28/1/11

Sobre la Noción de Autoestima

Nadie recorre su vida sin atravesar períodos en los cuales se ve afectado por una desvalorización de sí y por la perdida de confianza en sus propias capacidades; períodos en los cuales siente que no cuenta con los suficientes recursos como para enfrentar los embates que le plantea la realidad. Una realidad que a su vez, se ha vuelto cada vez más compleja, competitiva y demasiadas veces hostil.

Pero, cuando circunstancias personales adversas se combinan con sentimientos, ideas, conductas y actitudes emanadas de nuestra propia negatividad, la perdida de la propia valoración y de la confianza en sí mismo se maximíza y redunda en una alteración de la autoestima que con el tiempo tiende a cronificarse, haciéndose por lo tanto más difícil de erradicar. Pues una vez establecida esta configuración, la baja autoestima no es ya solo la resultante de la adversidad externa, combinada con una mayor o menor cuota de estancamiento o de negatividad personal, sino que la misma pasa a ser a su vez, una causa directa de su propio incremento; pues ella se convierte en generadora de nuevos problemas, de una mayor inhibición de nuestras capacidades y de menores rendimientos; lo cual determina nuevos fracasos y por lo tanto una mayor impotenciación y auto-desvalorización personal; cerrándose así el circulo vicioso de la perdida de la auto-imagen, a partir de fracasos verificados en el plano de lo real.

Fracasos que pueden comenzar en un sector muy específico de nuestra vida –por ejemplo, en lo laboral-, pero que debido a su importancia provoca un efecto llamado “dominó”, expandiéndose paulatinamente a otras áreas, afectando nuestra vida familiar, nuestra relación de pareja, los vínculos con nuestros hijos, la confianza en el futuro, etc.. Por supuesto, otras veces, ocurre en forma distinta y es el fracaso afectivo o familiar el que actúa como el disparador inicial de toda la secuencia.

Existen por otra parte personas que más allá de sus circunstancias y vicisitudes actuales, arrastran desde siempre un profundo sentimiento de inadecuación y de desvalorización personal, lo cual les quita la alegría y la voluntad de luchar por aquello que alguna vez consideraron valioso, lo cual limita fuertemente el nivel de satisfacción con el que transitan por la vida.

Cuando cualquiera de estos procesos toma cuerpo en nuestro interior, nos vemos empantanados en la triste paradoja de no poder hacer otra cosa más que pensar constantemente en nuestra situación, sin que por ello aumente ni siquiera un ápice, la probabilidad de que al día siguiente amanezcamos en un mundo distinto; un mundo en el que podamos encarar con más eficacia y con más determinación nuestros problemas; pues lo primero que perdemos en tales circunstancias es la capacidad de pensar con claridad y en especial, de actuar al respecto.

La búsqueda activa de anesteciamiento emocional, el escepticismo, la emergencia de distintas formas de tristeza y de depresión; la irrupción de miedos y de temores diversos destinados a evitar el enfrentamiento con situaciones que nos despiertan angustia –lo cual siempre determina una severa restricción de nuestras actividades y de nuestra vida de relación-; el refugio en la fantasía, el refugio en el recuerdo de un pasado mejor; el refugio en satisfacciones sustitutivas de carácter compulsivo; tales como la ingesta de ansiolíticos y barbitúricos, las alteraciones de la alimentación por exceso o por defecto, la violencia vincular, los problemas con del alcohol, el tabaquismo, etc.; fenómenos que detrás de una aparente función compensadora, cumplen siempre un papel de auto-castigo.

La hostilidad defensiva en las relaciones con los demás, el olvido de sí y la ausencia de proyectos vitales enfocados al futuro; son solo parte de las consecuencias negativas asociadas con la perdida de la propia autoestima. La mayoría de cuyas implicancias nos pasa desapercibida, por la misma insensibilización que esta misma condiciona y por todo el severo estrechamiento de nuestra conciencia, que nos impone la dinámica misma del proceso; así como también por la culpa que en tales circunstancias, podemos llegar a sentir frente a los demás y lo que es aún peor, frente a nosotros mismos.
Nadie puede sentirse bien consigo mismo cuando ha fracasado en su pareja, nadie tampoco puede sentirse cuando fracasa en su trabajo o cuando lo maltratan económica o éticamente dentro de él., ni tampoco cuando no cuenta con el respeto de sus hijos. Como tampoco nadie puede sentirse bien ante el dolor de una soledad no deseada, o cuando siente que dedico su vida a un sueño no realizado y que ya siente imposible de realizar.



Lic. R. Prieto



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