10/4/11

ARCHIVO GRAL. DEL BLOG

2009 (21)


▼ junio (6)
Autoestima vs. Autorespeto.
Fobia social, sus relaciones con la timidez.
La atención de enfermos crónicos, consecuencias para el cuidador
Pensamiento depresivo y depresión.

Trastornos de Ansiedad y Depresión.

Trastornos de Ansiedad.



▼ julio (7)

Inventario de Bienestar Psico-físico General (GHQ...

Inventario de Autoestima (RSES).

Escala de Depresión (ZDS).

Inventario de Fobia Social (SPIN).

Escala de Ansiedad y Depresión (GADS).

Escala de Desesperanza de Beck (EDB).

Escala de Evitación y Malestar Social (SADS).



▼ agosto (3)
Sobre el Stress.

Para pintar un Dragón, un artículo referido al desarrollo personal.

Pensamiento depresivo y depresión 2.



▼ noviembre (5)
Borges, laberintos.
Sobre la dilación.
Breve caracterización del concepto de Autoestima.
La Concepción del Hombre ante la Muerte.



▼ 2010 (10)


▼ julio (4)

Sobre el Síndrome de Estress Agudo o "Burn-out".

Encuesta de Autoestima - 1° Parte.

Encuesta de Autoestima - 2° Parte.

Encuesta de Autoestima - 3° Parte.


▼ agosto (6)

Trastornos de la Alimentación.

Entrevista Periodística sobre el Stres.

Fobia social, sus relaciones con la timidez.

Sobre el Deseo de Control.

Trastornos de Ansiedad y Depresión.



2011 (4)

enero (3)

Sobre el Abuso de Adultos Mayores

Sobre la Noción de Autoestima

Test de Estados de Animo


abril (2)

Relaciones Pasionales

ARCHIVO GRAL. DEL BLOG



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Relaciones Pasionales


En homenaje a Piera Aulagnier.


Tanto la relación del adicto con el objeto droga -sea ésta cocaína, nicotina, alcohol o cualquier otra sustancia-, la del jugador compulsivo con la mesa de juego; así como la de esos seres que viven desesperados por el deseo, el reconocimiento o el amor de un otro, constituyen prototipos privilegiados de un tipo de relaciones, que pueden y que de hecho deben ser calificadas de pasionales.

No hablamos aquí de las pasiones “nobles”, ni de las pasiones serenas –aunque en esto último ya se plantee una contradicción-; ni de esos amores intensos que tienen entre sus componentes naturales una fuerte dimensión pasional, pero que en sí mismos y en principio, se hallan encuadrados dentro de un régimen de equitatividad, de simetría y de respeto mutuo.

De lo que aquí hablamos es de lo que comúnmente se denomina “locura pasional”, vivida por sólo uno de los miembros de una dupla. La cual atañe a muchísimos hombres y mujeres, aunque la misma sea pasajera, y aunque los involucrados en su conjunto y en un momento dado, sólo constituyan una parte exigua de la población.

Se ha dicho acertadamente que es muy difícil que alguien recorra su vida sin embarcase en algún momento –especialmente en su juventud, o durante la llamada crisis de la mitad de la vida-, en algún tipo de relación pasional peligrosa; peligrosa tanto en términos de su posible y comprobada incontrolabilidad, como en términos de su potencial capacidad destructiva.

Las mencionadas no son las únicas relaciones pasionales posibles por supuesto, la relación con ciertas ideas, con ciertas ideologías políticas o concepciones religiosas y con muchas otras posibles visiones sectarias de la realidad, también pueden asumir un caríz semejante; pero en la vida cotidiana y desde una perspectiva individual, las tres primeras son con mucho las más importantes. Y ello tanto por los niveles de dependencia y de intensidad que éstas pueden alcanzar; así como por el numero de personas que de hecho las viven, con mayor o menor grado de satisfacción, de resignación o de dolor emocional intenso.

Acostumbrados a pensar en estas relaciones como manifestaciones de deseos; -de deseos peligrosos, de deseos dañinos, de deseos perjudiciales o como se los quiera llamar, pero de deseos al fin-, es fácil que nos pase desapercibida la existencia y la importancia de un rasgo en común que las caracteriza a todas, y que pocos analistas describieran con la claridad y con la profundidad con que lo hiciera Piera Aulagnier*: “La pasión por la droga o por el juego, al igual que la que toma por objeto el Yo de un otro, concierne a esos sujetos en quienes la droga, el juego o la relación con otra persona, no sólo se han convertido en la fuente del único placer que cuenta realmente para ellos, sino la de un placer que se les ha vuelto necesario” (1)
Es esta resignificación del objeto de la pasión, que originalmente pertenecía al orden del deseo y que pasa a ser recategorizado en el plano de lo necesario, lo que otorga al encuentro con él mismo, una perentoriedad y una imposibilidad de sustitución, que habrá de signar tanto las características como el tipo de vinculo que el sujeto habrá de mantener con él, una vez transcurridas las primeras etapas del proceso. Relación que de no interrumpirse, tiende paulatinamente hacia una cada vez más generalizada absorción de éste por parte del objeto, pues el peso gravitatorio que el mismo adquiere dentro de su economía psíquica, le otorga al mismo, un lugar cada vez más privilegiado dentro de sus expectativas de satisfacción.
La fuente de otro posible placer que más sufre el acallamiento impuesto por estas formas de pasión es generalmente la sexualidad. “No hay geishas ni amantes dentro de los fumaderos de opio” (2), recuerda Aulagnier. Y aún en los casos en que la dependencia hacia otra persona adopta la forma de dependencia erótica y se presenta ante nuestros ojos como pletórica de fuerza, de emociones y de sensualidad, dichos componentes no son los que serían, ni cumplirían el fin que cumplen, sí la relación no fuera de servidumbre amorosa; pues ella siempre induce y encamina al sujeto hacia alguna forma límite de sometimiento y de pasividad.
¿De que tipo de placer podemos hablar entonces en estos casos?, pues al menos desde una perspectiva basada en el sentido común, no hay en ellos demasiados motivos para hablar de “satisfacción”; sobre todo a la luz del dolor y de las auto-recriminaciones que tanto el amante humillado, el drogadependiente o el jugador compulsivo, sienten y se hacen por lo general en forma creciente y cada vez más despiadada, luego de cada nuevo encuentro con el objeto de su pasión. Pues en ellos ya no se juega una cuestión de goce sereno, amable y amoroso en su mejor sentido, sino principalmente el alivio de la angustia causada por su ausencia o por la posibilidad de que ella ocurra; cuando no el de la desesperación.
Pregunta a la cual Aulagnier contesta: “La droga, al igual que la actividad del juego, produce un placer cuya intensidad y cuya valorización por el Yo, son proporcionales al riesgo de muerte y de destrucción física, psíquica y social que estos implican. La droga puede matar, el juego puede llevar a una situación en la cual puede no quedar pensar más salida que el suicidio, y el rechazo del ser amado desmesuradamente, también puede llevar a preferir idéntica resolución." (3)

Centrémonos entonces más, en el análisis de la relación pasional cuando es el Yo de otro el que se toma como centro. Sería un error creer que la pasión se define por un exceso de amor; entre el estado pasional y el estado amoroso, la diferencia no es cuantitativa sino cualitativa. En la relación pasional el Yo sitúa al Yo del otro como objeto de necesidad y por lo tanto a su propio Yo como privado de aquello, que solamente ese objeto podría hacer posible u otorgarle. Para que alguien pueda proyectar ese poder desmesurado y alienante sobre un otro, será necesario que éste se le presente a su vez como poseedor de un poder inmenso, como no careciendo de nada, como no teniendo en sí ninguna necesidad. Y lo que es peor; como no teniendo ningún deseo que sólo él pueda llegar a cumplimentar. De allí los celos y el fantasma de la infidelidad, siempre presente en estos casos.

Agreguemos que debido a todo ello, es propio de una relación pasional de este tipo, la preponderancia que toma rápidamente dentro de ella, la experiencia del sufrimiento. Si al principio la intensidad del placer sentido sorprende, conmociona o incluso anodada al sujeto; al poco tiempo, la intensidad y la duración de la experiencia de sufrimiento pasa paulatinamente a equilibrar la balanza y luego, a superar en mucho a la de los momentos de satisfacción, como de hecho, ocurre precisa e inevitablemente en cualquier otra forma de adicción.

Es crucial entender aquí, para comprender estos casos, que esto no debe considerarse como un mero subproducto o una simple consecuencia colateral indeseable del vínculo que une a ambos parteners, sino como la manifestación de algo propio, intrínseco e inseparable de este tipo de relación. Pues dicho sufrimiento, no es sino la manifestación descarnada del desbalance de poder y de la capacidad exacerbada de sufrimiento de quien se halla atado a este tipo de situación; del afloramiento de su disposición autodestructiva y de la ansiedad y de la desesperación que la ausencia del ser amado le provoca -ya sea por rechazo u abandono-, o bien por su temor anticipado de que ello pueda llegar a ocurrir. Siendo esto último, el equivalente exacto del síndrome de abstinencia que sobreviene en el adicto cuando la droga le falta o de la ansiedad que le despierta el temor de la posibilidad que ésta le pueda llegar a faltar; temor que es por otro lado idéntico, al que vive el jugador compulsivo al verse marginado de su mesa de juego.

Si quisiéramos plantear en forma esquemática y descriptiva algunos de los principales caracteres de éste tipo de relaciones, podíamos decir:
1) El sujeto apasionado puede llegar a sentirse como alguien capaz de provocar placer a su objeto, pero nunca como siendo el único que puede llegar a proporcionarle ese placer. Tampoco logra sentirse como teniendo la posibilidad de hacerlo sufrir, ya sea con su ausencia o por la retirada de su amor. Menos siente aún que pueda provocarle el dolor de los celos, ni el anhelo de estar con él. Es decir, no puede presentársele como necesario e indispensable, y siente además que no hay nada que pueda hacer al respecto, pues cada vez que lo intenta, se estrella contra la indiferencia, con la desestima del otro y con el fracaso de su pretensión; sin más alternativa que replegarse humillado, para volver a intentar conmoverlo la próxima vez.

De allí su sentimiento de desvalimiento, de impotencia y de desesperación, pues de hecho, se ve a si mismo comprometido e inmerso en una relación de dependencia y en un juego de poder que no sólo sabe que lo desborda, sino que además sabe que esta perdiendo. Y como a esta altura del vínculo, lo que ya ha invertido en términos afectivos, emocionales, en tiempo y por lo general también en dinero es mucho; lo que ya ha perdido en cuanto a su imagen personal en el ámbito familiar, laboral, frente a sus amistades y frente a sí mismo, también pertenece al orden de lo excesivo; se le vuelve de hecho imposible alejarse de la situación aceptando su derrota, como una alternativa válida, aceptada, y aceptable, que lo pueda redimir.
Opera aquí lo que yo denomino “la psicología del jugador”, el cual cuanto más ha perdido, menos puede levantarse de la mesa de juego y retirarse con lo que aún le resta, pues se siente compelido a tratar de recuperar lo perdido, arriesgándolo todo en un fútil intento de resarcimiento, desesperado y final.
2) El sujeto atribuye al objeto un poder de placer exclusivo; el mismo se ha vuelto lo único que puede –cuando éste lo desea-, satisfacer lo que se ha tornado para él en una necesidad. Pero a su vez el mismo tiene sobre él, un poder de provocarle un sufrimiento enorme y desmesurado; hasta el punto de poder hacerle preferir la muerte, antes que tener que aceptar su ausencia, su rechazo o el hecho de no volver a verlo nunca más.
Es aquí donde el sujeto apasionado demuestra su capacidad diferencial y excesiva de sufrimiento; pues para éste, su capacidad de apasionamiento pasa a ser para él, la prueba irrefutable del carácter irresistible del objeto, así como de las dimensiones especiales y admirables, de su propia capacidad de amar.

Es por eso que ya no trata de alejarse del mismo; sino que por el contrario, termina empecinándose en él. En parte y más allá de una explicación centrada en una versión simplista del masoquismo; porque a esa dimensión trágica del vinculo y a esa capacidad de tolerar el sufrimiento y a pesar de ello seguir adentrándose en el; éste pasa a interpretarla como una virtud personal, como un valor a la vez idealizado que merece y que debe ser a su vez sostenido a cualquier precio. Virtud y valor cuya pureza y cuya verdad, sólo pueden consagrarse estando dispuesto a sacrificarse y a inmolarse por él.

Idealización forzada que tiene en parte –sólo en parte-, un carácter restitutivo y compensatorio de la perdida de la propia imagen, pérdida que a partir de cierto momento se le impuso al sujeto por las angustias y por las humillaciones sufridas en su interacción con aquello que logro transformarse o que logro transformar, en el objeto de su obsesión. Obsesión que más tarde o más temprano habrá de exigir como ocurre siempre en estos casos, lo que se denomina “la prueba de amor”, ofrenda a la larga inevitable; sólo que en este caso, ella siempre consiste en la aceptación resignada de una tristeza y de una dependencia humillante, o incluso demasiadas veces, la de un daño mayor.

Objeto obligado, placer obligado, dolor obligado; espera obligada de ser a su vez reconocido y necesitado por el otro. Meta improbable; pues para que todo esto se dé, es necesario que el otro encuentre a su vez en la inducción pasional–, esto es, en provocar y en generar en alguien que se halle a su vez suficientemente predispuesto y vulnerable-, un placer y un dolor, al que éste no quiera, no intente, y ya no pueda renunciar.



                                                                                 Lic. Ramón Prieto.


* Piera Castoriaris-Aulagnier: psicoanalista francesa fallecida hace aproximadamente 20 años, quien integrara en sus inicios el movimiento Lacaniano, del cual se alejara años después para desarrollar ideas propias, que dejarían su marca en el pensamiento psicoanalítico actual. Referencias (1), (2) y (3): Alienación, amor, pasión: tres destinos del placer. Editorial Planeta, Bs. As., 1979; págs. 214, 217 y 222.
































29/1/11

Test de Estados de Animo

Durante el pasado año por al menos 2 semanas o más:

(Marque con una cruz lo que corresponda).



1.- Me sentí triste, infeliz y con un estado de animo bajo la mayor
parte del tiempo. Si __ No _


2.- No me interesaba realizar actividades de las que disfrutaba
con anterioridad. Si _  No _


3.- Tuve serios problemas para poder dormir o dormía demasiado. Si _ No _
4.- Tenia problemas para concentrarme y pensamientos raros y
confusos. Si _  No _

5.- La mayor parte del tiempo me sentía lentificado/a. Si _  No _

6.- Me sentía ansioso e incapaz de quedarme quieto. Si _ No _

7.- Me sentía inútil y sin valor. Si _ No _

8.- Tenia ideas recurrentes de muerte, de que me iba a morir
por alguna causa o que me iba a suicidar. Si _ No _ 

9.- Sin proponérmelo perdí mas del 5% de mi peso normal. Si _  No _

10.- La manifestación de síntomas como los arriba mencionados
causaron problemas en mi vida y fueron estresantes para mí. Si _ No _

11.- He experimentado episodios similares en mas de una ocasión
y con mas de 2 meses de intervalo entre ellos. Si _ No _

Si ha cumplimentado Ud. el presente cuestionario y desea recibir una contestación al respecto, remitalo a la dirección de e-mail que figura en este mismo blog, que yo habre de contestarle a la mayor brevedad posible, dentro de mis posibilidades.
   
Lic. R. Prieto.

Enero del 2011

28/1/11

Sobre la Noción de Autoestima

Nadie recorre su vida sin atravesar períodos en los cuales se ve afectado por una desvalorización de sí y por la perdida de confianza en sus propias capacidades; períodos en los cuales siente que no cuenta con los suficientes recursos como para enfrentar los embates que le plantea la realidad. Una realidad que a su vez, se ha vuelto cada vez más compleja, competitiva y demasiadas veces hostil.

Pero, cuando circunstancias personales adversas se combinan con sentimientos, ideas, conductas y actitudes emanadas de nuestra propia negatividad, la perdida de la propia valoración y de la confianza en sí mismo se maximíza y redunda en una alteración de la autoestima que con el tiempo tiende a cronificarse, haciéndose por lo tanto más difícil de erradicar. Pues una vez establecida esta configuración, la baja autoestima no es ya solo la resultante de la adversidad externa, combinada con una mayor o menor cuota de estancamiento o de negatividad personal, sino que la misma pasa a ser a su vez, una causa directa de su propio incremento; pues ella se convierte en generadora de nuevos problemas, de una mayor inhibición de nuestras capacidades y de menores rendimientos; lo cual determina nuevos fracasos y por lo tanto una mayor impotenciación y auto-desvalorización personal; cerrándose así el circulo vicioso de la perdida de la auto-imagen, a partir de fracasos verificados en el plano de lo real.

Fracasos que pueden comenzar en un sector muy específico de nuestra vida –por ejemplo, en lo laboral-, pero que debido a su importancia provoca un efecto llamado “dominó”, expandiéndose paulatinamente a otras áreas, afectando nuestra vida familiar, nuestra relación de pareja, los vínculos con nuestros hijos, la confianza en el futuro, etc.. Por supuesto, otras veces, ocurre en forma distinta y es el fracaso afectivo o familiar el que actúa como el disparador inicial de toda la secuencia.

Existen por otra parte personas que más allá de sus circunstancias y vicisitudes actuales, arrastran desde siempre un profundo sentimiento de inadecuación y de desvalorización personal, lo cual les quita la alegría y la voluntad de luchar por aquello que alguna vez consideraron valioso, lo cual limita fuertemente el nivel de satisfacción con el que transitan por la vida.

Cuando cualquiera de estos procesos toma cuerpo en nuestro interior, nos vemos empantanados en la triste paradoja de no poder hacer otra cosa más que pensar constantemente en nuestra situación, sin que por ello aumente ni siquiera un ápice, la probabilidad de que al día siguiente amanezcamos en un mundo distinto; un mundo en el que podamos encarar con más eficacia y con más determinación nuestros problemas; pues lo primero que perdemos en tales circunstancias es la capacidad de pensar con claridad y en especial, de actuar al respecto.

La búsqueda activa de anesteciamiento emocional, el escepticismo, la emergencia de distintas formas de tristeza y de depresión; la irrupción de miedos y de temores diversos destinados a evitar el enfrentamiento con situaciones que nos despiertan angustia –lo cual siempre determina una severa restricción de nuestras actividades y de nuestra vida de relación-; el refugio en la fantasía, el refugio en el recuerdo de un pasado mejor; el refugio en satisfacciones sustitutivas de carácter compulsivo; tales como la ingesta de ansiolíticos y barbitúricos, las alteraciones de la alimentación por exceso o por defecto, la violencia vincular, los problemas con del alcohol, el tabaquismo, etc.; fenómenos que detrás de una aparente función compensadora, cumplen siempre un papel de auto-castigo.

La hostilidad defensiva en las relaciones con los demás, el olvido de sí y la ausencia de proyectos vitales enfocados al futuro; son solo parte de las consecuencias negativas asociadas con la perdida de la propia autoestima. La mayoría de cuyas implicancias nos pasa desapercibida, por la misma insensibilización que esta misma condiciona y por todo el severo estrechamiento de nuestra conciencia, que nos impone la dinámica misma del proceso; así como también por la culpa que en tales circunstancias, podemos llegar a sentir frente a los demás y lo que es aún peor, frente a nosotros mismos.
Nadie puede sentirse bien consigo mismo cuando ha fracasado en su pareja, nadie tampoco puede sentirse cuando fracasa en su trabajo o cuando lo maltratan económica o éticamente dentro de él., ni tampoco cuando no cuenta con el respeto de sus hijos. Como tampoco nadie puede sentirse bien ante el dolor de una soledad no deseada, o cuando siente que dedico su vida a un sueño no realizado y que ya siente imposible de realizar.



Lic. R. Prieto



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Sobre el Abuso de Adultos Mayores

Las personas mayores tienen hoy más presencia que antes, son más visibles, más activas y más independientes de lo que eran unas décadas atrás. Su vida se ha prolongado, pues en términos generales gozan de un mejor estado de salud; lo cual ha incrementado su número y su peso relativo dentro de la pirámide demográfica. Pero también lamentablemente, y en forma paralela a este proceso de expansión poblacional, ha aumentado el número de casos de abuso sufridos por ellos; así como el número de casos de explotación y de abandono a las que se ven sometidos.

Cada año miles y miles de ancianos de nuestro país son victimas de abuso físico o psicológico, así como de otras variadas formas de maltrato y de desatención. A pesar de que no se cuenta con estadísticas abarcativas sobre el tema, se sabe por la experiencia acumulada respecto a otras formas de abuso y de explotación -el de la infancia por ej.-; que el numero de casos denunciados, es sólo una exigua porción de la realidad que los aqueja y que parte de quienes viven tales situaciones, mueren antes de lo que habrían de morir naturalmente, aún en el caso de no sufrir enfermedades crónicas u agudas, a las cuales responsabilizar.

Si se quiere definir en forma precisa el abuso a adultos mayores, puede decirse que este es: la imposición de cualquier daño físico, emocional o psicológico; o de abandono, intencional o inintencional: ejercido por parte de la persona o personas a cargo de su atención.

Como cualquier otra forma de abuso, el abuso de las personas mayores es un tema complejo, plagado de malentendidos, de desconocimiento y de concepciones preconcebidas. La “representación social” del abuso de las personas mayores se centra en la idea del abuso de ancianos en institutos geriátricos por parte del personal del mismo –en especial el de los institutos públicos a cargo del Estado-; o en personas mayores de baja condición social que viven solas y expuestas a las distintas formas del delito, del maltrato y del abuso ejercido por extraños.

Sin embargo:

· La mayoría de los casos de abuso de personas mayores no se da en dichas instituciones –aunque a su vez ocurra-, sino en el seno de los hogares donde éstos conviven con familiares u allegados. Y esto es así, por la sencilla razón de que sólo un pequeño porcentaje de la gente mayor habita normalmente en institutos geriátricos, ya sean públicos o privados. Además cuando el abuso ocurre a nivel institucional, el mismo se centra generalmente en aquellos internos que no son visitados, ni supervisados por sus familiares; sea porque carecen de ellos, o porque éstos ejercen alguna forma de abandono y de desatención.

· La mayoría de los cuadros de abuso y de maltrato lo ejercen en sus casas dichos familiares o bien personas ajenas a la familia contratadas para su atención.

Una situación típica, es la de la persona que enviuda –generalmente mujer-, y pasa a vivir con un hijo o hija que a su vez se halla lidiando con sus problemas económicos, familiares y personales, y con quien a su vez puede no haber tenido nunca una buena relación. En el marco de semejantes circunstancias el arribo de la persona mayor, generalmente dependiente y con una forma de vida ya muy estructurada, con sus hábitos, sus manías, los problemas propios de la edad -cuando no los del Halzheimer, la depresión, u otros cuadros invalidantes-, desequilibra el ya precario equilibro del sistema familiar al que se integra, sometiéndolo a mayores tensiones y montantes de estrés; el cual termina volcando hacia él su tensión acumulada, su frustración y su agresividad. Cosa que esta posibilitada y facilitada porque el anciano pasa a ser en ese entorno, el eslabón más débil y dependiente de la cadena y la persona que ocupa la posición más baja dentro la jerarquía de poder operante dentro del grupo, siendo por lo tanto el miembro con menores posibilidades de defenderse o de ejercer algún tipo de retaliación ante el maltrato que reciba de los demás.

Otra configuración frecuente, es la de un anciano que pasa a vivir con un hijo soltero o una hija soltera, con serios problemas personales –los cuales además de laborales, afectivos o relacionales, pueden ser también por supuesto de orden mental en términos psicopatológicos (personalidades agresivas, psicóticas; personalidades fronterizas o psicopáticas; adictos, delincuentes compulsivos, desadaptados, personalidades marginales, etc.), o bien gente resentida por sus propias frustraciones o por el trato recibido en su infancia o juventud por parte del que hoy es un adulto mayor a su cargo. Configuración peligrosa que generalmente da pie a situaciones aún más graves que la anterior, dada la ausencia de otras personas dentro del sistema que mantengan acotados las posibles tendencias al maltrato o a la desatención. Lo cual también ocurre en personas que viven con un cónyuge a su vez mayor u otro allegado, y que han sufrido las consecuencias de un accidente o enfermedad invalidante que los deja en relación a éste, en una posición de debilidad y de dependencia extrema, propia de ese tipo de situación.

· A pesar que existen casos de abuso hacia ancianos y hacia adultos mayores conmocionantes por su estridencia; la mayoría de las veces los mismos no pueden encuadrarse dentro de una figura penal, o de un cuadro que amerite u habilite una intervención policial plena. La mayoría de las veces las formas del maltrato y del abuso son sutiles y por lo general silenciosas; pudiendo incluso pasar desapercibidas durante bastante tiempo a un observador externo y circunstancial.

Nos encontramos aquí en el terreno de la descalificación y de la denigración a través del trato, en especial cuando no hay testigos presentes; en el de las demoras en atender a las necesidades básicas y urgentes de los ancianos, en el de disponer como propios de sus pertenencias en contra de su voluntad. Estamos también ante el calor evitable en el verano o el frío evitable en el invierno, en el retacearles el alimento, el agua o la vestimenta indispensable, y en el de no atender a sus necesidades mínimas de higiene y de cuidado personal. Estamos también en estos casos frente al dificultar a la persona mayor el contacto con sus seres queridos a los cuales no tiene acceso directo, a sus amistades de antañp o a sus nietos. Intención que también alimenta el ejercicio en muchos casos de un critica gratuita y malsana a su vida actual y a su vida pasada. en el de la denigración de sus recuerdos, etc.; pero también estamos en el terreno de la apropiación de sus bienes y en el de la enajenación de sus ingresos –por lo general magros-, en el de no procurarle asistencia medica cuando esta es necesaria o en el de no dar a la misma la regularidad y la continuidad que la situación amerita; en la submedicación, o en el de administrarle sin su conocimiento somníferos y barbitúricos para que no molesten durante el día, etc..

· El abuso físico puede variar desde los golpes leves en la cabeza y las cachetadas hasta contusiones severas; desde las duchas con agua fría, las pequeñas quemaduras, hasta el mantenerlos atados a las camas u a otro mueble con sogas o con cadenas para que no deambulen a su arbitrio por la casa.

· El abuso emocional o psicológico puede oscilar desde la asignación de apodos despectivos hasta las mas violentas y sutiles formas de acoso personal, pasando por otras conductas en parte ya mencionadas –denigración, descalificación, etc.-; pero también por la amenaza de castigo explicita o velada y otras formas más o menos directas de intimidación o persuasión.

Cuando un cuidador, sea este miembro de la familia o no, se comporta –ya sea a través del uso de la fuerza, del uso de la violencia, de las amenazas, del chantaje, de la intimidación o de cualquier otra forma de manipulación psíquica- para obligarlo a hacer lo que este no quiere-; de una manera que causa temor, angustia, ansiedad, dolor psíquico o estrés emocional en la persona mayor que se supone que esta encargado/a de cuidar, su conducta debe ser considerada como abusiva; aunque éste o ésta considere que la misma es necesaria para mantener controlado al anciano o que la misma redunda en su seguridad y beneficio, desde su punto de vista personal y subjetivo.

El abuso psíquico y emocional también incluye el tratar a las personas ancianas o mayores como si fuera niños, o el someterlos al aislamiento y al silencio dentro de sus propias casas y el mantenerlos desinformados de aquello que hace a sus intereses vitales; el recordarles innecesariamente la probable inminencia de su muerte o el inducir en estos una vivencia de falta de sentido o de significación de su existencia actual o de su pasado.

· Aunque no se lo asocie normalmente con la vejez, el abuso sexual también se verifica respecto a los adultos mayores; generalmente a través de formas de exhibicionismo por parte del cuidador, pero en ciertos casos también, a través de la violación, de la desnudez forzada, de hacerlos compartir una vida de promiscuidad, del obligarlo a ver pornografía, etc.

· El abuso económico como ya se mencionara, puede consistir en la apropiación de sus recursos, en el empleo abusivo de poderes de gestión, en la transferencia a nombre de los explotadores de su patrimonio mediante la sugestión, la amenaza, la falsificación de firmas o el engaño; y el mismo puede ser ejercido tanto por familiares como por extraños ajenos a su circulo familiar. Dentro de estos últimos se destacan, los apoderados, los albaceas, los abogados y escribanos, los agentes inmobiliarios, los prestadores de servicios médicos, los prestadores de servicios fúnebres y financieros, los compradores de objetos de arte y de antigüedades, etc., y muchas veces una parte de quienes se dicen sus amigos, preocupados por su bienestar y por su situación.



A veces las personas mayores se provocan daños a sí mismos a través de sus propias conductas (no alimentándose bien a pesar de contar con los elementos necesarios, se caen, se resbalan, algunos abusan del alcohol o de pastillas psicotrópicas, otros se dejan estar, etc.). Y si bien este articulo se centra en el análisis de situaciones de abuso perpretadas por quienes le rodean o por quienes entran en contacto con ellos en forma circunstancial; no puede dejar de señalarse y de reconocer que uno de los temas más difíciles para quienes tienen a su cargo el cuidado de adultos mayores –máxime en los casos en que estos sufren de alguna enfermedad física o psíquica degenerativa que altera severa y progresivamente su conducta-; es, ¿como compatibilizar el respeto por las decisiones y las conductas del mismo sin forzarlo o limitar coercitivamente su libertad? –en especial cuando éste ya no entiende de razones-, y ¿cómo compatibilizar esto con la necesidad de preservarlo a su vez de daños graves y de situaciones potencialmente peligrosas para su seguridad?.

Tampoco puede dejar de señalarse que muchos adultos mayores son abusados y maltratados a su vez por otros adultos mayores –en muchos casos porque estos son y han sido maltratadores y abusadores desde su juventud; pero las más de las veces porque se hallan sufriendo el proceso desorganizativo y degenerativo asociado a la demencia senil. Lo cual los torna egoístas, desconfiados, agresivos y abusivos para con los demás. Pero también porque quienes sufren de estas enfermedades que irrumpen con la edad, tienen conductas impulsivas impredecibles, tales como prender fuego a muebles o a cortinas en forma irreflexiva y repentina; hechos que redundan en situaciones fuertemente traumáticas y atemorizantes para cualquier otra persona mayor que viva con ellos. Y aunque tales conductas sea comprensibles a la luz de su enfermedad, tampoco puede ser toleradas en función de los derechos de la otra persona que vive con ellos.

Lo que es necesario resaltar es que si bien las formas del abuso y del maltrato son variadas y casi infinitas, todas ellas tienen un efecto en común: todas generan situaciones potencialmente peligrosas y sentimientos de desesperanza, de impotencia y de sumisión, y aíslan a su vez a quienes las sufren del contacto con aquellos que pueden llegar a brindarles la ayuda que necesitan en forma imperiosa.

Hay algo especialmente trágico en que una persona termine sus días siendo abusada, maltratada y denigrada; imbuida de miedo, de dolorosa conciencia de su debilidad y sumida en la desesperación. Eso es algo que en tanto humanos y en tanto ciudadanos de un estado de derecho, no se puede permitir.



Los signos más notorios de abuso en personas mayores suelen ser:



De Abuso Físico

· Moretones y arañazos en los brazos o en el cuello.

· Marcas de sogas o de cinturones en las muñecas o en los tobillos.

· La aparición repetitiva de heridas inexplicadas e inexplicables.

· La manifestación de comentarios que minimizan la importancia de las mismas por parte de sus cuidadores o cuidador.

· La negación del anciano de ir, o de sus cuidadores de llevarlo, a centros de atención a los que ya se ha concurrido en otras ocasiones a causa de otras heridas o contusiones previas.



De Abuso Emocional o Psicológico

· La falta de comunicación.

· Una actitud de aprehensión temerosa, y de desconfianza injustificada ante los demás.

· La falta de interés en los contactos sociales.

· Los problemas orgánicos o psiquiátricos recurrentes sin causa aparente.

· La existencia de una actitud evasiva con signos de temor y de ansiedad.



De Abuso Sexual

· La presencia inexplicable de sangrado vaginal o rectal.

· Ropa interior desgarrada o ensangrentada.

· Pechos magullados.

· Enfermedades venéreas o infecciones vaginales.



De Abuso Económico o Explotación

· El nivel de vida, la vestimenta etc., difiere significativamente de sus ingresos o patrimonio y/o del nivel de vida de sus cuidadores.

· Excesivo movimiento de cuentas, mora en pagos de servicios, cambios de titularidad, etc..

· Falta de concordancia de su firma en documentos, recibos y ordenes de pago.



De Abandono

· Ojos hundidos y perdida de peso.

· Deshidratación.

· Escaras en el cuerpo.





Si el abuso de los ancianos o el de los adultos puede llegar a tales extremos, es porque la diferencia de poder entre estos y sus cuidadores -como también ocurre en los niños-, es tan grande, que la misma facilita la manifestación de lo peor que puede haber en los otros, como también ocurre en un número mucho mayor de casos afortunadamente, que esa misma diferencia de poder despierta en quienes le rodean la solidaridad, el cuidado respetuoso, la contención emocional y el cariño.



El Abuso de Adultos Mayores, Otros Factores de Riesgo

Resulta obvio por lo mencionado hasta aquí, que el abuso de las personas mayores es un tema complejo en cuya causación intervienen múltiples factores. Estos factores –parte de los cuales ya han sido mencionados-, pueden ser agrupados en: 1) Situaciones familiares 2) Características y situación del cuidador y 3) Factores socio-culturales.



1) Situaciones familiares.

Las principales situaciones familiares que contribuyen al abuso de los mayores incluyen: los conflictos suscitados en ella por su propia presencia; la existencia de un patron y de un historial de violencia intrafamiliar previo o que tiene un curso y una existencia propia más allá de la presencia del anciano; el aislamiento social y los conflictos personales, las situaciones de estrés y las alteraciones mentales y/o sociopáticas de alguno o de algunos de sus miembros, incluyendo al adulto mayor; así como la ignorancia o la falta experiencia para implementar en forma suficientemente holgada y eficaz, las habilidades necesarias para manejarse ante el tipo de situaciones que la conducta o situación del adulto mayor puede plantear al sistema familiar como un todo o a alguno de sus miembros en particular.

La violencia conyugal e intergeneracional existente dentro de una familia puede a su vez prolongarse a lo largo de los años, y a medida que sus miembros de más edad envejecen, transformarse en un sistema relacional violento que tiene como victima a un anciano; sin que ello este determinado por su edad o por su condición de vulnerabilidad particular; siendo la violencia en estos casos, no más que la continuidad natural de patrones de interacción pre-existentes. Lo que sí puede agregarse con el tiempo es un incremento de la agresión hacia el miembro más débil que por supuesto es el anciano, o un desplazamiento en cuanto a el tipo de agresión que se verifica en función de las alteraciones físicas y psíquicas que va sufriendo la persona mayor (alteraciones en la memoria, imposibilidad de satisfacer en forma autónoma sus necesidades básicas, vulnerabilidad orgánica a las enfermedades, mayor dependencia emocional, etc.).

Este tipo de proceso tiene además la desventaja adicional respecto a las posibilidades de su evitación, de que constituye la menos denunciada de todas las situaciones de abuso, pues es difícil por ej. que una mujer que ha sido golpeada o maltratada durante 30 0 40 años soportando dicha situación en silencio, denuncie una situación que forma parte de su vida desde hace ya varias décadas.

Muchas veces una mujer que ha sido maltratada por su marido durante años, pasa a ser la victimaria de su cónyuge cuando éste a causa de su edad y de la irrupción en él de enfermedades o discapacidades asociadas a la edad, pasa a ser débil y dependiente e incapaz de defenderse de la agresividad y del rencor vengativo acumulado durante años por su esposa. A su vez –como en parte ya se indicó anteriormente-, si ha existido una historia de abuso y de violencia familiar hacia los hijos, estos al crecer y al pasar a tener a cargo a sus padres o a uno de ellos, pueden pasar a ejercer idéntica retaliación vengativa sobre éste o sobre éstos; lo cual si a su vez ello es observado en forma regular por sus propios hijos, puede redundar en la internalización en éstos de un patrón de conducta hacia la vejez que tarde o temprano en muchos casos, tomará como victima al actual agresor.

El estrés familiar, sobre todo cuando este es elevado, constituye de por sí otro factor de riesgo. La falta de disponibilidad de recursos económicos para atender las necesidades de la persona mayor -básicamente en lo relativo a los gastos derivados de su atención medica y medicamentos o de la necesidad de contratar a terceros que se hagan cargo de su atención en familias que deben salir a trabajar; la falta de disponibilidad de espacio que hace incompatible la presencia del anciano con la preservación de la intimidad, las posibles interferencias de éste en la formación de los hijos, etc., constituyen fuentes de conflictos que pueden suscitar actitudes de maltrato y de agresión. Lo que se quiere señalar es que no es indispensable la existencia de personalidades mórbidas –aunque estas a su vez existan-, para que se den situaciones de abuso hacia la vejez, basta reunir a gente común y ordinaria con situaciones suficientemente conflictivas y de estrés, con suficiente falta de recursos materiales, comportamentales, éticos y hasta espirituales podríamos decir, para que la situación de un medio familiar o de cualquier otro tipo de medio, acumule suficiente tensión, como para que pueda desbarrancarse hacia una situación de abuso.

El abuso económico de las personas mayores se vuelve a su vez mucho más probable, casi seguro podría decirse, cuando además los recursos económicos del anciano por pocos que estos sean, son los únicos que sostienen y abastecen al sistema familiar.

Otra situación frecuente que propicia el maltrato y el abuso en el medio familiar, es el que deriva de los conflictos e incompatibilidades entre un adulto mayor y su nuera o su yerno. Personas que quizás por falta de alternativa mejor, pasan muchas veces a convivir sin conocerse siendo distintas y no teniendo entre ellas los vínculos de sangre que puedan ayudarlos a tolerar los aspectos conflictivos y ríspidos de una convivencia forzada y no buscada o aceptada plenamente, con alguien que para ambos es un extraño. A esta situación demasiadas veces se agrega las dificultades adicionales que crea la propiciación de conflictos dentro de la pareja promovida por el adulto mayor.

También lo inverso es parte de la realidad, sobre todo a la luz de las sucesivas crisis económicas vivida por los argentinos en las ultimas décadas, crisis que junto a otros factores vinculados a la globalización y a los cambios en las técnicas productivas, dejaron a buena parte de la población joven de nuestro país fuera del sistema productivo, haciendo que miles y miles de parejas jóvenes o de individuos solteros volvieran a vivir con sus padres ya grandes, o nunca dejarán de vivir con ellos. Situación a la que le caben casi los mismas consideraciones que a la situación anterior, solo que aquí el abuso y el maltrato tiene un componente vejatorio adicional, porque se verifica en el propio territorio que el hoy adulto mayor, probablemente manejó antes a su voluntad y donde primaran sus modos de ser y su criterio.

El aislamiento social también constituye un factor contribuyente a las situaciones de abuso y el mismo es a su vez muchas veces, un indicador confiable de que dicha situación esta ocurriendo. Sobre todo en aquellos casos en que un grupo familiar que no se hallaba aislado, pasa a aislarse en poco tiempo a partir de la incorporación de un miembro nuevo o de nuevos miembros. Los abusadores generalmente imponen esa situación pues ella es una de sus garantías de poder seguirla ejerciendo con impunidad; las amenazas veladas o explicitas a quienes puedan delatarla, son también parte de su andamiaje protector destinado a poder dar continuidad al abuso. Situación que al respecto constituye una de las más peligrosas para el anciano, pues lo margina de quienes podrían eventualmente percibir y denunciar la situación, y dar su apoyo y asistencia a la persona abusada.

El aislamiento también puede corresponderse con el hecho de que la familia se halla tan concentrada y absorbida en cumplir con sus obligaciones normales y las que les plantea la atención de una persona mayor problemática, que ve agotada su capacidad de afrontarlas manteniendo a su vez la realización de aquellas actividades que le eran habituales.



2) Características y situación del cuidador.

Los problemas personales del cuidador pueden llevar a su vez a situaciones de abuso de personas mayores en estado de indefinición y de fragilidad. Estas incluyen como ya se mencionara anteriormente sus alteraciones mentales u emocionales, su nivel de estrés, su posible adicción al alcohol u a otras drogas, el desempleo, su dependencia económica de aquel al que cuida, su eventual personalidad violenta o impulsiva. A veces la persona mayor es la que precipita la violencia a través de ejercer la suya sobre quien lo cuida -cosa que ocurre frecuentemente en quienes sufren de Halzheimer, de demencia senil y de otros tipos de demencia, donde las barreras internas a la agresión y una visión objetiva de la realidad se desdibujan-. Especial importancia tienen las situaciones en que existen alteraciones anímicas o mentales complementarias entre el cuidador y la persona a su cargo, pues ellas constituyen un circulo vicioso retroalimentativo que muchas veces desemboca en una espiral de violencia; como es el caso de las adicciones por ej. donde estas provocan abuso maltrato o desatención, pero donde el estrés acumulativo incrementa a su vez una necesidad de escape de la situación, que lleva al incremento de la ingesta que a su vez determina mayor conflicto y agresión en un circulo repetitivo muy difícil de desarticular desde adentro.

El montante de estrés del cuidador es un poderoso propiciador tanto de situaciones de abuso como de situaciones de abandono, cuando éste debe lidiar cotidianamente con los problemas y las tensiones que le genera la presencia de un adulto mayor. La falta de experiencia en el cuidado de personas en estado de carencia y de discapacidad y la falta de conocimientos sobre la mejor forma de manejarse frente a ello para compatibilizar hasta donde sea posible sus necesidades con las del otro, complican seriamente la situación; pues induce en estos sensaciones de frustración, de rabia, de impotencia y de estar desperdiciando su propia vida; sensaciones que difícilmente no se traduzcan en alguna forma de maltrato, abandono o abuso hacia aquel que visualiza como responsable.

Son muchas las veces que ante esto, pero también enfrentados al deseo de asistir a la persona necesitada, quienes están a cargo de personas mayores con problemas serios se debaten en tensas sensaciones de ambivalencia entre el deseo de librarse de la situación y el reconocimiento de responsabilidad que les cabe frente a ella. Lo cual constituye una situación desgastante y dilemática que en psicología se conoce como “doble vinculo patológico”; pues la persona que participa en él en calidad de victima, se ve atrapada en una situación en la que pierde cosas valiosas para él o siente culpa ante el otro si lo abandona, pero también pierde cosas valiosas para él y siente culpa frente a sí mismo, si continua con su atención. Muchas veces el amor y el sentimiento de responsabilidad se cansan y entonces se produce el abandono. Otras lo que esta en juego no es cariño, respeto o un sentimiento de responsabilidad, sino simplemente una fuerte dependencia económica, dependencia que puede implicar incluso que el cuidador no tenga a donde ir, aunque quiera hacerlo.

Cuando la situación al respecto es al revez y es el cuidador quien dedica parte sustancial de sus recursos a la asistencia de una persona mayor, también suele generarse en él, el rechazo y el resentimiento que puede dar inicio a situaciones violentas y abusivas.



3) Factores socio-culturales

Ciertas actitudes sociales facilitan que las situaciones de abuso no sean detectadas y que por lo tanto se prolonguen en el tiempo. Tales actitudes incluyen la falta de consideración y de respeto por los adultos mayores y la tendencia social a considerar que lo que ocurre puertas adentro de una casa es un asunto de familia o de un vinculo en donde los ajenos a ella o a él, no deben intervenir.

La falta de respeto hacia los adultos mayores es un propiciador directo de su maltrato y de la posibilidad de que se ejerza violencia contra los mismos. Esta falta de respeto y de consideración evolucionó en forma paralela a la paulatina debilitación del rol de la ancianidad dentro de las sociedades modernas de corte occidental; debilitación coincidente con la perdida de los valores tradicionales y el aumento de la importancia de los factores de producción de bienes materiales de los cuales los adultos mayores están prácticamente marginados; no siendo los mismos tampoco actualmente un sector atractivo para el sistema comercial y financiero dado su bajo nivel de consumo en términos generales, en relación por ej. a la juventud; a pesar de constituir un sector importante y en expansión desde el punto de vista demográfico. (según cifras de INDEC, la población de 65 años y más constituye actualmente más del 10% de la población de nuestro país).

No siendo por lo tanto un sector contribuyente importante al bienestar y al progreso económico general, la ancianidad pasa a ser –incluso en forma inconsciente-, dentro del imaginario social, un subsector que a veces parece ser considerado tolerable pero en ultima instancia desatendible; lo cual contribuye a su victimización. Una vez producido este proceso dentro de la opinión publica como dentro del andamiaje institucional de los estados, las sociedades fallan en reconocer la importancia de asegurar a sus adultos mayores condiciones de vida dignas y alejadas de las miserias de las necesidades básicas insatisfechas y de las miserias de tener que sufrir situaciones abusivas en su vida.

La vergüenza y el temor a las represalias muchas veces inhiben a las personas mayores abusadas a solicitar ayuda, y aun cuando esto se verifica, si quienes son informados de la situación que éstos están viviendo, perciben que quien les plantea el problema, es a su vez –por su conducta o por su forma de ser-, parte generadora del mismo, tienden las más de las veces a replegase, aduciendo que ello no es parte de sus asuntos, ni algo en lo que se deban meter; y un tema que seguramente se arreglara por si mismo con el tiempo, cuando prevalezca nuevamente el sentido común y la razón.

Ciertas pautas culturales de ciertos grupos sociales –varios de origen extranjero-, cuyos referentes pertenecen a otra concepción de lo que es “normal” dentro de las pautas de interacción familiar y relacionales, ciertas convicciones religiosas y ciertas normas éticas de respeto a la autoridad o al rol del “jefe de familia”, pueden incidir fuertemente en el sostenimiento y perpetuación de condiciones abusivas. Incluso muchas personas abusadas, nacidas y criadas dentro de estas concepciones, no reconocen el hecho de estar siendo maltratadas, pues ni siquiera lo pueden visualizar o lo consideran parte de lo normal; pueden incluso no saber que tanto el abuso como el maltrato físico y el abandono de personas a cargo que están viviendo situaciones extremas de necesidad, constituyen delitos; como también puede ocurrir que desconozcan que pueden recibir ayuda al respecto, así como el tipo de ayuda que pueden llegar a recibir.

Esta variable socio-cultural también tiene una versión más cercana a la psicología y a la psicopatología a través de la activación en las victimas de abuso, de un mecanismo intra-psíquico conocido como “identificación con el agresor”; el cual constituye un mecanismo de defensa inconsciente que se activa y opera en forma automática e involuntaria en las victimas de maltrato grave sin posibilidades de escape, y que lleva a la persona abusada en estas circunstancias a un estado de sumisión y de alineación extrema. Estado por el que termina justificando la conducta de su abusador, culpándose y responsabilizandose incluso a sí mismo por ella; pues dado el nivel de angustia y de desesperación que se ha despertado dentro suyo y ante su indefensión frente a la situación que esta viviendo, ésta siente que ya no puede darse el lujo de entrar en mayores niveles de conflicto, ni en el plano externo ni en el plano intrasíquico, con su abusador.



Como puede prevenirse el abuso de los adultos mayores

Primero y ante todo promoviendo el respeto de los derechos de todos los miembros del cuerpo social; especialmente el de sus sectores más débiles y expuestos, que son por lo tanto los más vulnerables. Pues ninguna sociedad moderna tal como están éstas estructuradas actualmente, habrá de otorgar en la practica mayor consideración a sus ancianos y a sus adultos mayores en general, de la que otorga a su infancia, a sus elementos productivos u a cualquier otro subsector del mundo social.

Ya en términos más específicos promoviendo a través de la información sobre el tema, una concientización de la población en general al respecto, así como sobre la imperiosa necesidad de no ser indiferente a ella y denunciarla cuando lo situación lo amerite –que no es cuando la situación alcanza niveles de violencia extrema y sus daños y consecuencias son ya irreparables-. Una tarea esencial en este sentido es instruir y concienciar especialmente a aquellos que por su actividad profesional entran en contacto regular con personas mayores (Medicos, psicólogos, enfermeros, asistentes sociales, personal de obras sociales como el Pami, funcionarios y empleados del área de salud y de previsión social, defensoría del pueblo, miembros de cuerpos de seguridad, etc.). Integrar programas de difusión del tema dentro del sistema educativo secundario, también es algo que se debería realizar.

Más allá de la asistencia y apoyo que pueda brindarse a las victimas de abuso, también debería darse asistencia a las familias aisladas, o que por sus circunstancias socio-económicas y culturales carecen de los recursos materiales o de la instrucción para poder sobrellevar las situaciones difíciles que la atención de personas mayores puede presentarles. Información sobre los cambios de conducta esperables en adultos mayores aquejados del mal de Halzheimer y de demencia senil o de otros procesos involutivos tanto normales como anormales, también forma parte de las prioridades y tareas que debemos plantearnos como parte de nuestra misión.



Lic. Ramón Prieto

Enero del 2011.



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