10/4/11

ARCHIVO GRAL. DEL BLOG

2009 (21)


▼ junio (6)
Autoestima vs. Autorespeto.
Fobia social, sus relaciones con la timidez.
La atención de enfermos crónicos, consecuencias para el cuidador
Pensamiento depresivo y depresión.

Trastornos de Ansiedad y Depresión.

Trastornos de Ansiedad.



▼ julio (7)

Inventario de Bienestar Psico-físico General (GHQ...

Inventario de Autoestima (RSES).

Escala de Depresión (ZDS).

Inventario de Fobia Social (SPIN).

Escala de Ansiedad y Depresión (GADS).

Escala de Desesperanza de Beck (EDB).

Escala de Evitación y Malestar Social (SADS).



▼ agosto (3)
Sobre el Stress.

Para pintar un Dragón, un artículo referido al desarrollo personal.

Pensamiento depresivo y depresión 2.



▼ noviembre (5)
Borges, laberintos.
Sobre la dilación.
Breve caracterización del concepto de Autoestima.
La Concepción del Hombre ante la Muerte.



▼ 2010 (10)


▼ julio (4)

Sobre el Síndrome de Estress Agudo o "Burn-out".

Encuesta de Autoestima - 1° Parte.

Encuesta de Autoestima - 2° Parte.

Encuesta de Autoestima - 3° Parte.


▼ agosto (6)

Trastornos de la Alimentación.

Entrevista Periodística sobre el Stres.

Fobia social, sus relaciones con la timidez.

Sobre el Deseo de Control.

Trastornos de Ansiedad y Depresión.



2011 (4)

enero (3)

Sobre el Abuso de Adultos Mayores

Sobre la Noción de Autoestima

Test de Estados de Animo


abril (2)

Relaciones Pasionales

ARCHIVO GRAL. DEL BLOG



------------------------------------

Para acceder a cualquiera de estos artículos en forma directa, ubique y cliklee su título en el listado que figura a la derecha de su pantalla en letras de color.

Relaciones Pasionales


En homenaje a Piera Aulagnier.


Tanto la relación del adicto con el objeto droga -sea ésta cocaína, nicotina, alcohol o cualquier otra sustancia-, la del jugador compulsivo con la mesa de juego; así como la de esos seres que viven desesperados por el deseo, el reconocimiento o el amor de un otro, constituyen prototipos privilegiados de un tipo de relaciones, que pueden y que de hecho deben ser calificadas de pasionales.

No hablamos aquí de las pasiones “nobles”, ni de las pasiones serenas –aunque en esto último ya se plantee una contradicción-; ni de esos amores intensos que tienen entre sus componentes naturales una fuerte dimensión pasional, pero que en sí mismos y en principio, se hallan encuadrados dentro de un régimen de equitatividad, de simetría y de respeto mutuo.

De lo que aquí hablamos es de lo que comúnmente se denomina “locura pasional”, vivida por sólo uno de los miembros de una dupla. La cual atañe a muchísimos hombres y mujeres, aunque la misma sea pasajera, y aunque los involucrados en su conjunto y en un momento dado, sólo constituyan una parte exigua de la población.

Se ha dicho acertadamente que es muy difícil que alguien recorra su vida sin embarcase en algún momento –especialmente en su juventud, o durante la llamada crisis de la mitad de la vida-, en algún tipo de relación pasional peligrosa; peligrosa tanto en términos de su posible y comprobada incontrolabilidad, como en términos de su potencial capacidad destructiva.

Las mencionadas no son las únicas relaciones pasionales posibles por supuesto, la relación con ciertas ideas, con ciertas ideologías políticas o concepciones religiosas y con muchas otras posibles visiones sectarias de la realidad, también pueden asumir un caríz semejante; pero en la vida cotidiana y desde una perspectiva individual, las tres primeras son con mucho las más importantes. Y ello tanto por los niveles de dependencia y de intensidad que éstas pueden alcanzar; así como por el numero de personas que de hecho las viven, con mayor o menor grado de satisfacción, de resignación o de dolor emocional intenso.

Acostumbrados a pensar en estas relaciones como manifestaciones de deseos; -de deseos peligrosos, de deseos dañinos, de deseos perjudiciales o como se los quiera llamar, pero de deseos al fin-, es fácil que nos pase desapercibida la existencia y la importancia de un rasgo en común que las caracteriza a todas, y que pocos analistas describieran con la claridad y con la profundidad con que lo hiciera Piera Aulagnier*: “La pasión por la droga o por el juego, al igual que la que toma por objeto el Yo de un otro, concierne a esos sujetos en quienes la droga, el juego o la relación con otra persona, no sólo se han convertido en la fuente del único placer que cuenta realmente para ellos, sino la de un placer que se les ha vuelto necesario” (1)
Es esta resignificación del objeto de la pasión, que originalmente pertenecía al orden del deseo y que pasa a ser recategorizado en el plano de lo necesario, lo que otorga al encuentro con él mismo, una perentoriedad y una imposibilidad de sustitución, que habrá de signar tanto las características como el tipo de vinculo que el sujeto habrá de mantener con él, una vez transcurridas las primeras etapas del proceso. Relación que de no interrumpirse, tiende paulatinamente hacia una cada vez más generalizada absorción de éste por parte del objeto, pues el peso gravitatorio que el mismo adquiere dentro de su economía psíquica, le otorga al mismo, un lugar cada vez más privilegiado dentro de sus expectativas de satisfacción.
La fuente de otro posible placer que más sufre el acallamiento impuesto por estas formas de pasión es generalmente la sexualidad. “No hay geishas ni amantes dentro de los fumaderos de opio” (2), recuerda Aulagnier. Y aún en los casos en que la dependencia hacia otra persona adopta la forma de dependencia erótica y se presenta ante nuestros ojos como pletórica de fuerza, de emociones y de sensualidad, dichos componentes no son los que serían, ni cumplirían el fin que cumplen, sí la relación no fuera de servidumbre amorosa; pues ella siempre induce y encamina al sujeto hacia alguna forma límite de sometimiento y de pasividad.
¿De que tipo de placer podemos hablar entonces en estos casos?, pues al menos desde una perspectiva basada en el sentido común, no hay en ellos demasiados motivos para hablar de “satisfacción”; sobre todo a la luz del dolor y de las auto-recriminaciones que tanto el amante humillado, el drogadependiente o el jugador compulsivo, sienten y se hacen por lo general en forma creciente y cada vez más despiadada, luego de cada nuevo encuentro con el objeto de su pasión. Pues en ellos ya no se juega una cuestión de goce sereno, amable y amoroso en su mejor sentido, sino principalmente el alivio de la angustia causada por su ausencia o por la posibilidad de que ella ocurra; cuando no el de la desesperación.
Pregunta a la cual Aulagnier contesta: “La droga, al igual que la actividad del juego, produce un placer cuya intensidad y cuya valorización por el Yo, son proporcionales al riesgo de muerte y de destrucción física, psíquica y social que estos implican. La droga puede matar, el juego puede llevar a una situación en la cual puede no quedar pensar más salida que el suicidio, y el rechazo del ser amado desmesuradamente, también puede llevar a preferir idéntica resolución." (3)

Centrémonos entonces más, en el análisis de la relación pasional cuando es el Yo de otro el que se toma como centro. Sería un error creer que la pasión se define por un exceso de amor; entre el estado pasional y el estado amoroso, la diferencia no es cuantitativa sino cualitativa. En la relación pasional el Yo sitúa al Yo del otro como objeto de necesidad y por lo tanto a su propio Yo como privado de aquello, que solamente ese objeto podría hacer posible u otorgarle. Para que alguien pueda proyectar ese poder desmesurado y alienante sobre un otro, será necesario que éste se le presente a su vez como poseedor de un poder inmenso, como no careciendo de nada, como no teniendo en sí ninguna necesidad. Y lo que es peor; como no teniendo ningún deseo que sólo él pueda llegar a cumplimentar. De allí los celos y el fantasma de la infidelidad, siempre presente en estos casos.

Agreguemos que debido a todo ello, es propio de una relación pasional de este tipo, la preponderancia que toma rápidamente dentro de ella, la experiencia del sufrimiento. Si al principio la intensidad del placer sentido sorprende, conmociona o incluso anodada al sujeto; al poco tiempo, la intensidad y la duración de la experiencia de sufrimiento pasa paulatinamente a equilibrar la balanza y luego, a superar en mucho a la de los momentos de satisfacción, como de hecho, ocurre precisa e inevitablemente en cualquier otra forma de adicción.

Es crucial entender aquí, para comprender estos casos, que esto no debe considerarse como un mero subproducto o una simple consecuencia colateral indeseable del vínculo que une a ambos parteners, sino como la manifestación de algo propio, intrínseco e inseparable de este tipo de relación. Pues dicho sufrimiento, no es sino la manifestación descarnada del desbalance de poder y de la capacidad exacerbada de sufrimiento de quien se halla atado a este tipo de situación; del afloramiento de su disposición autodestructiva y de la ansiedad y de la desesperación que la ausencia del ser amado le provoca -ya sea por rechazo u abandono-, o bien por su temor anticipado de que ello pueda llegar a ocurrir. Siendo esto último, el equivalente exacto del síndrome de abstinencia que sobreviene en el adicto cuando la droga le falta o de la ansiedad que le despierta el temor de la posibilidad que ésta le pueda llegar a faltar; temor que es por otro lado idéntico, al que vive el jugador compulsivo al verse marginado de su mesa de juego.

Si quisiéramos plantear en forma esquemática y descriptiva algunos de los principales caracteres de éste tipo de relaciones, podíamos decir:
1) El sujeto apasionado puede llegar a sentirse como alguien capaz de provocar placer a su objeto, pero nunca como siendo el único que puede llegar a proporcionarle ese placer. Tampoco logra sentirse como teniendo la posibilidad de hacerlo sufrir, ya sea con su ausencia o por la retirada de su amor. Menos siente aún que pueda provocarle el dolor de los celos, ni el anhelo de estar con él. Es decir, no puede presentársele como necesario e indispensable, y siente además que no hay nada que pueda hacer al respecto, pues cada vez que lo intenta, se estrella contra la indiferencia, con la desestima del otro y con el fracaso de su pretensión; sin más alternativa que replegarse humillado, para volver a intentar conmoverlo la próxima vez.

De allí su sentimiento de desvalimiento, de impotencia y de desesperación, pues de hecho, se ve a si mismo comprometido e inmerso en una relación de dependencia y en un juego de poder que no sólo sabe que lo desborda, sino que además sabe que esta perdiendo. Y como a esta altura del vínculo, lo que ya ha invertido en términos afectivos, emocionales, en tiempo y por lo general también en dinero es mucho; lo que ya ha perdido en cuanto a su imagen personal en el ámbito familiar, laboral, frente a sus amistades y frente a sí mismo, también pertenece al orden de lo excesivo; se le vuelve de hecho imposible alejarse de la situación aceptando su derrota, como una alternativa válida, aceptada, y aceptable, que lo pueda redimir.
Opera aquí lo que yo denomino “la psicología del jugador”, el cual cuanto más ha perdido, menos puede levantarse de la mesa de juego y retirarse con lo que aún le resta, pues se siente compelido a tratar de recuperar lo perdido, arriesgándolo todo en un fútil intento de resarcimiento, desesperado y final.
2) El sujeto atribuye al objeto un poder de placer exclusivo; el mismo se ha vuelto lo único que puede –cuando éste lo desea-, satisfacer lo que se ha tornado para él en una necesidad. Pero a su vez el mismo tiene sobre él, un poder de provocarle un sufrimiento enorme y desmesurado; hasta el punto de poder hacerle preferir la muerte, antes que tener que aceptar su ausencia, su rechazo o el hecho de no volver a verlo nunca más.
Es aquí donde el sujeto apasionado demuestra su capacidad diferencial y excesiva de sufrimiento; pues para éste, su capacidad de apasionamiento pasa a ser para él, la prueba irrefutable del carácter irresistible del objeto, así como de las dimensiones especiales y admirables, de su propia capacidad de amar.

Es por eso que ya no trata de alejarse del mismo; sino que por el contrario, termina empecinándose en él. En parte y más allá de una explicación centrada en una versión simplista del masoquismo; porque a esa dimensión trágica del vinculo y a esa capacidad de tolerar el sufrimiento y a pesar de ello seguir adentrándose en el; éste pasa a interpretarla como una virtud personal, como un valor a la vez idealizado que merece y que debe ser a su vez sostenido a cualquier precio. Virtud y valor cuya pureza y cuya verdad, sólo pueden consagrarse estando dispuesto a sacrificarse y a inmolarse por él.

Idealización forzada que tiene en parte –sólo en parte-, un carácter restitutivo y compensatorio de la perdida de la propia imagen, pérdida que a partir de cierto momento se le impuso al sujeto por las angustias y por las humillaciones sufridas en su interacción con aquello que logro transformarse o que logro transformar, en el objeto de su obsesión. Obsesión que más tarde o más temprano habrá de exigir como ocurre siempre en estos casos, lo que se denomina “la prueba de amor”, ofrenda a la larga inevitable; sólo que en este caso, ella siempre consiste en la aceptación resignada de una tristeza y de una dependencia humillante, o incluso demasiadas veces, la de un daño mayor.

Objeto obligado, placer obligado, dolor obligado; espera obligada de ser a su vez reconocido y necesitado por el otro. Meta improbable; pues para que todo esto se dé, es necesario que el otro encuentre a su vez en la inducción pasional–, esto es, en provocar y en generar en alguien que se halle a su vez suficientemente predispuesto y vulnerable-, un placer y un dolor, al que éste no quiera, no intente, y ya no pueda renunciar.



                                                                                 Lic. Ramón Prieto.


* Piera Castoriaris-Aulagnier: psicoanalista francesa fallecida hace aproximadamente 20 años, quien integrara en sus inicios el movimiento Lacaniano, del cual se alejara años después para desarrollar ideas propias, que dejarían su marca en el pensamiento psicoanalítico actual. Referencias (1), (2) y (3): Alienación, amor, pasión: tres destinos del placer. Editorial Planeta, Bs. As., 1979; págs. 214, 217 y 222.