5/8/10

Trastornos de la Alimentación

Estas alteraciones estrechamente vinculadas a la ansiedad, tienen como su eje a los hábitos alimentarios. Sus 2 manifestaciones más frecuentes son la anorexia nerviosa y la bulimia.

Quienes las padecen son en su inmensa mayoría mujeres (90% del total). Adolescentes y mujeres jóvenes, quienes en ciertos casos sufren de ambos trastornos en forma alternativa y que las más de las veces vieron irrumpir en ellas estos cuadros en la pre-adolescencia y en ciertos casos, incluso durante la niñez. La tercera de estas alteraciones lo constituye la ingesta compulsiva, siendo el 15% de quienes la sufren, varones.
La persona que padece de anorexia nerviosa se somete a sí misma a un régimen de inanición para tratar de alcanzar un ideal de delgadez que se siente compelida a encarnar; aunque de hecho nunca sienta que lo ha logrado, pues dicho ideal se vuelve dentro de ella cada vez más exigente, distante y esquivo, obligándola a redoblar permanentemente sus esfuerzos para su consecución.

La ingesta compulsiva se situa en cierta forma la vereda de enfrente, pues esta consiste en una alimentación desmedida durante periodos prolongados donde nunca parece poder alcanzarse una saciedad que no sea efímera. Mientras que la bulimia es un cuadro que podría denominarse intermedio, caracterizado por episodios de ingesta compulsiva seguidos de vómitos autoprovocados, de la realización de extenuantes ejercicios físicos y del uso de purgantes, diuréticos y otros productos, para tratar de anular los efectos de los episodios de ingesta desmedida.

Los trastornos de la alimentación generalmente se acompañan de síntomas de depresión y de cuadros de ansiedad, así como del consumo de sustancias que ayuden a tolerar la culpa, las auto-recriminaciones, el sufrimiento por la autoimagen, la pérdida de la autoestima, el accionar de las fantasías inconscientes que subyacen a los distintos procesos y el fracaso de los esfuerzos para ocultar la situación.

La preocupación obsesiva por las calorías ingeridas, la importancia desmedida que adquiere una imagen distorsionada del propio cuerpo en la autoevaluación y en la autovaloración; la tendencia a comer en aislamiento, muchas veces a escondidas; las alteraciones en la menstruación, las dificultades con la sexualidad -especialmente por frigidez-, la imposibilidad de la maternidad. Y además en los casos de ingesta compulsiva: la velocidad en el comer, el comer hasta el hartazgo, el comer sin apetito, el sentirse avergonzado por la forma de comer ante los demás; constituyen a su vez síntomas adicionales a los anteriormente mencionados.

Los trastornos físicos derivados de estos cuadros conforman una lista demasiado extensa de enumerar y ubican a los mismos entre los que mayor mortalidad producen entre quienes los padecen.

No es la depresión la alteración mental que más muertes provoca, a pesar de una convicción muy difundida, son los trastornos de la alimentación (20%); pues a las muertes vinculadas a ellos a través del suicidio, deben agregarse las provocadas por los trastornos físicos que estos generan, en forma directa o indirecta. Muertes que se producen principalmente a causa de problemas cardiovasculares y renales, por deterioro del sistema inmunológico, por arteroesclerosis, debido a descompensaciones provocadas por la diabetes asociada a la obesidad, y por muchos otros problemas más de orfen fisiológico.

Baste solo señalar, que casi el 10% de las adolescentes y mujeres jóvenes que hoy sufren de anorexia, las cuales son miles y miles en nuestro país (del 2 al 3% del total de la población), morirán a consecuencia de alteraciones orgánicas vinculadas a ella, mientras que parte del resto verá de alguna manera acortada su vida, por el desgaste sufrido durante los años en que sufrieron de la alteración; por lo que el diagnóstico precoz de este cuadro y de los demás trastornos de la alimentación, no sólo es algo esencial y prioritario, sino además por lo general perentorio.

Respecto al tratamiento de los trastornos de la alimentación, tanto por razones de espacio como por la importancia de subrayar aquí, hasta donde sea posible la cuestión; me limitaré a recalcar que el mismo no puede ser otra cosa más que un tratamiento interdisciplinario. Uno que reúna los esfuerzos de la clínica médica con la atención psiquiátrica si es que esta es necesaria y la asistencia psicológica.

La medicina, porque los estragos de orden físico que estos trastornos provocan al poco tiempo de manifestarse, ya son por lo general graves; lo segundo porque tanto la psiquiatría –operando sobre los componentes depresivos y de ansiedad básicamente a través de la medicación- debe, cuando estas no están dadas, crear las condiciones que hagan posible una psicoterapia ejercida por la psicología. Pues ella debe hacerse cargo del tratamiento de las causas subyacentes de las situaciones a las que se llegó (entre las figuran en casos extremos: la violencia familiar vivida en la infancia, cuando no la violencia actual, los modelos disfuncionales aportados por familias donde existían a su vez serios problemas con la alimentación o con adicciones; el abuso o el abandono infantil o la indiferencia afectiva, etc.). Así como también debe hacerse cargo de ayudar al paciente a la elaboración de los componentes depresivos y de ansiedad que puedan apuntalar en la actualidad a cada afección y a cada proceso en particular. Pues sin la elaboración y desmantelamiento de estos factores, no hay esfuerzo que pueda realizar la clínica médica o la psiquiatría que no esté condenado a otra cosa que al fracaso.


Lic. Ramón Prieto

Agosto del 2010

No hay comentarios: