la muerte tiene que ver con que «es malo» o ha tenido mal comportamiento, y elaborar a partir de aquí fantasías reparatorias y/o de muerte.

El dato esencial es que toda muerte requiere un duelo, y esta es una ley de la naturaleza, dado que si bien la estructura cultural de la vivencia varía, el sentido de la perdida es universal, con distinto matiz connotativo emocional, pero que no obstante revela su cualidad netamente humana. El niño debe poder desidentificarse de la causa de la muerte, además debe elaborar y aceptar a través de su experiencia la propia muerte futura en tanto que destino.



4.- El temor a la muerte y los trastornos de ansiedad:

Existen tres trastornos de ansiedad, fuertemente vinculados al temor y a la idea de la muerte: el Trastorno Agudo de Ansiedad, el Trastorno Generalizado de Ansiedad y el Síndrome de Estrés Post-traumático. Permítaseme que por razones de espacio me limite a presentar aquí, tan sólo dos de ellos.


4.1.- Trastorno generalizado de ansiedad:

Quienes lo padecen se sienten inundados de ideas y de pensamientos negativos sobre el futuro, sobre ellos mismos y sobre la realidad en su conjunto, lo cual puede llegar a incluir casi cualquier hecho cotidiano, más allá de su importancia o de su verdadera significación. Pensamientos del tipo: ¿Que ocurriría si pasa tal cosa?, ¿En ese caso, qué tendría que hacer o dejar de hacer?; “Si sucede -o si deja de suceder-, ya no habría nada que yo pudiera hacer al respecto”, etc.. Viviendo por lo tanto permanentemente atrapados en un circulo vicioso y repetitivo de aprensiones y de expectativas angustiantes sobre el futuro y sobre su situación, detrás del cual reside la idea de su muerte.

Los síntomas y consecuencias físicas y emocionales más comunes de los cuadros de ansiedad generalizada son:

- el temor a que ocurra lo peor, en cuanto a la familia, el trabajo, la salud, etc.

- las ideas y sentimientos depresivos que se imponen a la larga a partir de lo anterior o la irrupción de fijaciones obsesivas respecto a ciertas ideas u objetos.

- la perdida del interés por la sexualidad, por el desarrollo de proyectos personales, la perdida de la confianza en sí mismos y de su autovaloración.

- La instalación progresiva de un cuadro generalizado de estrés que determina entre muchas otras cosas, un deterioro inmunológico, insomnio, incapacidad de concentración e irritabilidad.

- El sufrimiento en forma más atenuada de los mismos concomitantes orgánicos y fisiológicos que existen en los trastornos de pánico.


Los cuadros de ansiedad generalizada no desembocan necesariamente en ataques de pánico, pero aún así pueden ser extremadamente incapacitantes; pues la preocupación intensa y sostenida por todo lo malo que puede llegar a suceder o por todo lo bueno que puede no llegar a verificarse, agota la energía, diluye el interés por la vida y provoca tan fuertes alteraciones de los estados de animo, que terminan entorpeciendo o arruinando la relación con los demás.



4.2.- Síndrome de estrés post- traumático:

El trastorno de estrés post-traumático es una condición de ansiedad extrema que surge con posterioridad a un hecho conmocionante. Casi nunca las personas que lo sufren pueden evitar recordar la experiencia vivida una y otra vez; recuerdos que se acompañan de casi la misma carga emocional que la que ésta despertó en su momento. Lo cual los lleva a revivir la situación cada tanto en forma automática o en ciertos lugares y fechas significativas, a través de pesadillas, ataques de llanto, recuerdos angustiosos y ataques de ansiedad.

Originalmente identificado como neurosis de guerra y luego como fatiga de combate -pues el cuadro fue inicialmente delimitado a partir de alteraciones que aquejaban a veteranos de guerra sometidos a los horrores de la primera guerra mundial-, el trastorno de estrés post-traumático fue luego reconocido además operante en prisioneros de campos de concentración, en sobrevivientes de catástrofes naturales, naufragios, accidentes aéreos, etc.; pero también en víctimas de robos violentos, raptos, violaciones, en testigos de homicidios, en víctimas de torturas, etc. Es decir en situaciones muy dramáticas o de extrema violencia, donde la posibilidad de la propia muerte o el haber sido testigo de la ajena –sobre todo la de seres queridos-, había dejado en las personas afectadas huellas indelebles y difíciles de borrar.

Quienes lo sufren también experimentan, alteraciones del sueño, sensación de indiferencia afectiva y aletargamiento emocional, o se sobresaltan ante la presencia de cualquier cosa vinculada a la experiencia traumática vivida. El estallido de los cohetes de año nuevo para un ex combatiente, de Malvinas por ej.; o el chirrido de la frenada de un auto para un sobreviviente de un accidente de tránsito, el olor a algo quemado para quien sobrevivió a un incendio, el sonido de voces altas que parecen iniciar una discusión violenta para testigos de un homicidio, etc.; retrotraen a quienes lo padecen al terror vivido con anterioridad. La recreación de la escena puede durar segundos, minutos, u horas, y es como si la persona fuese transportada a otro mundo y a otra realidad pretérita. Las reviviscencias se acompañan de percepciones, sonidos, voces, olores y otras sensaciones físicas, propias de las circunstancias que rodearon la experiencia original.

El síndrome de estrés pos-traumático puede presentarse a cualquier edad, incluso por supuesto en la infancia, en la cual se manifiesta principalmente a través de crisis de pánico, retraimiento, fobias y pesadillas. En los adultos el trastorno puede venir acompañado de depresión, de abuso de substancias anestesiantes como el alcohol u otras drogas, la ingesta de barbitúricos y ansiolíticos en forma indiscriminada, ataques de rabia, irritación y mal humor, y en muchos casos de intentos de suicidio y en ciertos casos de su consumación; lo cual se verifica con toda su crudeza y en forma especial, en el caso de excombatientes.

Por lo general el cuadro es más severo, si el hecho traumático fue ocasionado por una persona o por un grupo de personas en forma intencional, que si ello ocurrió por un hecho natural o por un accidente fortuito. Por ej., en términos generales, le es más difícil sobreponerse a la víctima de una violación o de un asalto violento, que a la víctima de una inundación. Y esto por la sencilla razón que lo primero dependió de una voluntad humana que no tendría que haber existido, o que tendría que haberse podido conjurar, mientras que lo segundo fue producto de las ciegas leyes de la naturaleza, que pueden ser muy dañinas, pero que carecen tanto de la intencionalidad como de la maldad que puede llegar a caracterizar a la voluntad humana. La culpa frente a sí mismo por haber estado expuesto a dicha maldad, la culpa y la impotencia por no haber podido defenderse, la frustración por no poder resarcirse por el daño y por la humillación recibida, actúa en muchos casos como un obstáculo adicional a los esfuerzos de superar la experiencia vivida.

Por supuesto que una catástrofe natural o un accidente importante aunque fuera involuntario, pero en el que hubo numerosas victimas o donde alguien sufrió daños y perdidas irreparables, puede tener para esa persona la misma dimensión y presentarle idéntica dificultad. Existe por otra parte lo que se denomina la culpa del sobreviviente, que agrega una adicional fuente de angustia para quien vivió éste tipo de situaciones, la cual es más fuerte cuanto más fuertes eran los lazos que unían al superviviente, con aquellos que no lograron salvarse; lo cual tiene mucho que ver en ciertos casos con suicidios, a veces realizados años después, por lo que no suele vinculárselos con la experiencia vivida.

En términos generales, cuanto más violento, más abrupto, más inesperado, más repetido, más irreparable y más costoso en términos emocionales, es un hecho, mayor será su potencialidad traumática y más dificultades habrá para su elaboración, en especial si la persona se retrae y lo intenta en forma aislada, sin buscar o sin conseguir, la ayuda de los demás.

No todas las personas que viven experiencias traumáticas sufren un cuadro de SEP. Éste solo se diagnostica si los síntomas duran más de un mes, los cuales por lo general se presentan luego de tres meses de acontecido el suceso traumático. El curso de la enfermedad varía según las características del mismo y las características, la personalidad, el estado físico y el estado emocional de la persona. Hay quienes se recuperan dentro de los 6 meses; a otros, los síntomas les duran mucho más. En algunos casos la condición se vuelve crónica y en otros la incidencia del hecho traumático no se detecta, sino hasta varios años después.


5.- Fragmento de la respuesta de Freud a una carta de Albert Einstein sobre la Guerra:

Se presenta aquí, parte de la respuesta de Freud a la carta que le dirigiera Albert Einstein en 1.932, sobre la forma de poder evitar o atenuar la sombra que se cernía sobre el mundo ya a principios de la década del 30, la cual no era más, que la inminencia del inicio de la 2° Guerra Mundial; la cual reclamaría la vida de 50 millones de personas, y que puede leerse en su artículo sobre “El Porqué de la Guerra” del mismo año, donde dice:

“Tengo reparos en abusar de su interés, que se dirige a la prevención de las guerras, no a nuestras teorías. Pero querría demorarme todavía un instante en nuestra convicción en una pulsión destructiva, en modo alguno apreciada en toda su significación. Pues bien; con algún gasto de especulación hemos arribado a la concepción de que ella trabaja dentro de todo ser vivo y se afana en producir su descomposición, en reconducir la vida al estado de la materia inanimada. Merecería con toda seriedad el nombre de una pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas representan los afanes de la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares. El ser vivo preserva su propia vida en parte destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior de todo ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva, entre ellas el suicidio.

Sigmund Freud.1932. (17)



Quisiera concluir este trabajo con dos frases de los principales autores citados en este trabajo:

“Cuando por fin entiendan que en la muerte hay mucho mas que aprender sobre la vida que en la evitación permanente de la naturaleza, cuando por fin sean capaces de aceptar la muerte sin maquillarla de juventud, cuando nuestra tanatofobia seda paso al compartir con los muertos, solo entonces podremos comenzar a vivir.”

Elisabeth Kübler-Ross. 2.002. (18)


Soportar la vida es, y será siempre, el primer deber de todos los vivientes. La ilusión pierde todo sentido cuando nos lo estorba. Recordamos la antigua sentencia, si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepárate para la guerra. Sería de actualidad modificarlo así: si vis vitam, para morten. Si quieres la vida, prepárate para la muerte.

Sigmund Freud.1915. (19)



Lic. Ramón Prieto



Bs. As., Octubre del 2009.



5.- Referencias Bibliográfícas:

1.- Anon, S. Una mirada hacia el más allá. Año 2.004. Gedisa, Barcelona, España. Año 2008. Pág. 23.

2.- Frase citada por Irving Stone en su obra, Pasiones del Espíritu, Ed. Emece. Bs. As., Argentina, 1.972, Pág. 234.

3.- Freud, Sigmund. “Consideraciones de Actualidad sobre la Guerra y la Muerte” Obras Completas, 1.915. Biblioteca Nueva. Madrid, España. Año 1.972. Pag. 2.001.

4, 5, 6.- Freud, S. Ob. Cit. Pags. 2004 y 2005.

7, 8, 9, 10,11.- Kübler-Ross, E. "Sobre la Muerte y los Moribundos” The Elisabeth Kübler-Ross Foundation. Año 2009.

12,13.- Castells, M. Sociedad Española e Internacional de Tanatología..Tanatología.org. Año 2008.

14.- García Lorca, F. Romance de la luna, luna. 1.924. Obras Completas. Ed. Aguilar. Madrid, España. 1954.

15.- Freud, S. Ob. Cit. 1915. Pag. 2008.

16.- Piaget, J. El nacimiento de la inteligencia en el niño. Ed. Aguilar, Madrid, España. 1969. Pag. 67.

17 .- Freud, S. Ob. Cit. 1915. Pag. 2.008.

18.- Kübler-Ross, E. "Sobre la Muerte y los Moribundos” The Elisabeth Kübler-Ross Foundation.

19.- Freud, S. Ob. Cit. 1.932. Pag. 3.209.



Obras de referencia general:

- Antropología de la muerte. Thomas, L.V. Fondo de Cultura Económica. Méjico.1.996.

- Laplanche, J. - Pontalis, J. B. Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Labor. Barcelona, España. 3° edición. Año 1.981.

- Aberasturi, E. Teoría y Técnica del Psicoanálisis de Niños. Ed. Paidos. Bs. As., Argentina. 1.974.

- Jones, E. Vida y obra de Sigmund Freud. Ed. Horme. Bs. As., Argentina. 1.976.



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27/11/09

Breve caracterización del concepto de Autoestima

Ningún hombre puede sentirse cómodo consigo mismo,
si no cuenta con su propia aprobación.

Mark Twain, 1906.


Por autoestima aludimos a un conjunto de creencias que las personas tienen sobre su propia valía. La misma, si es positiva y realista, constituye una gran protección contra las situaciones adversas de la vida.

El bienestar emocional esta siempre ligado a una moderada convicción en tal carácter positivo de uno mismo. Lo inverso es una pobre imagen de sí, caracterizada por el pesimismo, la desmoralización y síntomas más o menos tenues de ansiedad y depresión


Factores Principales

Dentro de ella tiene capital importancia la imagen que los demás tengan de nosotros; es decir, la autoestima tiene un fuerte componente social, pues el aprecio o el rechazo que uno provoca en la gente, es un espejo que nos devuelve una imagen válida de nosotros mismos, en si muy difícil y poco conveniente de ignorar.

Otro aspecto central de la autoestima es la noción de auto-eficacia. La convicción en la propia eficacia, puede ser definida como la confianza que una persona tiene en su capacidad de enfrentar las crisis y de resolver sus problemas, ya sea por sus propios medios o a través de su capacidad de obtener la ayuda de los demás.

Esta capacidad se vincula a su vez con la noción de resiliencia –o habilidad de resistir y de superar la adversidad en momentos difíciles-; lo cual se halla facilitado u obstaculizado por el hecho de contar o no, con lo que se denomina “apoyo social”. Esto es con contar o no, con la ayuda, la asistencia, esto es, con el apoyo emocional, económico o social de quienes nos rodean.

Un último factor importante que mencionaremos aquí por razones de espacio, pues podrían mencionarse muchos más; es la vivencia de tener o no suficiente grado de control sobre los aspectos importantes de nuestra vida. Es incompatible una autoestima positiva con la sensación de que todo lo que nos interesa esta agarrado con alfileres, que depende del azar o que depende exclusivamente de los demás.

Esto significa entre otras cosas que es muy difícil sostener un sentimiento positivo de nosotros mismos desde la pasividad, la complacencia y la inacción; o si dependemos demasiado y constantemente de los otros para conseguir o para solucionar cosas esenciales para nuestra existencia, o si en nuestra relación con la gente nos sentimos vulnerables, no respetados o desempeñando un papel subalterno que no queremos desempeñar, o ocupando una posición de inferioridad o de sometimiento frente a ellos.


Fuentes de la Autoestima
Si bien hay cosas que nos importan a todos, nadie sopesa o le asigna idéntica importancia a las mismas, que la que puede y de hecho le asigna otra persona a la hora de realizar su propia valoración. La cual digamos de paso que en ciertas ocasiones ésta se realiza a través de un acto de reflexión, pero que las más de la veces se produce en forma inconsciente y automática.
Para algunos su autoestima dependerá en mayor medida de su éxito o fracaso en los negocios o en el campo laboral; en otros de sus vínculos afectivos, en otros de sus rendimientos deportivos, para otros del cariño y del respeto que logre obtener de sus hijos, etc.; y en segunda instancia de tal o de cuales cosas y en tercera: de esto o de aquello. Cosa que además cambia y fluctúa dentro de una misma persona con el tiempo; existiendo básicamente personas que su satisfacción de sí, gira alrededor del logro de determinadas metas y en otras donde lo importante es la preservación de la propia seguridad, física, económica, afectiva o relacional. Es decir, existen al respecto casi tantas variantes y combinaciones posibles, como seres hay en el mundo.
Es deseable en cuanto a esto, que la fuente de nuestra autoestima no se base exclusivamente o desproporcionadamente en nuestra ubicación con respecto a un único tema, actividad o capacidad sobresaliente. Pues en tales casos nuestra imagen de nosotros mismos se hallara constantemente expuesta a las oscilaciones que le impongan los abatares y las vicisitudes de la vida a ese único factor preferencial. Son más estables y a su vez más armónicas, las imágenes de uno mismo que se nutren del desempeño que uno tenga y de su actitud y de sus logros en distintas áreas.
Por otro lado es decisivo para la posibilidad de sentirnos bien con nosotros mismos, que nuestro nivel de aspiración sea realista y que no nos exijamos lo imposible, pues sino estaremos siempre condenados al fracaso de antemano; y los fracasos en temas importantes para nuestra vida, tiene una tremenda importancia en la generación y en el reforzamiento de una autoestima negativa.
Preguntarse, -sobre todo si uno se esta sintiendo mal consigo mismo-; ¿En qué estoy cifrando, yo hoy día, mi sentido de auto-respeto y mi propia valoración?, es un ejercicio cada tanto necesario.
El problema es que esa pregunta inevitablemente nos lleva a otra que quizás sea la pregunta más difícil e incomoda -pero a su vez la más importante que nos podamos hacer cuando estamos desorientados-, y que es simplemente ¿Qué quiero?, ¿Qué es lo que quiero para mi vida realmente; tanto para el presente como para los próximos años?. Lo cual a su vez implica preguntarse, que es lo que estoy haciendo al respecto; para poder cambiar el rumbo, si es que eso se nos muestra necesario.
A veces sólo nos dedicamos a hacer lo que se supone que debemos o que tenemos que hacer; y casi sin darnos cuenta, dejamos de lado o postergamos indefinidamente aquellas cosas que son en realidad las únicas, que pueden llegar a hacernos felices y a darnos un sentimiento de realización personal. Cuidado, porque tarde o temprano lo vital que hay dentro de uno, buscara ajustar las cuentas, lograr compensaciones o tomarse su revancha.
Digo esto porque cuando se habla de culpa, generalmente se habla de la culpa frente a los demás, y casi nunca o nunca se habla de la culpa frente a sí mismo; siendo que esta, no sólo es uno de los sentimiento más fuertes, destructivos y negativos que podamos llegar a tener; sino y por definición, un sentimiento incompatible con una valoración satisfactoria de nosotros mismos.

Lic. Ramón Prieto.
Julio del 2009.

Sobre la dilación

Un trastorno en el manejo del tiempo

Existe un trastorno vinculado a la ansiedad que atañe especialmente al manejo del tiempo. Quienes lo viven, tienen en el tiempo a una especie de enemigo. Al tema se lo conoce como procrastinación o dilación, cosa que tiene mucho que ver con la postergación, pero aquí hay que entender ante todo, que la dilación es algo distinto a la postergación por motivos fundamentados.

La diferencia es, que si alguien que no es un procastinador tiene que hacer algo y no están dadas las condiciones, posterga y cuando estas cambian y mejoran, realiza. Pero cuando uno dilata o procastina, uno vuelve una y otra vez a postergar las cosas, aunque ya estén dadas las condiciones para ello, incluso las ideales.

Por ej.: si uno tiene pautado un encuentro con alguien a las 3 de la tarde, en un lugar que le queda a media hora de distancia, aún pudiendo salir a tiempo y viajar cómodo para llegar tranquilo a la reunión; siente antes de salir la irrenunciable obligación de comenzar a hacer cosas innecesarias, hasta que se da cuenta de que ya se le hicieron las 3 menos 10; y entonces, a pesar de la sensación de urgencia que ya lo ha inundado, decide a pesar de si mismo, que es indispensable ver antes de partir si tiene algún mensaje nuevo en el contestador, o bien llamar a alguien para explicarle algo que puede llegar a explicarle después y en forma más serena; o bien que puede llegar a no explicarle jamas.

El 20% de la gente reconoce que la dilación tiene en sus vidas un papel importante, lo cual entorpece todas sus actividades; sus relaciones con la gente, sus proyectos personales y especialmente, los tiempos de su realización.

Algo del orden de la angustia se interpone entre quienes padecen de ello y la consumación de sus actos. Renuncia de sí, dejar las cosas para otro momento, espera de un momento mejor que nunca llega, ¿quién sabe?.

Se lo considera un problema de autorregulación y quien lo sufren dedican mucho más tiempo y esfuerzos a buscar excusas y justificaciones creíbles para sus actos dilatorios, de lo que les demandaría hacer lo que se propusieron, lo que sé prometieron a sí mismos, o lo que les prometieron en algún momento a los demás. Pues ocurre que quienes padecen de este problema con el tiempo, no sólo lo sufren ellos mismos sin poder evitarlo, sino que generalmente tienen la tendencia a hacerselo sufrir igualmente a los demás; imponiéndoles que se los espere permanentemente, dejándolos plantados en un encuentro acordado, llamando por teléfono para decir que tiene algo importante que contarnos, que si vamos a estar en casa y que nos llama después, cosa que por supuesto nunca hace, por lo cual consigue dejar a la gente esperando indefinidamente una llamada que nunca llega y que entorpece su accionar. Motivo por el cual terminan defraudando a repetición, así como condenando a los otros a escuchar al final de cada periplo, ese tipo de excusas, que por reiterativas, ninguno de sus allegados ya les cree.

"Hacer sufrir activamente a otros aquello que ellos sufren en forma pasiva", según una celebre frase de Freud, es una de sus pasiones, tanto más intensa cuanto más prevalencia tengan dentro de su economía psíquica, los componentes psicopáticos que pueden y que de hecho suelen acompañar a los demás componentes de base, meramente obsesivos y depresivos. Actúa en ellos una especie de constipación crónica que afecta principalmente su conducta y su capacidad de concreción, lo cual a la larga se vuelve irritante, especialmente para los demás, pues quienes les rodean, terminan sintiendo que les manejan su tiempo y que se les obstruye con ello el uso de su libertad.

Es importante entender, que la procrastinación no es un problema generado por una falla en el sentido del tiempo o en su mensuración. Al contrario, quienes la viven no poseen menos habilidad para ello de la que tiene el común de la gente, -en tanto seres básicamente obsesivos, generalmente tienen mucho más, aunque quizás sean bastante más optimistas respecto a su manejo-, el tema tiene más que ver con poder definir con claridad las propias intenciones y con aprender a actuar en consecuencia, tolerando la angustia y enfrentando los obstáculos que se les despiertan en tales ocasiones, y asumiendo además como propios, los resultados de sus actos, aunque estos sean negativos.

La procastinación y la dilación de los actos no es más que el correlato natural y la extensión a nivel de la conducta de esa otra dilación que impone a nivel del pensamiento, el mecanismo obsesivo de la duda. No poder decidir entre A o B, si sí o si no, etc., respecto casi a cualquier tema en los casos graves, incluye entre otras cosas, el no poder decidir si ahora o después. Y cuando se elige ahora, surgen los obstáculos internos, las trabas y las autorestricciones ylos autosabotajes.

Es triste sólo poder hacer las cosas cuando a uno éstas ya no le pueden servir de nada, o cuando se tiene que sufrir tanto para su realización. Y hay algo delicioso en poder hacerlas a tiempo y en el momento apropiado; lo cual tiene mucho que ver con el propio alma, con un sentido interno de armonía y con la idea de la propia realización.

Pero para poder hacer esto, hay al parecer que poder sostener cierta angustia y una cierta incomodidad, angustia e incomodidad que se despiertan especialmente en estos seres, ante el simple hecho de poder dar por concretadas y terminadas las cosas, a veces hasta las más nimias. Para los procastinadores, esa incomodidad siempre se les presenta excesiva.

Quizás el tema involucre una cierta rebeldía, que en muchos casos puede estar relacionada con una reacción de rechazo frente a modelos educativos demasiado estrictos y asfixiantes en cuanto al manejo del tiempo vividos en la infancia, modelos que no dejaron suficiente espacio para el ordenamiento y para la autorregulación personal; y en otros, quizás, constituyan una forma de rebeldía frente al hecho de sabernos mortales, o frente a la conciencia de nuestra propia finitud y de nuestra propia muerte.

A veces con las postergaciones innecesarias y las posteriores urgencias. lo que uno busca es sentir el sabor de la adrenalina que estas despiertan, quizás porque uno se halla acostumbrado al estrés –el cual que es uno de los generadores más importantes de adrenalina-, la cual en si misma nos produce un estado interno de sobre-activación que se vuelve adictivo. Cosa que puede llevarnos a disfrutar repetidamente del vértigo de lo que puede denominarse como “corriendo al borde del precipicio" o bien, "caminando en la corniza”, las cuales tiene bastante que ver, en muchos casos, con intentos de evitar caer en una depresión amenazante, latente y presentida; haciendo así las cosas siempre a último momento y con la tensión de no saber si se va a llegar, pero también con el goce de comprobar, si es que aún podemos. “¿Me estarán esperando aún parados en esa esquina, la gente que cite?, ¿Habrán pasado ya lista en la mesa de examen?”, ¿Estaré todavía a tiempo de llegar, antes que termine la reunión en el trabajo?”.

A veces lo que se posterga es una decisión que se ha vuelto demasiado difícil de tomar, a veces es el enfrentamiento con situaciones que a uno le despiertan un cierto temor o un exceso de angustia y para las cuales no se siente aún suficientemente preparado, aunque ya de hecho, no pueda llegar a prepararse más.

Los griegos reconocían en Cronos al dios del tiempo, el cual tenia para ellos dos manifestaciones básicas: una la del tiempo justo, taxativo, la del tiempo acordado; y la otra, la del tiempo oportuno. El drama de la procastinación es que en ella ambos tiempos nunca coinciden. Por eso se llega tarde a todos lados, se llega a destiempo, se llega apurado y se llega mal. Los temas involucrados son muchos, pero como para casi todo, quizás el mejor momento sea hoy. Hoy, porque por más que nos pese y en cierto sentido, hoy, ahora, en este mismo momento, es el único tiempo que hay.

Lic. Ramón Prieto.

Junio del 2009.

Borges, laberintos

Un comentario mínimo sobre Laberintos y un poema Borgiano referido a los mismos.

La imagen del laberinto ha tenido siempre un lugar preponderante dentro de la psicología, de la misma manera que la ha tenido desde siempre respecto a la comprensión de los problemas lógicos y emocionales que rodean a las complejidades de lo humano. Los laberintos de la duda, los de la angustia, los de la memoria, los laberintos relacionales, los pasionales, etc.. Pues todos ellos a pesar de sus distintos matices y de sus distintas facetas, remiten siempre a una misma imagen, a una misma estructura, y a una misma obsesión.

Básicamente la imagen de los laberintos nos remite a la idea de los espacios intrincados, a la de los callejones sin salida, y a la de la búsqueda de una liberación personal difícil de encontrar; lugares dentro de los cuales existe siempre en ellos, el riesgo de perderse y de darse cuenta con el tiempo, que uno no ha hecho otra cosa a pesar de sus esfuerzos, más que caminar en círculos sin saberlo y de volver a encontrarse cada tanto perdido y ubicado, respecto a un cierto tema que ya se creía superado, exactamente en el mismo lugar. Pues ocurre que los senderos de los laberintos son por definición intrincados, y que ellos se hallan a su vez siempre entrelazados. Como indicara Borges –quien escribiera sobre los mismos, lo mejor que se halla escrito jamás en nuestra lengua -, éstos tienden siempre a bifurcarse.


"No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da forma a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera."

Jorge Luis Borges, Laberinto. 1.969.


Existen básicamente tres tipos de laberintos en la literatura, y todos ellos constituyen metáforas validas de ciertos procesos operantes a veces de forma persistente en nuestro interior, y de nuestra posible y demasiadas veces reiterada posición o disposición personal desorientada, frente a ciertos problemas y dilemas vitales; problemas y dilemas que se nos plantean, férrea e inevitablemente, cada tanto en nuestra vida.

Existe en primer lugar el laberinto clásico, el cual no es otro que el de la mitología griega; el laberinto de Ariadna, el de Tebas, el de Teseo y el del Minotauro. Laberinto dentro del cual esta implícita la idea de que hay algo que resolver, antes de poder hallar una salida; única forma de poder volver a encontrarse con el aire, con el sol, con la luz y con la libertad. La imagen del Minotauro que custodia sus dominios, representa por supuesto el desafío y el obstáculo a vencer.

Hay por otro lado lo que se denomina el laberinto Mañierista; el cual agrega básicamente a lo ya dicho, el hecho de que el punto de entrada no coincide nunca con el de salida. Imagen que se ajusta más a la realidad de la resolución de problemas serios y a la psicoterapia, pues ambas cosas suponen ciertos cambios internos de quien, impulsado por su dolor, por su hartazgo, por sus angustias, o por sus deseos postergados y ya no postergables, se arriesga al fin –generalmente después de mucho tiempo-, a recorrer tales caminos. En este caso, la distancia que media entre el punto de entrada y el de salida, consiste siempre e inevitablemente, en un proceso de crecimiento y de esfuerzo personal, lo cual supone la elaboración de los montantes de angustia que preservan tales dominios.

Existe por último el laberinto llamado Rizomático o laberinto en red, que es un tipo de laberinto que tiene más que ver con el tiempo que con el espacio; pues el mismo no tiene ni centro ni salida, y donde habitar en él, es en sí, de hecho; una forma detenida, empantanada y cristalizada del ser.

Es éste el tipo de laberinto con el cual no deseamos mucho encontrarnos en psicología, pues el mismo, tanto por su naturaleza como por su propia estructura interna, así como por su peculiar, recurrente y esforzada obstinación en seguir siendo idéntico a sí mismo a través del tiempo; carece generalmente tanto de salida, como de resolución. Aunque ello por suerte, algunas de las veces, no signifique necesariamente un "para siempre" o "un nunca jamás".

Hay algo del orden de la desorientación y de la eternidad en la idea de los laberintos, pero a su vez algo que alude magníficamente, a la capacidad humana de superación y a su capacidad de dilucidar problemas intrincados; lo cual creo sinceramente, que a cada uno de nosotros en tanto individuos, en algún momento de nuestra vida, se nos impone siempre resolver.


Ramón Prieto.


Noviembre del 2009.

Relaciones pasionales


en homenaje a Piera Aulagnier.

Tanto la relación del adicto con el objeto droga -sea ésta cocaína, nicotina, alcohol o cualquier otra sustancia-, la del jugador compulsivo con la mesa de juego; así como la de esos seres que viven desesperados por el deseo, el reconocimiento o el amor de un otro, constituyen prototipos privilegiados de un tipo de relaciones, que pueden y que de hecho deben ser calificadas de pasionales.

No hablamos aquí de las pasiones “nobles”, ni de las pasiones serenas –aunque en esto último ya se plantee una contradicción-; ni de esos amores intensos que tienen entre sus componentes naturales una fuerte dimensión pasional, pero que en sí mismos y en principio, se hallan encuadrados dentro de un régimen de equitatividad, de simetría y de respeto mutuo.

De lo que aquí hablamos es de lo que comúnmente se denomina “locura pasional”, vivida por sólo uno de los miembros de una dupla. La cual atañe a muchísimos hombres y mujeres, aunque la misma sea pasajera, y aunque los involucrados en su conjunto y en un momento dado, sólo constituyan una parte exigua de la población.

Se ha dicho acertadamente que es muy difícil que alguien recorra su vida sin embarcase en algún momento –especialmente en su juventud, o durante la llamada crisis de la mitad de la vida-, en algún tipo de relación pasional peligrosa; peligrosa tanto en términos de su posible y comprobada incontrolabilidad, como en términos de su potencial capacidad destructiva.

Las mencionadas no son las únicas relaciones pasionales posibles por supuesto, la relación con ciertas ideas, con ciertas ideologías políticas o concepciones religiosas y con muchas otras posibles visiones sectarias de la realidad, también pueden asumir un caríz semejante; pero en la vida cotidiana y desde una perspectiva individual, las tres primeras son con mucho las más importantes. Y ello tanto por los niveles de dependencia y de intensidad que éstas pueden alcanzar; así como por el numero de personas que de hecho las viven, con mayor o menor grado de satisfacción, de resignación o de dolor emocional intenso.

Acostumbrados a pensar en estas relaciones como manifestaciones de deseos; -de deseos peligrosos, de deseos dañinos, de deseos perjudiciales o como se los quiera llamar, pero de deseos al fin-, es fácil que nos pase desapercibida la existencia y la importancia de un rasgo en común que las caracteriza a todas, y que pocos analistas describieran con la claridad y con la profundidad con que lo hiciera Piera Aulagnier*:

“La pasión por la droga o por el juego, al igual que la que toma por objeto el Yo de un otro, concierne a esos sujetos en quienes la droga, el juego o la relación con otra persona, no sólo se han convertido en la fuente del único placer que cuenta realmente para ellos, sino la de un placer que se les ha vuelto necesario” (1)

Es esta resignificación del objeto de la pasión, que originalmente pertenecía al orden del deseo y que pasa a ser recategorizado en el plano de lo necesario, lo que otorga al encuentro con él mismo, una perentoriedad y una imposibilidad de sustitución, que habrá de signar tanto las características como el tipo de vinculo que el sujeto habrá de mantener con él, una vez transcurridas las primeras etapas del proceso. Relación que de no interrumpirse, tiende paulatinamente hacia una cada vez más generalizada absorción de éste por parte del objeto, pues el peso gravitatorio que el mismo adquiere dentro de su economía psíquica, le otorga al mismo, un lugar cada vez más privilegiado dentro de sus expectativas de satisfacción.

La fuente de otro posible placer que más sufre el acallamiento impuesto por estas formas de pasión es generalmente la sexualidad. “No hay geishas ni amantes dentro de los fumaderos de opio” (2), recuerda Aulagnier. Y aún en los casos en que la dependencia hacia otra persona adopta la forma de dependencia erótica y se presenta ante nuestros ojos como pletórica de fuerza, de emociones y de sensualidad, dichos componentes no son los que serían, ni cumplirían el fin que cumplen, sí la relación no fuera de servidumbre amorosa; pues ella siempre induce y encamina al sujeto hacia alguna forma límite de sometimiento y de pasividad.

¿De que tipo de placer podemos hablar entonces en estos casos?, pues al menos desde una perspectiva basada en el sentido común, no hay en ellos demasiados motivos para hablar de “satisfacción”; sobre todo a la luz del dolor y de las auto-recriminaciones que tanto el amante humillado, el drogadependiente o el jugador compulsivo, sienten y se hacen por lo general en forma creciente y cada vez más despiadada, luego de cada nuevo encuentro con el objeto de su pasión. Pues en ellos ya no se juega una cuestión de goce sereno, amable y amoroso en su mejor sentido, sino principalmente el alivio de la angustia causada por su ausencia o por la posibilidad de que ella ocurra; cuando no el de la desesperación.

Pregunta a al cual Aulagnier contesta: “La droga, al igual que la actividad del juego, produce un placer cuya intensidad y cuya valorización por el Yo, son proporcionales al riesgo de muerte y de destrucción física, psíquica y social que estos implican. La droga puede matar, el juego puede llevar a una situación en la cual puede no quedar pensar más salida que el suicidio, y el rechazo del ser amado desmesuradamente, también puede llevar a preferir idéntica resolución." (3)

Centrémonos entonces más, en el análisis de la relación pasional cuando es el Yo de otro el que se toma como centro. Sería un error creer que la pasión se define por un exceso de amor; entre el estado pasional y el estado amoroso, la diferencia no es cuantitativa sino cualitativa. En la relación pasional el Yo sitúa al Yo del otro como objeto de necesidad y por lo tanto a su propio Yo como privado de aquello, que solamente ese objeto podría hacer posible u otorgarle. Para que alguien pueda proyectar ese poder desmesurado y alienante sobre un otro, será necesario que éste se le presente a su vez como poseedor de un poder inmenso, como no careciendo de nada, como no teniendo en sí ninguna necesidad. Y lo que es peor; como no teniendo ningún deseo que sólo él pueda llegar a cumplimentar. De allí los celos y el fantasma de la infidelidad, siempre presente en estos casos.

Agreguemos que debido a todo ello, es propio de una relación pasional de este tipo, la preponderancia que toma rápidamente dentro de ella, la experiencia del sufrimiento. Si al principio la intensidad del placer sentido sorprende, conmociona o incluso anodada al sujeto; al poco tiempo, la intensidad y la duración de la experiencia de sufrimiento pasa paulatinamente a equilibrar la balanza y luego, a superar en mucho a la de los momentos de satisfacción, como de hecho, ocurre precisa e inevitablemente en cualquier otra forma de adicción.

Es crucial entender aquí, para comprender estos casos, que esto no debe considerarse como un mero subproducto o una simple consecuencia colateral indeseable del vínculo que une a ambos parteners, sino como la manifestación de algo propio, intrínseco e inseparable de este tipo de relación. Pues dicho sufrimiento, no es sino la manifestación descarnada del desbalance de poder y de la capacidad exacerbada de sufrimiento de quien se halla atado a este tipo de situación; del afloramiento de su disposición autodestructiva y de la ansiedad y de la desesperación que la ausencia del ser amado le provoca -ya sea por rechazo u abandono-, o bien por su temor anticipado de que ello pueda llegar a ocurrir. Siendo esto último, el equivalente exacto del síndrome de abstinencia que sobreviene en el adicto cuando la droga le falta o de la ansiedad que le despierta el temor de la posibilidad que ésta le pueda llegar a faltar; temor que es por otro lado idéntico, al que vive el jugador compulsivo al verse marginado de su mesa de juego.

Si quisiéramos plantear en forma esquemática y descriptiva algunos de los principales caracteres de éste tipo de relaciones, podíamos decir:

1) El sujeto apasionado puede llegar a sentirse como alguien capaz de provocar placer a su objeto, pero nunca como siendo el único que puede llegar a proporcionarle ese placer. Tampoco logra sentirse como teniendo la posibilidad de hacerlo sufrir, ya sea con su ausencia o por la retirada de su amor. Menos siente aún que pueda provocarle el dolor de los celos, ni el anhelo de estar con él. Es decir, no puede presentársele como necesario e indispensable, y siente además que no hay nada que pueda hacer al respecto, pues cada vez que lo intenta, se estrella contra la indiferencia, con la desestima del otro y con el fracaso de su pretensión; sin más alternativa que replegarse humillado, para volver a intentar conmoverlo la próxima vez.

De allí su sentimiento de desvalimiento, de impotencia y de desesperación, pues de hecho, se ve a si mismo comprometido e inmerso en una relación de dependencia y en un juego de poder que no sólo que sabe que lo desborda, sino que además sabe que esta perdiendo. Y como a esta altura del vínculo, lo que ya ha invertido en términos afectivos, emocionales, en tiempo y por lo general también en dinero es mucho; lo que ya ha perdido en cuanto a su imagen personal en el ámbito familiar, laboral, frente a sus amistades y frente a sí mismo, también pertenece al orden de lo excesivo; se le vuelve de hecho imposible alejarse de la situación aceptando su derrota, como una alternativa válida, aceptada, y aceptable, que lo pueda redimir.

Opera aquí lo que yo denomino “la psicología del jugador”, el cual cuanto más ha perdido, menos puede levantarse de la mesa de juego y retirarse con lo que aún le resta, pues se siente compelido a tratar de recuperar lo perdido, arriesgándolo todo en un fútil intento de resarcimiento, desesperado y final.

2) El sujeto atribuye al objeto un poder de placer exclusivo; el mismo se ha vuelto lo único que puede –cuando éste lo desea-, satisfacer lo que se ha tornado para él en una necesidad. Pero a su vez el mismo tiene sobre él, un poder de provocarle un sufrimiento enorme y desmesurado; hasta el punto de poder hacerle preferir la muerte, antes que tener que aceptar su ausencia, su rechazo o el hecho de no volver a verlo nunca más.

Es aquí donde el sujeto apasionado demuestra su capacidad diferencial y excesiva de sufrimiento; pues para éste, su capacidad de apasionamiento pasa a ser para él, la prueba irrefutable del carácter irresistible del objeto, así como de las dimensiones especiales y admirables, de su propia capacidad de amar.

Es por eso que ya no trata de alejarse del mismo; sino que por el contrario, termina empecinándose en él. En parte y más allá de una explicación centrada en una versión simplista del masoquismo; porque a esa dimensión trágica del vinculo y a esa capacidad de tolerar el sufrimiento y a pesar de ello seguir adentrándose en el; éste pasa a interpretarla como una virtud personal, como un valor a la vez idealizado que merece y que debe ser a su vez sostenido a cualquier precio. Virtud y valor cuya pureza y cuya verdad, sólo pueden consagrarse estando dispuesto a sacrificarse y a inmolarse por él.

Idealización forzada que tiene en parte –sólo en parte-, un carácter restitutivo y compensatorio de la perdida de la propia imagen, pérdida que a partir de cierto momento se le impuso al sujeto por las angustias y por las humillaciones sufridas en su interacción con aquello que logro transformarse o que logro transformar, en el objeto de su obsesión. Obsesión que más tarde o más temprano habrá de exigir como ocurre siempre en estos casos, lo que se denomina “la prueba de amor”, ofrenda a la larga inevitable; sólo que en este caso, ella siempre consiste en la aceptación resignada de una tristeza y de una dependencia humillante, o incluso demasiadas veces, la de un daño mayor.

Objeto obligado, placer obligado, dolor obligado; espera obligada de ser a su vez reconocido y necesitado por el otro. Meta improbable; pues para que todo esto se dé, es necesario que el otro encuentre a su vez en la inducción pasional–, esto es, en provocar y en generar en alguien que se halle a su vez suficientemente predispuesto y vulnerable-, un placer y un dolor, al que éste ya no quiera, no intente, y no pueda renunciar.

* Piera Castoriaris-Aulagnier: psicoanalista francesa fallecida hace aproximadamente 20 años, quien integrara en sus inicios el movimiento Lacaniano, del cual se alejara años después para desarrollar ideas propias, que dejarían su marca en el pensamiento psicoanalítico actual. Referencias (1), (2) y (3): Alienación, amor, pasión: tres destinos del placer. Editorial Planeta, Bs. As., 1979; págs. 214, 217 y 222.


Lic. Ramón Prieto.


Febrero del 2009.