30/11/09

La Concepción del Hombre ante la Muerte

Vivimos limitados entre cuatro paredes, el tiempo,
el espacio, lo que hay antes de nacer y lo que hay
después de morir. Y una de las cosas que la vida nos
enseña a poco de haber nacido, es que algún día moriremos.

Anon, S. Una mirada hacia el más allá. Año 2.004. (1)
A modo de prefacio:

Imposible, más allá de las inevitables limitaciones que impone una breve monografía, intentar abarcar aquí, la inmensidad de la idea de la muerte en el hombre.

La muerte como entidad real, la muerte imaginaria, la muerte entendida como un final inaceptable y aborrecida por nuestro Ego, por nuestro narcisismo y por nuestro Yo; o bien vivida, como un símbolo de liberación y de apertura a una trascendencia anhelada. La muerte propia, la del otro, la deseada, la temida; la muerte autoinfligida a través del suicidio, o la surgida del orden natural, dado el simple paso del tiempo; de la enfermedad, de un accidente o de una voluntad ajena y asesina. La que nos imponen los Estados a través de sus guerras y de sus genocidios; los trastornos graves de ansiedad que la tienen como su eje dominante; el peso de las reflexiones sobre la muerte en la vida de los obsesivos; nos enfrenta a un universo demasiado amplio e imposible de abarcar, y esto es así, aunque sólo nos centremos dentro de los exiguos límites, de nuestra época y de nuestra cultura.

Aún si sólo nos restringieramos a las concepciones psicoanalíticas básicas, respecto a la génesis del reconocimiento, rechazo u aceptación de la idea de la muerte en el hombre; en la fascinación que ésta puede llegar a adquirir en ciertos seres a través de lo que se ha dado en llamar el trabajo de lo negativo; en las relaciones de la idea de vida y de la muerte con la vida pulsional y con la comprensible e inevitable aspiración humana de trascendencia -para citar sólo algunos conceptos-; sin siquiera mencionar los principales aportes realizados al respecto por otras escuelas psicológicas contemporáneas, por la psicología infantil y en especial por la tanatología, el tema excede toda posibilidad de realización para la mayoría de los mortales, entre quienes por supuesto, y lamentablemente me incluyo.

Por ello me limitare aquí, a hacer una breve recopilación de ciertas consideraciones de distintos autores, las cuales considero indispensables para un conocimiento mínimo e inicial sobre el tema.

Siendo mi formación básicamente psicoanalítica, dedicare una parte sustancial de este trabajo a las ideas de dicha escuela de pensamiento, pero en reconocimiento a la insoslayable importancia de los aportes realizados por las demás fuentes mencionadas, tratare de reunir aquí en una cierta unidad coherente, algunos de los conceptos básicos provenientes de las mismas.


Índice:

1.- Algunos conceptos básicos sobre la idea de la muerte en la obra de Sigmund Freud.

1.1.- Sobre nuestra actitud ante la muerte.

1.2.-Sobre la génesis del reconocimiento del hombre de su propia muerte y de su repudio ante ello.

1.3.- Las implicancias psíquicas de dicho reconocimiento.


2.- Aportes básicos de la Tanatología.

2.1.- Las ideas de Elisabeth Kübler-Ross.

2.2.- Las cinco fases del morir postuladas por Elisabeth Kübler-Ross.

3.- La percepción de la muerte en los niños.


4.- La idea de la muerte y los trastornos de ansiedad.

4.1- Trastorno de ansiedad generalizado.

4.2- Síndrome de stress post-traumático.


5.- Fragmento de la respuesta de Freud a una carta de Albert Einstein sobre la Guerra.


6.- Referencias bibliográfícas.



Inicio:

1.- Algunos conceptos básicos sobre la idea de la muerte en la obra de Sigmund Freud.


"En cuanto a mí, la única forma de inmortalidad limitada que reconozco posible, es ser apreciado tras mi muerte, por gente anónima."

Sigmund Freud. 1936. (2)


1.1.- Sobre nuestra actitud ante la muerte:

En su articulo de 1.915 “Consideraciones de Actualidad sobre la Guerra y la Muerte”, Freud postula que el hombre contemporáneo, frente los horrores de la 1° Guerra Mundial, debería admitir ante sí la ingenuidad o la deshonestidad de su actitud prevalente ante la muerte. En él afirma:

“El segundo factor del cual deduzco que hoy nos sentimos desorientados en este mundo (siendo el primero lo que denomina “Nuestra decepción ante la guerra.”, antes tan bello y familiar, es la perturbación de la actitud que hasta ahora veníamos observando ante la muerte. Debemos reconocer que esa actitud no era sincera. Nos pretendíamos dispuestos a sostener que la muerte era el desenlace natural de toda vida, que cada uno de nosotros era deudor de una muerte a la Naturaleza, que uno debía hallarse preparado a pagar tal deuda y que la muerte era cosa natural, indiscutible e inevitable. Pero, en realidad, solíamos conducirnos como si fuera de otro modo. Mostramos una patente inclinación a prescindir de la muerte, y a eliminarla de la vida. Hemos intentado silenciarla e incluso decimos, con frase proverbial, que pensamos tan poco en una cosa como en la muerte. Como en nuestra propia muerte, por supuesto. La muerte propia es, desde luego inimaginable, y cuantas veces lo intentamos podemos observar que continuamos siendo en ante ello meros espectadores. Así, la escuela psicoanalítica ha podido arriesgar el aserto de que, en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra propia inmortalidad.” (3)

Por supuesto que cualquier lector mínimamente avisado podría con derecho afirmar que si la propia muerte fuera para el hombre de hecho “inimaginable”, no sentiría temor ante ella, y ni siquiera menos, desesperación ante su certeza. Quizás hubiera sido una elección más feliz de Freud, utilizar aquí la expresión “aborrecible de imaginar” o el término “irrepresentable”, aunque en el fondo quizás ello fuera, sólo un mero e insustancial cambio de palabras. Quizás se ubique aquí Freud frente al tema, en una posición análoga al de la zoología frente a esas especies animales a las cuales -dado su sabido desarrollo neurológico-, no puede atribuirseles la posibilidad de la idea abstracta de la muerte, pero que a pesar de ello, retroceden ante la posibilidad de su ocurrencia, con una expresión de terror o de tristeza en sus ojos, que se asemeja mucho a lo humano.
Además, y especialmente Freud, sabía muy bien –ya que en buena parte él nos lo enseño a través de todos sus escritos sobre la angustia-, en especial sobre la angustia ante el abandono infantil, ante el desvalimiento vital, en sus escritos sobre la angustia de castración y sobre el peso prevalente de la idea de la muerte en los obsesivos-, que el hombre se sabía mortal mal que le pese, y que esa conciencia de su propia finitud podía llegar a estar en ciertos seres tan exacerbada y sobredimensionada, que la misma podía como lo puede de hecho, llegar a constituir un cuadro de ansiedad aguda extrema y paralizante. Basta remitirse a otras partes, ya no sólo de su obra, sino incluso de este mismo artículo en cuestión, para saber que lo que Freud quiso subrayar aquí, es que una parte de nosotros siempre se piensa inmortal. Tal como cuando en términos pueriles y cotidianos pensamos que las desgracias inaceptables e inelaborables, sólo habrán de ocurrirles a los otros. O como cuando reflexionamos en la vida y en la conducta de esa gente muy autodestructiva como por ej., los adictos graves; los cuales llevan a pensar que anhelan su propia muerte –cosa que es absolutamente cierto, al menos respecto a una parte de su ser; pero que en su mayoría se aterrorizan, se angustian y se deprimen como cualquier otro ser humano, cuando su fin les pasa a ser conciente e innegable.

Lo que Freud afirma aquí, es que si había en el hombre primordial, alguna conciencia de su propia muerte, ello era sólo porque una postura ulterior y más compleja en términos evolutivos, se había superpuesto a su trasfondo primitivo, suceso cuya génesis y desarrollo, aún había que explicar.


1.2.-Sobre la génesis del reconocimiento del hombre de su propia muerte y de su repudio ante ella:

“La muerte propia era, seguramente, para el hombre primordial, tan inimaginable e inverosímil como todavía lo es hoy para cualquiera de nosotros. Pero a éste se le planteaba un caso en el que convergían y chocaban dos actitudes contradictorias ante la misma, y este caso adquirió gran importancia en su vida y fue muy rico en lejanas y futuras consecuencias. Sucedió cuando el hombre primitivo vio morir a alguno de sus familiares, su mujer, su hijo o su amigo, a los que amaba, seguramente como nosotros a los nuestros, pues el amor no puede ser mucho más antiguo que el odio. Hizo entonces éste entonces en su dolor, la experiencia de que él también podía morir, y todo su ser se rebeló frente a ello.” (4)

Sabemos que dentro de esta concepción Freudiana, el mecanismo operante no es otro que el de la identificación, mecanismo mediante el cual y ganando terreno éste, frente el narcisismo primario, gracias al trabajo de Eros y de la libido -en tanto manifestaciónes de las pulsiones de vida que tienden al establecimiento de lazos afectivos y a la unión con otros seres-; se dio nacimiento en nuestra especie a una nueva estructura psíquica y a una nueva estructura del Yo. Un Yo más abierto que antes a la conciencia de sí, al reconocimiento de los otros, al reconocimiento de la realidad, y por lo tanto también, al inevitable reconocimiento de su propia muerte y de su propia finitud.

Inevitable señalar aquí, que el desarrollo del lenguaje cuya génesis es inconcebible fuera de los vínculos y de la interacción humana, fué la herramienta primigenia que permitió y que potenció semejantes desarrollos.


1.3.- Las implicancias psíquicas de dicho reconocimiento:

“El hombre no podía ya mantener alejada de sí la muerte, puesto que la había experimentado en el dolor por sus muertos; pero tampoco quería reconocerla, ya que le era imposible aceptarse muerto. Llegó, pues, a una transacción: admitió la muerte también para sí, pero le negó la significación de su aniquilamiento de la vida, cosa para la cual le habían faltado motivos a la muerte de sus enemigos.” (5)

“Ante el cadáver de la persona amada, el hombre primordial inventó los espíritus, y su sentimiento de culpabilidad por la satisfacción que se mezclaba a su duelo, hizo que estos espíritus primigenios fueran perversos demonios, a los cuales había que temer. Las transformaciones que la muerte acarrea le sugirieron la disociación del individuo en un cuerpo y en una o varias almas, y de este modo su ruta mental siguió una trayectoria paralela al proceso de desintegración que la muerte inicia. El recuerdo perdurable de los muertos fue la base de la suposición de otras existencias, y dio al hombre la idea de una supervivencia después de la muerte.” (6)

La idea del paraíso, la de la reencarnación, la de la transmigración de las almas, la del rencuentro en el más allá con los seres queridos; la creencia en su inmortalidad de los poderosos de la historia, tales como los faraones que ordenabann su embalzamamiento y la construcción de pirámides como su monumento funerario perenne, destinadas a ubicarlos en el orden de la eternidad, quizás tenga éste origen, o al menos uno análogo. Aquí lo que el hombre según Freud aborrece, es la idea de su finitud, la idea de la nada, la del silencio y del vacío; quizás incluso -y en cierta forma rencorosa-, hasta la idea de la continuidad y de la persistencia del mundo, luego de su propia desaparición.

Creo que Freud condensa, en esta frase, un elemento capital dentro de su estructura conceptual sobre el psiquismo y sobre nuestra historia evolutiva como especie; pues éste, no sólo es para él, el punto inicial del origen del mecanismo de la Negación, sino también el de la Conciencia Moral, del Ideal del Yo, del Yo-Ideal y del Súper-Yo. Lo cual posibilito para él con el tiempo, el surgimiento y el desarrollo de las instituciones y de los sistemas sociales, de la religión, del arte y de la cultura. En otras palabras, el desarrollo de nuestra civilización según hoy la entendemos.

Todos temas éstos, ya esbozados o planteados en su artículo “Tótem y Tabú” de 1.913 y en anteriores trabajos sobre Metapsicología publicados ese mismo año. Pero sería necesario esperar hasta 1.920 en que con “Mas Allá del Principio del Placer” y con “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”, con “El Yo y el Ello” de 1.923, con su artículo sobre “La Negación” de 1.925, con “El Porvenir de una Ilusión” de 1.926, con “El Malestar en la Cultura” de 1.929 y con su respuesta a una carta enviada por Einstein a través de su artículo “El Porqué de la Guerra” de 1.932. Expresara los conceptos que terminarían de constituir, de consolidar y de ampliar la estructura de los aportes Freudianos de orden psico-social y de raíz antropológica; tales como los que aquí nos ocupan y que por razones de espacio, hoy sólo puedo mencionar.

Temas que a su vez constituyeron el parangón freudiano y el equivalente dentro de su obra dedicada a lo psíquico, de los transcendentales desarrollos realizados por Darwin en el terreno de la biología a través de su Teoría de la Evolución, obra publicada en 1.856, cuatro años antes de su nascimiento. Temas que creo que también reflejan la afición de Freud por la Arqueología, la cual compartía para él con el psicoanálisis, el interés y el apasionamiento por desenterrar el pasado, lo invisible, lo olvidado y lo oculto.

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Se presentan a continuación algunos elementos básicos de Tanatología relativos a procesos operantes en pacientes desahusiados, tras recibir la noticia que han de morir a corto plazo debido a su enfermedad.


2.- Aportes básicos de la Tanatología:

Hemos de perder el miedo a morir y a la muerte, antes de poder ser verdaderamente libres para vivir.

Elisabeth Kübler-Ross. 2.002. (7)


2.1.- Las ideas de Elisabeth Kübler-Ross:

La Dra. Ross (1.926 - 2.004) es reconocida como la pionera mundial de la Tanatología. Nacida en Zurich, donde estudió medicina y psiquiatría, se trasladó a Nueva York en el año 1.958. Trabajando con enfermos mentales en uno de los Hospitales de esa ciudad -lugar donde se sintió horrorizada ante el maltrato y ante la desatención emocional que se les daba a los pacientes-. Con el tiempo se acercó a ella un grupo de seminaristas, quienes le pidieron que los ayudara a realizar un estudio sobre las crisis decisivas de la vida humana; crisis dentro de las cuales, ellos sabían por experiencia, que la máxima, la constituía el enfrentamiento de la gente con la certeza de su propia muerte. Ross aceptó la propuesta; pero pronto se dio cuenta de que todo lo que sabía sobre el tema, era lo descripto en sus frios textos de medicina y psiquiatría. Por lo que decidio comensar a entrevistar a multiplicidad de enfermos en fase terminal.

El resultado de estas conversaciones con cientos de pacientes, los publicó en su primer libro, titulado "Sobre la Muerte y los Moribundos” el cual le dio una amplia proyección internacional; obra en que describe el proceso que reconoció operante en el psiquismo de enfermos desahuciados, tras miles de entrevistas realizadas a lo largo de sus muchos años de labor. Elisabeth Kübler-Ross, murió a los 78 años de edad, luego de una vida plena, útil y fértil como pocas. (8)


2.2.- Las cinco fases del morir postuladas por Elisabeth Kübler-Ross:


Estas son: Negación y Aislamiento, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación.

Veamos un poco cada una de ellas con mayor detenimiento, para poder entender su real significado.


Primera fase: Negación y Aislamiento.

Cuando el paciente y su familia conocen el diagnóstico de una enfermedad fatal, la primera reacción según Ross, será casi siempre la negación.: "No, yo no, eso no puede ser cierto". Lo cual funciona para ella, como un amortiguador que permite al paciente recobrarse del shock inicial ante la noticia, para poder luego así, movilizar otros mecanismos de defensa menos radicales.

Tiempo después, aparecerá el aislamiento: hablará mucho el enfermo de su salud y de su enfermedad, así como de su vida y de su muerte, como si ellas fuesen situaciones afines que pudieran coexistir en forma paralela. El paciente afronta por un lado su deceso, pero persiste dentro de él un fuerte rasgo de esperanza. Luego volveremos sobre el tema de la esperanza, dada su importancia en muchos procesos vinculados al morir.

Dice Ross “Algunos enfermos utilizan la negación con algunos miembros del equipo de salud, e incluso con algunos de sus familiares. Escogen a la gente con la que pueden hablar sobre su enfermedad y sobre su muerte y fingen mejoría con los que parecen que no pueden tolerar la idea de su desaparición.” (9). Es decir, hablan más fácilmente con quienes respetan su deseo de negar su enfermedad. Al parecer según Ross, ésta les es necesario negarla, para poder mantener así un precario equilibrio psíquico, equilibrio ya profundamente fisurado y conmovido por su situación.


Segunda fase: Ira

Siempre según Ross, la primera reacción deja paso a una nueva. Cuando el paciente ya no puede, mantener la negación, ésta es sustituida por sentimientos de ira, rabia, envidia, resentimiento y desesperación. La pregunta reiterada es según Ross: “¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?” “Y su ira generalmente se proyecta contra el mundo circundante. Agredirán a los médicos y a las enfermeras, serán hostiles con quienes vayan a visitarlos, la vida y el mundo ya no tiene sentido, si es que estos ya no van a estar más en él.”


Tercera fase: Negociación

Esta es la menos conocida de las fases y dura según Ross, cortos períodos de tiempo. Pero es al parecer igualmente necesaria tanto para el paciente como para su familia, La idea implícita es que si no se pudo afrontar la cruel realidad en un principio, y se enojaron profundamente con todo ser viviente e incluso siendo creyentes, se enojaron con su Dios, en un segundo momento entonces, a lo mejor puedan llegar a un acuerdo con alguna fuerza externa lo suficientemente poderosa como para posponer lo inevitable. “Como lo hicimos de niños” dice Ross, aludiendo aquí a un mecanismo básico que conocemos como “Regresión”, tras lo cual prosigue: “Lo que el paciente más desea, es casi siempre que se prolongue su vida, o pasar el mayor tiempo sin sentir demasiado dolor y sin sufrir. El pacto que trata de establecer es un intento de diferir los hechos, y esto incluye la exigencia, de que se lo haga vivir hasta un plazo determinado, para estar suficientemente bien y para estar lo suficientemente preparado, para cuando le llegue su hora.” (10). Y aunque la mayoría de las veces realiza la promesa de que ya no pedirá, ni exigirá nada más, si se le otorga lo pedido, Ross afirma que casi ninguno de sus pacientes, cumplió nunca su promesa. “Quienes la cumplen –cosa que confiesan antes del final, son quienes se hacen esas promesas a sí mismos o a Dios en silencio; cosa que generalmente sólo dicen entre líneas aquienes los asisten o sólo ante un sacerdote. Por lo general la promesa de esta gente, va acompañada de otra relativa a dedicar lo que les queda de vida a Dios o a la Iglesia; o de donar su cuerpo, o partes de él, a la ciencia y al bien de los demás, etc..” (11)

Cuarta fase: Depresión.

Cuando el desahuciado ya no puede seguir negando su enfermedad ni sostener su rabia, empieza a tener la sensación de una gran pérdida y de vacío. Pérdida que puede aparecer por muy diferentes causas: amputaciones, cargas financieras, falta de presencia de seres queridos, deterioro físico, etc.. Lo cual se conoce como depresión reactiva. Lo que no siempre se tiene en cuenta, dice Ross “es el dolor preparatorio por el que tienen que pasar, quienes saben que se están muriendo”, (12). Por lo que denomina a este aspecto de la depresión, depresión anticipatoria. Ambas cosas son distintas, la depresión anticipatoria no aparece como resultado de pérdidas ya ocurridas, sino debido a la gran pérdida que esta por venir; siendo este aspecto de la fase según ella, normalmente silencioso.


Quinta fase: Aceptación.

“Si un paciente tuvo suficiente tiempo y se le ayudó suficientemente en todas las fases anteriores, llegará finalmente a la aceptación; su muerte ya no lo deprimirá, ni tampoco lo enojará demasiado. Podrá contemplar su fin con relativa calma, se sentirá débil y cansado y dormirá a menudo en muchos y breves intervalos, sintiendo una necesidad cada vez más grande “de dormir como un bebé.”” Dice Ross (13)

En esta aceptación hay un vaciamiento y un anesteciamiento afectivo frente a la situación que enfrenta el paciente. Esta parte del proceso sería para la autora, “como un descanso final antes del viaje.”, rememorando aquí la vieja idea tanto egipcia como budista e hinduista sobre la muerte, sobre la transmigración de las almas y sobre un viaje a otra forma de existencia ulterior.

Prácticamente ningún tanatólogo niega hoy día la existencia de fases u etapas psicológicas dentro del proceso del morir, cuando las personas son conscientes de ello con suficiente anticipación. La mayoría ha corroborado tanto la existencia de las fases enumeradas por Ross, así como la existencia e importancia en muchos casos del fenómeno de la esperanza y de la capacidad de aceptación. Lo cual en la práctica está muy unido en nuestra cultura a la fuerza de la fe religiosa que posee el enfermo, o a su capacidad de lo que hoy se denomina “capacidad de resilencia”, expresión que designa la capacidad de un ser, de tolerar y de batallar contra la adversidad y la muerte, lo cual facilita según el cognitivismo norteamericano, la manifestación en quienes la tienen, tanto de elevados niveles de esperanza, así como de aceptación.


3.- La percepción de la muerte en los niños.


La luna vino a la fragua, con su polizón de nardos.
El niño la mira, mira, el niño la esta mirando.
En el aire conmovido, mueve la luna sus brazos y enseña lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.

Frase inicial del poema a la muerte de un niño, de Federico García Lorca. 1.924. (14)


Para el psicoanálisis, y en términos generales para la psicología infantil, el desarrollo psicológico del niño le imposibilita darse cuenta inicialmente del fenómeno de la muerte y de sus implicancias. Su psiquismo se encuentra en sus primeros años, centrado en una perspectiva de la realidad apuntalada en parte, por en el desconocimiento de la muerte. Por lo cual su pensamiento presenta las características de desconocimiento, de omnipotencia de animismo, que ya vimos que Freud atribuye, al hombre primordial.

Opera aquí en el pensamiento de Freud una vieja y no por ello menos válida certeza de la biología: esto es, que la ontogenia reproduce la filogenia, lo cual significa que el infante humano en su aventura vital, recorre en gran medida, el mismo proceso evolutivo, recorrido por la humanidad en su inicio y en su lucha por la supervivencia..

El niño aquí según Freud, no parte de la negación sino del desconocimiento, pues no se puede internar negar aquello que se desconoce. Creo que lo importante en esto es que el análisis freudiano, relaciona su conocimiento de la muerte y con ello del conocimiento en general en la infancia, con el tema de los vínculos entre la gente, a través y de la capacidad del mismo, de retribuir el cuidado y el cariño recibido. Sabemos que si no lo recibe, el tema se complica mucho, así como sabemos que la capacidad de empatía y la capacidad de ponerse en el lugar del otro, en especial de su sufrimiento, es un rasgo adquirido y distintivo de lo humano.

“En cuanto a la muerte de los demás, el hombre civilizado evitará cuidadosamente hablar de semejante posibilidad cuando el destinado a morir puede oírle. Sólo los niños infringen esta restricción y se amenazan sin reparo unos a otros con las probabilidades de morir, e incluso llegan a enfrentar con la muerte a una persona amada, diciéndole por ejemplo: «Querida mamá, cuando tu te mueras, yo haré esto o lo otro.» El adulto civilizado no acogerá gustoso entre sus pensamientos el de la muerte de otra persona, sin tacharse de insensibilidad o de maldad, a menos que su profesión de médico o abogado, etc., le obligue a tenerla en cuenta. Y mucho menos se permitirá pensar en la muerte de otro cuando tal suceso comporte para él una ventaja en libertad, fortuna o posición social. Naturalmente, esta delicadeza nuestra no evita las muertes, pero cuando éstas llegan nos sentimos siempre hondamente conmovidos y como defraudados en nuestras esperanzas. Acentuamos siempre la motivación casual de la muerte, el accidente, la enfermedad, la infección, la ancianidad, y delatamos así nuestra tendencia a rebajar a la muerte de la categoría de una necesidad a la de un simple azar. Una acumulación de muerte nos parece siempre algo sobremanera espantoso. Ante el muerto mismo adoptamos una actitud singular, como de admiración a alguien que ha llevado a cabo algo muy difícil. Le eximimos de toda crítica; le perdonamos, eventualmente, todas sus faltas, disponemos que de mortuis nil nisi bonum, y hallamos justificado que en la oración fúnebre y en la inscripción sepulcral se le honre y ensalce. La consideración al muerto -que para nada la necesita- está para nosotros por encima de la verdad, y para la mayoría de nosotros, seguramente también por encima de la consideración a los vivos.” Sigmund. Freud. 1915. (15)

La falta de introspección del infante, aún en desarrollo, hacen que la muerte para el niño tenga un significado libre en gran medida de angustia y crueldad, por lo cual difiere de la significación adulta de la muerte. Sin embargo, el niño vivencia el morir como un viaje o un abandono, por lo que puede experimentarlo con mucha ansiedad y considerar esta dolorosa separación como un acto de agresión contra él. “Esa persona que murió por que no quiere estar conmigo”.

Los niños asocian la muerte principalmente a la pérdida de su objeto amoroso más preciado, su madre, y con ella todas las garantías de cuidado y amor incondicional que solían protegerlo de un mundo desconocido y hostil. Todo esto, además de temor le produce rabia, pues como ya dijimos, el niño cree que la muerte es una afrenta contra él, dado que el morir es para él dejarse morir sin perder la vida, alejándose como en un viaje. A su vez y al parecer, desconocen la posibilidad de su propia muerte dado que ésta constituye algo externo y ajeno, situación en la cual no hay mayor amenaza vital. En este sentido los niños tienden a ver la muerte como algo remoto en cuanto la aversión que les provoca los obliga a alejarla hasta el punto que quede fuera de su realidad. Ellos creen que el que evita la muerte, engañándola, no muere. Esta es al parecer una característica de su pensamiento, el cual no les permite dejar espacio a la inevitabilidad de la muerte, sin embargo frente a esta desarrollan defensas psicológicas tales como el pensamiento mágico, para poder sobreponerse al sentimiento de indefensión que la misma les produce.

Los psicólogos especializados en análisis infantil afirman que a los 4 años la idea de muerte es muy limitada en los niños, y el hecho de que ésta ocurra o se mencione su realidad no supone para ellos una emoción intensa. Antes de esta edad el niño tiene ciertas nociones ligadas a la muerte, pero éstas se traducen en intuiciones emocionales ligadas principalmente a la como ya se dijo, la ausencia de su madre.

Entre los 5 y los 7 años, los niños comienzan a entender que la muerte es irreversible e universal, o sea que todas las cosas que están vivas habrán de morir y también comprenden que todas las funciones de la vida terminan con la muerte. Según Piaget estas características se desarrollan cuando los niños pasan del pensamiento pre-operacional al operacional concreto. Durante esta etapa el niño busca reafirmar su conocimiento objetivo, y vuelca sus esfuerzos al entendimiento de las pautas de su cultura y de los límites de las cosas. (16)

En tal sentido los códigos de significación cultural constituyen una buena base para la elaboración más acabada del concepto de la muerte. Las explicaciones míticas ya no le son convincentes, pasando de un razonamiento mágico a un pensamiento más realista. En esta etapa la muerte adquiere para él una connotación emocional mucho más intensa, el cual comienza a temer la muerte de sus seres queridos. El hecho de morir se tiñe en su mente con las ansiedades de su cultura, y pese a no tener conciencia de la posibilidad objetiva de morir, reconoce a la muerte como una clara y decisiva experiencia humana imposible de evitar.

Ya a la edad de 8-10 años acepta que todos moriremos, asimila con todo realismo el hecho de tener que morir más adelante. No todos los autores concuerdan en cuanto al grado de conciencia real que tienen los niños sobre las diferentes dimensiones de éste acontecimiento, y prefieren hablar de etapas no tan marcadas y otorgar un poco más de flexibilidad en el desarrollo de la elaboración de un concepto tan complejo como lo es el de la muerte. Por lo tanto, hablar de etapas taxativas en el plano ontogénico y evolutivo, es sólo útil para captar la secuencia del desarrollo y formación genérica de la idea en el niño de la muerte.

Diversos autores reconocen operativas en la infancia, éstas etapas:

1º etapa en que el niño es incapaz de comprender el problema de la muerte.

2º etapa en que la muerte se relaciona con una ausencia provisional.

3º etapa en que la muerte se integra en una imagen del mundo mediante elementos culturales, tales como la violencia cotidiana o la guerra.

4º etapa en que el niño elabora la idea de su irremediable destrucción.

El hecho de que la cultura de masas otorgue un espacio al hecho de que el dolor y la muerte se lleguen a no sentir y se reivindiquen, mantienen la armonía de su continuidad en el imaginario “colectivo”. Y ello viene por supuesto, unido al tema de su legitimación. Es bueno morir como un héroe, y es malo morir como uno más.

Ahora bien, basta dar una mirada hacia el interior de nuestra cultura para encontrarnos con por un lado la sobre-exaltación de la vida, basada en su energía, en su dinámica y en su desarrollo, y una especie de sistemática negación de la muerte, cosa que la realidad del delito violento y asesino que hoy vivimos, a subvertido ampliamente.

El niño quiere saber que ocurre cuando se muere; busca la respuesta en sus padres quienes no confían en su capacidad de entender la situación, y creyendo protegerlo lo envuelven en un manto de mentiras piadosas que éste no cree pero que quizás en el fondo agradece. Pero, bueno, nuestra cultura nos enseña a proteger a nuestros hijos de algo que es tan natural como la vida misma. Pero esta situación, disminuye las posibilidades de que logremos un duelo verdadero, dado que el duelo negado es el peor de los duelos, pues el mismo se transforma en un duelo imposible de elaborar.

Desde el punto de vista psicoanalítico, la muerte es sólo una realidad, sino una pulsión con una incidencia tan poderosa en nuestra vida, que nuestros impulsos dirigidos a ella constituyen parte importante de nuestra personalidad. Estos impulsos no son privativos del hombre, dado que operan en todas las criaturas vivientes y tienden a reducir la vida a su materia inerte y original. Dichos impulsos son los responsables según Freud de las tendencias autodestructivas, hetero-destructivas y agresivas hacia los otros.. Ello se traduce en que parte de nuestra naturaleza busca la muerte, se dirige a ésta como también se dirige a la unión y al amor. Esta dualidad básica e intrínseca se torna significativa para el niño, por eso a temprana edad alguno de ellos inician su exploración con la muerte de pequeños seres vivos, buscando la forma para asegurarse a sí mismo su individualidad y su potencia, actuando con superioridad ante estos seres, pero a la vez reteniendo sus impulsos agresivos e identificándose proyectivamente con sus víctimas. Esta experiencia condiciona de manera inevitable una buena parte de las respuestas del chico y de su desarrollo cognitivo respecto al concepto de la muerte.

En la medida en que el niño va desarrollando más destrezas tanto en el área biológica, social, cognitiva y emocional el concepto de la muerte dentro suyo, va evolucionando hacia causas más abstractas, como “enfermedades”, “hacerse mayor”, etc. el punto de cambio para esta parte del concepto de algo concreto a algo abstracto, parece situarse alrededor de los 7 años. A esta edad se produce en los chicos un gran temor en cuanto a su salud, dado que la relación que establece entre la enfermedad y la muerte a veces lo atormenta cuando está enfermo, cualquier síntoma; fiebre, catarro, o neumonía, pueden hacerlo creer que va a morir.

Los niños que se ven enfrentado al hecho de la muerte presentan una serie de reacciones, que si bien pueden no darse en un orden específico, ni aparecer todas ellas, si nos sirven para comprender el cómo lo vivencian en general:

1. La negación: el niño niega que la muerte haya ocurrido y parece que ésta no le ha afectado. Normalmente esto significa que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que sigue pretendiendo que la persona en cuestión esta viva.

2. Aflicción corporal: la muerte produce en el niño un estado de ansiedad que se expresa en síntomas físicos y/o emocionales.

3. Reacciones hostiles contra el difunto: el niño toma la muerte de una persona o animal como una afrenta personal por parte del difunto, que lo ha abandonado.

4. Reacciones hostiles hacia otros: el niño, generalmente, culpa a los otros de la muerte acaecida.

5. Sustitución: el niño rápidamente comienza a buscar el afecto de otros con el fin de sustituir la figura del difunto.

6. El niño asume las maneras del difunto, intentando conseguir a modo de identificación introyectiva, sus mismas características.

7. Idealización: el niño sobrevalora las cosas buenas del difunto y elimina los recuerdos de sus defectos, llegando incluso a falsear los recuerdos respecto al carácter y a la vida real del difunto.

8. Reacciones de ansiedad y de pánico, preocupándose por quién le cuidará en el futuro.

9. Reacciones de culpa: el niño puede pensar que la muerte tiene que ver con que «es malo» o ha tenido mal comportamiento, y elaborar a partir de aquí fantasías reparatorias y/o de muerte.

El dato esencial es que toda muerte requiere un duelo, y esta es una ley de la naturaleza, dado que si bien la estructura cultural de la vivencia varía, el sentido de la perdida es universal, con distinto matiz connotativo emocional, pero que no obstante revela su cualidad netamente humana. El niño debe poder desidentificarse de la causa de la muerte, además debe elaborar y aceptar a través de su experiencia la propia muerte futura en tanto que destino.



4.- El temor a la muerte y los trastornos de ansiedad:

Existen tres trastornos de ansiedad, fuertemente vinculados al temor y a la idea de la muerte: el Trastorno Agudo de Ansiedad, el Trastorno Generalizado de Ansiedad y el Síndrome de Estrés Post-traumático. Permítaseme que por razones de espacio me limite a presentar aquí, tan sólo dos de ellos.


4.1.- Trastorno generalizado de ansiedad:

Quienes lo padecen se sienten inundados de ideas y de pensamientos negativos sobre el futuro, sobre ellos mismos y sobre la realidad en su conjunto, lo cual puede llegar a incluir casi cualquier hecho cotidiano, más allá de su importancia o de su verdadera significación. Pensamientos del tipo: ¿Que ocurriría si pasa tal cosa?, ¿En ese caso, qué tendría que hacer o dejar de hacer?; “Si sucede -o si deja de suceder-, ya no habría nada que yo pudiera hacer al respecto”, etc.. Viviendo por lo tanto permanentemente atrapados en un circulo vicioso y repetitivo de aprensiones y de expectativas angustiantes sobre el futuro y sobre su situación, detrás del cual reside la idea de su muerte.

Los síntomas y consecuencias físicas y emocionales más comunes de los cuadros de ansiedad generalizada son:

- el temor a que ocurra lo peor, en cuanto a la familia, el trabajo, la salud, etc.

- las ideas y sentimientos depresivos que se imponen a la larga a partir de lo anterior o la irrupción de fijaciones obsesivas respecto a ciertas ideas u objetos.

- la perdida del interés por la sexualidad, por el desarrollo de proyectos personales, la perdida de la confianza en sí mismos y de su autovaloración.

- La instalación progresiva de un cuadro generalizado de estrés que determina entre muchas otras cosas, un deterioro inmunológico, insomnio, incapacidad de concentración e irritabilidad.

- El sufrimiento en forma más atenuada de los mismos concomitantes orgánicos y fisiológicos que existen en los trastornos de pánico.


Los cuadros de ansiedad generalizada no desembocan necesariamente en ataques de pánico, pero aún así pueden ser extremadamente incapacitantes; pues la preocupación intensa y sostenida por todo lo malo que puede llegar a suceder o por todo lo bueno que puede no llegar a verificarse, agota la energía, diluye el interés por la vida y provoca tan fuertes alteraciones de los estados de animo, que terminan entorpeciendo o arruinando la relación con los demás.



4.2.- Síndrome de estrés post- traumático:

El trastorno de estrés post-traumático es una condición de ansiedad extrema que surge con posterioridad a un hecho conmocionante. Casi nunca las personas que lo sufren pueden evitar recordar la experiencia vivida una y otra vez; recuerdos que se acompañan de casi la misma carga emocional que la que ésta despertó en su momento. Lo cual los lleva a revivir la situación cada tanto en forma automática o en ciertos lugares y fechas significativas, a través de pesadillas, ataques de llanto, recuerdos angustiosos y ataques de ansiedad.

Originalmente identificado como neurosis de guerra y luego como fatiga de combate -pues el cuadro fue inicialmente delimitado a partir de alteraciones que aquejaban a veteranos de guerra sometidos a los horrores de la primera guerra mundial-, el trastorno de estrés post-traumático fue luego reconocido además operante en prisioneros de campos de concentración, en sobrevivientes de catástrofes naturales, naufragios, accidentes aéreos, etc.; pero también en víctimas de robos violentos, raptos, violaciones, en testigos de homicidios, en víctimas de torturas, etc. Es decir en situaciones muy dramáticas o de extrema violencia, donde la posibilidad de la propia muerte o el haber sido testigo de la ajena –sobre todo la de seres queridos-, había dejado en las personas afectadas huellas indelebles y difíciles de borrar.

Quienes lo sufren también experimentan, alteraciones del sueño, sensación de indiferencia afectiva y aletargamiento emocional, o se sobresaltan ante la presencia de cualquier cosa vinculada a la experiencia traumática vivida. El estallido de los cohetes de año nuevo para un ex combatiente, de Malvinas por ej.; o el chirrido de la frenada de un auto para un sobreviviente de un accidente de tránsito, el olor a algo quemado para quien sobrevivió a un incendio, el sonido de voces altas que parecen iniciar una discusión violenta para testigos de un homicidio, etc.; retrotraen a quienes lo padecen al terror vivido con anterioridad. La recreación de la escena puede durar segundos, minutos, u horas, y es como si la persona fuese transportada a otro mundo y a otra realidad pretérita. Las reviviscencias se acompañan de percepciones, sonidos, voces, olores y otras sensaciones físicas, propias de las circunstancias que rodearon la experiencia original.

El síndrome de estrés pos-traumático puede presentarse a cualquier edad, incluso por supuesto en la infancia, en la cual se manifiesta principalmente a través de crisis de pánico, retraimiento, fobias y pesadillas. En los adultos el trastorno puede venir acompañado de depresión, de abuso de substancias anestesiantes como el alcohol u otras drogas, la ingesta de barbitúricos y ansiolíticos en forma indiscriminada, ataques de rabia, irritación y mal humor, y en muchos casos de intentos de suicidio y en ciertos casos de su consumación; lo cual se verifica con toda su crudeza y en forma especial, en el caso de excombatientes.

Por lo general el cuadro es más severo, si el hecho traumático fue ocasionado por una persona o por un grupo de personas en forma intencional, que si ello ocurrió por un hecho natural o por un accidente fortuito. Por ej., en términos generales, le es más difícil sobreponerse a la víctima de una violación o de un asalto violento, que a la víctima de una inundación. Y esto por la sencilla razón que lo primero dependió de una voluntad humana que no tendría que haber existido, o que tendría que haberse podido conjurar, mientras que lo segundo fue producto de las ciegas leyes de la naturaleza, que pueden ser muy dañinas, pero que carecen tanto de la intencionalidad como de la maldad que puede llegar a caracterizar a la voluntad humana. La culpa frente a sí mismo por haber estado expuesto a dicha maldad, la culpa y la impotencia por no haber podido defenderse, la frustración por no poder resarcirse por el daño y por la humillación recibida, actúa en muchos casos como un obstáculo adicional a los esfuerzos de superar la experiencia vivida.

Por supuesto que una catástrofe natural o un accidente importante aunque fuera involuntario, pero en el que hubo numerosas victimas o donde alguien sufrió daños y perdidas irreparables, puede tener para esa persona la misma dimensión y presentarle idéntica dificultad. Existe por otra parte lo que se denomina la culpa del sobreviviente, que agrega una adicional fuente de angustia para quien vivió éste tipo de situaciones, la cual es más fuerte cuanto más fuertes eran los lazos que unían al superviviente, con aquellos que no lograron salvarse; lo cual tiene mucho que ver en ciertos casos con suicidios, a veces realizados años después, por lo que no suele vinculárselos con la experiencia vivida.

En términos generales, cuanto más violento, más abrupto, más inesperado, más repetido, más irreparable y más costoso en términos emocionales, es un hecho, mayor será su potencialidad traumática y más dificultades habrá para su elaboración, en especial si la persona se retrae y lo intenta en forma aislada, sin buscar o sin conseguir, la ayuda de los demás.

No todas las personas que viven experiencias traumáticas sufren un cuadro de SEP. Éste solo se diagnostica si los síntomas duran más de un mes, los cuales por lo general se presentan luego de tres meses de acontecido el suceso traumático. El curso de la enfermedad varía según las características del mismo y las características, la personalidad, el estado físico y el estado emocional de la persona. Hay quienes se recuperan dentro de los 6 meses; a otros, los síntomas les duran mucho más. En algunos casos la condición se vuelve crónica y en otros la incidencia del hecho traumático no se detecta, sino hasta varios años después.


5.- Fragmento de la respuesta de Freud a una carta de Albert Einstein sobre la Guerra:

Se presenta aquí, parte de la respuesta de Freud a la carta que le dirigiera Albert Einstein en 1.932, sobre la forma de poder evitar o atenuar la sombra que se cernía sobre el mundo ya a principios de la década del 30, la cual no era más, que la inminencia del inicio de la 2° Guerra Mundial; la cual reclamaría la vida de 50 millones de personas, y que puede leerse en su artículo sobre “El Porqué de la Guerra” del mismo año, donde dice:

“Tengo reparos en abusar de su interés, que se dirige a la prevención de las guerras, no a nuestras teorías. Pero querría demorarme todavía un instante en nuestra convicción en una pulsión destructiva, en modo alguno apreciada en toda su significación. Pues bien; con algún gasto de especulación hemos arribado a la concepción de que ella trabaja dentro de todo ser vivo y se afana en producir su descomposición, en reconducir la vida al estado de la materia inanimada. Merecería con toda seriedad el nombre de una pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas representan los afanes de la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares. El ser vivo preserva su propia vida en parte destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior de todo ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva, entre ellas el suicidio.

Sigmund Freud.1932. (17)



Quisiera concluir este trabajo con dos frases de los principales autores citados en este trabajo:

“Cuando por fin entiendan que en la muerte hay mucho mas que aprender sobre la vida que en la evitación permanente de la naturaleza, cuando por fin sean capaces de aceptar la muerte sin maquillarla de juventud, cuando nuestra tanatofobia seda paso al compartir con los muertos, solo entonces podremos comenzar a vivir.”

Elisabeth Kübler-Ross. 2.002. (18)


Soportar la vida es, y será siempre, el primer deber de todos los vivientes. La ilusión pierde todo sentido cuando nos lo estorba. Recordamos la antigua sentencia, si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepárate para la guerra. Sería de actualidad modificarlo así: si vis vitam, para morten. Si quieres la vida, prepárate para la muerte.

Sigmund Freud.1915. (19)



Lic. Ramón Prieto



Bs. As., Octubre del 2009.



5.- Referencias Bibliográfícas:

1.- Anon, S. Una mirada hacia el más allá. Año 2.004. Gedisa, Barcelona, España. Año 2008. Pág. 23.

2.- Frase citada por Irving Stone en su obra, Pasiones del Espíritu, Ed. Emece. Bs. As., Argentina, 1.972, Pág. 234.

3.- Freud, Sigmund. “Consideraciones de Actualidad sobre la Guerra y la Muerte” Obras Completas, 1.915. Biblioteca Nueva. Madrid, España. Año 1.972. Pag. 2.001.

4, 5, 6.- Freud, S. Ob. Cit. Pags. 2004 y 2005.

7, 8, 9, 10,11.- Kübler-Ross, E. "Sobre la Muerte y los Moribundos” The Elisabeth Kübler-Ross Foundation. Año 2009.

12,13.- Castells, M. Sociedad Española e Internacional de Tanatología..Tanatología.org. Año 2008.

14.- García Lorca, F. Romance de la luna, luna. 1.924. Obras Completas. Ed. Aguilar. Madrid, España. 1954.

15.- Freud, S. Ob. Cit. 1915. Pag. 2008.

16.- Piaget, J. El nacimiento de la inteligencia en el niño. Ed. Aguilar, Madrid, España. 1969. Pag. 67.

17 .- Freud, S. Ob. Cit. 1915. Pag. 2.008.

18.- Kübler-Ross, E. "Sobre la Muerte y los Moribundos” The Elisabeth Kübler-Ross Foundation.

19.- Freud, S. Ob. Cit. 1.932. Pag. 3.209.



Obras de referencia general:

- Antropología de la muerte. Thomas, L.V. Fondo de Cultura Económica. Méjico.1.996.

- Laplanche, J. - Pontalis, J. B. Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Labor. Barcelona, España. 3° edición. Año 1.981.

- Aberasturi, E. Teoría y Técnica del Psicoanálisis de Niños. Ed. Paidos. Bs. As., Argentina. 1.974.

- Jones, E. Vida y obra de Sigmund Freud. Ed. Horme. Bs. As., Argentina. 1.976.



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