27/11/09

Borges, laberintos

Un comentario mínimo sobre Laberintos y un poema Borgiano referido a los mismos.

La imagen del laberinto ha tenido siempre un lugar preponderante dentro de la psicología, de la misma manera que la ha tenido desde siempre respecto a la comprensión de los problemas lógicos y emocionales que rodean a las complejidades de lo humano. Los laberintos de la duda, los de la angustia, los de la memoria, los laberintos relacionales, los pasionales, etc.. Pues todos ellos a pesar de sus distintos matices y de sus distintas facetas, remiten siempre a una misma imagen, a una misma estructura, y a una misma obsesión.

Básicamente la imagen de los laberintos nos remite a la idea de los espacios intrincados, a la de los callejones sin salida, y a la de la búsqueda de una liberación personal difícil de encontrar; lugares dentro de los cuales existe siempre en ellos, el riesgo de perderse y de darse cuenta con el tiempo, que uno no ha hecho otra cosa a pesar de sus esfuerzos, más que caminar en círculos sin saberlo y de volver a encontrarse cada tanto perdido y ubicado, respecto a un cierto tema que ya se creía superado, exactamente en el mismo lugar. Pues ocurre que los senderos de los laberintos son por definición intrincados, y que ellos se hallan a su vez siempre entrelazados. Como indicara Borges –quien escribiera sobre los mismos, lo mejor que se halla escrito jamás en nuestra lengua -, éstos tienden siempre a bifurcarse.


"No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da forma a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera."

Jorge Luis Borges, Laberinto. 1.969.


Existen básicamente tres tipos de laberintos en la literatura, y todos ellos constituyen metáforas validas de ciertos procesos operantes a veces de forma persistente en nuestro interior, y de nuestra posible y demasiadas veces reiterada posición o disposición personal desorientada, frente a ciertos problemas y dilemas vitales; problemas y dilemas que se nos plantean, férrea e inevitablemente, cada tanto en nuestra vida.

Existe en primer lugar el laberinto clásico, el cual no es otro que el de la mitología griega; el laberinto de Ariadna, el de Tebas, el de Teseo y el del Minotauro. Laberinto dentro del cual esta implícita la idea de que hay algo que resolver, antes de poder hallar una salida; única forma de poder volver a encontrarse con el aire, con el sol, con la luz y con la libertad. La imagen del Minotauro que custodia sus dominios, representa por supuesto el desafío y el obstáculo a vencer.

Hay por otro lado lo que se denomina el laberinto Mañierista; el cual agrega básicamente a lo ya dicho, el hecho de que el punto de entrada no coincide nunca con el de salida. Imagen que se ajusta más a la realidad de la resolución de problemas serios y a la psicoterapia, pues ambas cosas suponen ciertos cambios internos de quien, impulsado por su dolor, por su hartazgo, por sus angustias, o por sus deseos postergados y ya no postergables, se arriesga al fin –generalmente después de mucho tiempo-, a recorrer tales caminos. En este caso, la distancia que media entre el punto de entrada y el de salida, consiste siempre e inevitablemente, en un proceso de crecimiento y de esfuerzo personal, lo cual supone la elaboración de los montantes de angustia que preservan tales dominios.

Existe por último el laberinto llamado Rizomático o laberinto en red, que es un tipo de laberinto que tiene más que ver con el tiempo que con el espacio; pues el mismo no tiene ni centro ni salida, y donde habitar en él, es en sí, de hecho; una forma detenida, empantanada y cristalizada del ser.

Es éste el tipo de laberinto con el cual no deseamos mucho encontrarnos en psicología, pues el mismo, tanto por su naturaleza como por su propia estructura interna, así como por su peculiar, recurrente y esforzada obstinación en seguir siendo idéntico a sí mismo a través del tiempo; carece generalmente tanto de salida, como de resolución. Aunque ello por suerte, algunas de las veces, no signifique necesariamente un "para siempre" o "un nunca jamás".

Hay algo del orden de la desorientación y de la eternidad en la idea de los laberintos, pero a su vez algo que alude magníficamente, a la capacidad humana de superación y a su capacidad de dilucidar problemas intrincados; lo cual creo sinceramente, que a cada uno de nosotros en tanto individuos, en algún momento de nuestra vida, se nos impone siempre resolver.


Ramón Prieto.


Noviembre del 2009.

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