28/8/09

Para pintar un Dragón, un artículo referido al desarrollo de la autoestima


Hace más de 200 años, un gran pintor japonés fue convocado para decorar el salón principal de un templo budista ubicado en la capital cultural y espiritual del país; pues el abad a cargo del monasterio quería que se pintara en él, la figura de un enorme dragón.

Dado que ello constituía un honor y un reconocimiento que no deseaba rechazar, el artista acepto el encargo, pero no sin antes plantear al sacerdote ciertas dudas y temores que empañaban su confianza sobre su capacidad respecto a la adecuada realización del trabajo. Pues entre otras cosas, jamás había podido ver un dragón -si es que estos existían realmente-; y además el pedido del abad, se alejaba en mucho de la reproducción de los habituales paisajes de montaña a los que estaba acostumbrado y a través de los cuales había cimentado su prestigio.

Luego de escuchar con respeto sus reservas, el viejo monje lo miro con seriedad y le dijo: “No le importe a Ud. no haber visto jamás una tal criatura, ni siquiera le importe el hecho de que esta exista o no; despreocúpese totalmente del resultado final de su esfuerzo, de sí habrá de tener éxito o de fracasar; así como de la opinión que sobre su obra, habrán de tener quienes la juzguen una vez realizada.” “Logre Ud. imaginar un dragón dentro suyo y luego transfórmese en él.”

Como el pintor no sentía haber comprendido acabadamente el consejo, rogó al monje que se explicara un poco más. “Es sencillo”, dijo éste, “Colóquese en el estado de ánimo apropiado, convocando dentro suyo lo mejor de sí, y luego piense serenamente en su dragón. Haga esto cada vez con mayor frecuencia y con mayor intensidad, hasta que logre concentrar en ello la totalidad de su ser. Ese será el momento en que su espíritu se habrá convertido en el de un dragón, y éste lo impulsara a darle una forma.” “Ud. posee los recursos técnicos necesarios y es de por sí ya un gran artista, lo que debe desarrollar es su voluntad, su poder de concentración y su capacidad de entrega a aquello que se ha propuesto.”

Por primera vez desde que comenzara el dialogo, el rostro del pintor se hallaba distendido y como el monje vio en sus ojos el brillo anticipado de la realización, considero oportuno agregar: “Es una buena señal que comience Ud. a tener más confianza en sus posibilidades, pero como yo le he indicado un camino que no ha recorrido aún; es mi deber advertirle, que de intentarlo, no dejara de enfrentarse con serias dificultades. Pues si bien no hay nada en él, que no sea simple en sí mismo; recorrerlo supone una tenacidad y un olvido de sí, poco común entre la gente; y además, -y lo que quizás encuentre Ud. más difícil-, el abandono de ciertos hábitos mentales a los que debe estar Ud. demasiado acostumbrado, pues ellos forman seguramente parte de su ser, desde hace ya mucho tiempo.” “De que retroceda Ud. o no, frente a esas dificultades; dependerá el resultado final de su esfuerzo y lo que es aún más importante, la imagen que tendrá de sí en los próximos años; hasta que la vida, si es que lo hace, lo coloque ante otra circunstancia igualmente importante para Ud..” “No hay forma de escapar de ello, y esto es necesariamente así, pues como ya tendrá oportunidad de descubrir por sí solo si es que emprende ese camino, lo que en última instancia se halla en juego aquí, lo no es otra cosa más que la fuerza y el alcance de su capacidad de amar.”

Tras meses de un arduo trabajo interior, cuyos beneficios le acompañarían por el resto de sus días, el artista sintió que la mítica criatura había madurado dentro suyo y que había llegado el momento de plasmarla en el lugar que le estaba reservado; pues por otra parte, ya no lograba concebir ninguna otra cosa que deseara o pudiera hacer.

El resultado de su obra, es el magnifico dragón que aún hoy puede verse en el templo Myoshoji de la ciudad de Kyoto; y del que suele decirse que posee en su forma y en su expresión, tanta frescura y tanta fuerza vital, que uno siente al observarlo que éste podría saltar del muro en cualquier instante a su antojo, y elevarse por el aire dibujando remolinos, para ir a hacer sus travesuras de dragón sobre los techos de la gran ciudad.


R. Prieto.

Febrero del 2.001.















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